Hubo un día en el que durante unas horas, los teléfonos enmudecieron y España guardó un silencio virtual casi absoluto. El pasado 28 de abril las pantallas dejaron de iluminarse y las casas quedaron sin conexión. Sin embargo, en algunos hogares, no tener internet no trajo consigo ansiedad: trajo recuerdos y nostalgia por una vida lejana, pasada y distinta. Porque hubo un tiempo en que la vida se tejía sin móviles y sin redes, y el hogar era mucho más que un sitio con wifi en el que las sobremesas destacaban por las conversaciones palpables y no por las whatsappeables.
Una fiesta de cumpleaños en un hogar del barrio de San Juan en 1970. / LP / DLP
«Después de cenar en familia, ibas directo a la cama porque aun siendo pequeños, trabajábamos por la mañana», comparte Dolores Morales, de 75 años. Para ella, las cenas no eran con series de Netflix, sino con rutina y compañía. Por otro lado, ayudar en casa era lo habitual. Los hermanos Antonia y José Carmelo Farray responden casi al unísono: «Primero que nada, había que ayudar con las tareas para después poder salir a dar una vuelta». Lo cotidiano se compartía y no se agendaba.
La casa era también refugio de otros silencios. «Añoro mucho los cielos fulminantes de mi pueblo, se veían las estrellas y adoraba mirar el paisaje», cuenta Calixta Barreto, de 72 años. «En familia almorzábamos, rezábamos el rosario mientras hacía gafitas con alambres y miraba bombillas que teníamos en el domicilio, era como una meditación, me entretenía filosofando», añade recordando uno de los planes que más disfrutaba dentro de su hogar de la niñez.
«En familia almorzábamos, rezábamos el rosario mientras hacía gafitas con alambres y miraba bombillas que teníamos en el domicilio, era como una meditación, me entretenía filosofando».
Juegos distintos
«¿Insta qué? ¿Tik cómo?», preguntaron algunos, y es que los pasatiempos eran otros muy distantes a los actuales. O más bien, tenían otro sentido. Calixta ofrece su imagen de la diversión en casa: «Jugábamos a la baraja, hacíamos actividades de coro, saltábamos a la comba y me entretenía con una piedra porque no tenía muñecas», cuenta entre risas. Sin embargo, el juego más destacado era el de Milano Catalano, quienes algunos lo recordarán entre gracioso y macabro. En un corro, si Milano decidía amenazarte con su cuchillo y comerte, esa noche tenías pesadillas.

Una cena en el año 1976. / LP / DLP
La compañía de las abuelas
En la misma línea, Miguel Rodríguez, de 91 años, comparte sus costumbres: «jugaba al parchís, a las cartas y, sobre todo, leía mucho. Me aficioné a la revista 7 Flechas y leía libros como El Quijote y la Odisea«. Miguel vivió en casas pequeñas, con su madre y su abuela, o con sus tíos para poder estudiar. «Mi abuela y mi madre dormían en una cama y yo en la de al lado», expresa recordando a su abuela como una mujer especialmente «formidable, tengo buenos recuerdos jugando a las cartas con ella o yendo a buscar cardos al barranco para hacer potajes en su compañía».
«Mi abuela era formidable, tengo buenos recuerdos jugando a las cartas con ella o yendo a buscar cardos al barranco para hacer potajes en su compañía».
Para Mari Carmen García, de 74 años, todo era más sencillo, pero más vivo. «Pasábamos tiempo en casa, íbamos a misa, nos gustaba jugar con las amigas a las tienditas y saltar a la soga». Aunque no le entusiasmaba la lectura, sí atesora los momentos con su abuela: «Me encantaba bordar manteles con ella, así me ganaba cuatro pesetillas». También rememora con ternura cómo hacían leche en polvo para los gatitos que se ponían en fila para tomarla en la puerta de su casa.
Con nueve años llegó la televisión al hogar de Mari Carmen. Tras su avance, veía programas como Gaby, Miliki, Fofito y Milikito. Sin embargo, bajo otros techos no había televisores y «se acudía al teleclub para poder verlos», cuenta Calixta, quien, en cambio, sí que recuerda las radionovelas desde el sofá. María Pérez y María Suárez, de 70 años, mencionan un programa que unía a todos en la cocina de sus casas: «Matilde, Perico y Periquín por la radio, una vez por semana, era todo un ritual escucharlo en familia», comparten.
«Matilde, Perico y Periquín por la radio, una vez por semana, era todo un ritual escucharlo en familia».
Domingos en familia
Los domingos eran sin pantallas pero llenos de voces. «Jugábamos con todos los hermanos y primos que vivían al lado», añaden las dos amigas. Sin embargo, si había un ritual, era el de los momentos de mesa: «La hora del almuerzo era sagrada», explica Suárez. «¡Hombre, y la cena para preguntarnos qué tal había ido el día!», completa Pérez. Entre risas, recordaban anécdotas de las largas charlas en familia, donde hablaban, pero también escuchaban a sus seres queridos. «Aunque a veces no lo parezca, antes se hablaba mucho en casa y siempre había algún hermano que se chivaba de otro», añade Suárez quien también reconoce que «a mí me gustó criarme así». Para muchos, crecer entonces fue un privilegio.
En aquellos hogares sin internet, sin cobertura ni pantallas, no hacía falta buscar planes: los momentos se encontraban en la cocina, en la radio, en las manos de una abuela o en la imaginación. Y, como recordó el apagón digital, quizá la conexión más valiosa no es la de los cables, sino la que se da cuando las casas vuelven a ser hogares.

Una boda en una casa en el año 1966. / LP / DLP
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