La manifestación del 8 de junio es la más importante desde la Transición

La manifestación a la que ha convocado hoy Alberto Núñez Feijóo es la más importante de la historia de España desde la Transición.

Si no se entiende esto, no se entiende la gravedad del escenario en el que nos encontramos y el peligro para la democracia que supone la okupación de todas las instituciones del Estado y del Gobierno de la Nación por lo que el propio PP calificó ayer de «organización criminal» y Feijóo, hoy, de «casta de sinvergüenzas, mafiosos e indignos».

Tras calificar al Gobierno de «organización criminal» y a Pedro Sánchez de «capo» de dicha organización criminal, al PP no le quedaba más opción que llamar a los españoles a ocupar las calles. Cualquier otra respuesta habría sido contraproducente.

Una meramente declarativa habría sido percibida como retórica, independientemente de su dureza.

En cuanto a la moción de censura…

Que la moción de censura no era una opción válida para el PP lo demuestra que algunos de los más serviles lacayos del socialismo la pidieran con entusiasmo minutos antes de la declaración de Feijóo, con su pomposa gravedad habitual.

La escena olía tanto a trampa que hasta un ciego olfativo lo habría intuido. 

La emboscada, sin embargo, ha sido regateada con inteligencia por Feijóo. Ojalá eso le sirva para empezar a confiar en los catalanes correctos y a desconfiar de los incorrectos. 

Presentar una moción de censura habría sido un regalo para Pedro Sánchez (eso es precisamente lo que buscaban sibilinamente esos jesuitas del sanchismo y del nacionalismo).

Porque el presidente habría obtenido sin duda alguna el apoyo de sus socios nacionalistas y de extrema izquierda en el Congreso de los Diputados y, con él, el argumento que necesita para sostener la idea de que sigue teniendo el apoyo de la mayoría de los españoles.

Una moción de censura habría enquistado a a Sánchez hasta 2027 con total seguridad. 

También habría sido un regalo para Vox, que habría capitalizado la moción arremetiendo tanto contra el PSOE como contra el PP y activando el voto de esa parte de la izquierda que abomina de Sánchez, pero aún más de los de Santiago Abascal.

La incapacidad de Vox para diferenciar lo principal de lo accesorio le inhabilita, además, para cualquier iniciativa estratégicamente inteligente. Lisa y llanamente, Vox no es Meloni. Habrá que esperar al partido que les sustituya, confiemos en que con un poco más de visión de la jugada. 

La manifestación del 8 de junio en Madrid, sin embargo, dará la oportunidad de visualizar en las calles el masivo rechazo de los españoles por la corrupción sanchista.

Permitirá transmitir también la idea de que existe una alternativa a Pedro Sánchez que va más allá de los comunicados deeply concerned y las declaraciones retóricas de un partido que no ha nacido precisamente para conectar a nivel emocional con los ciudadanos. Un defecto perdonable… si se acompaña de iniciativas inteligentes como la de la manifestación de este 8 de junio.

Pero nada que no sea una participación histórica servirá de nada.

Si los españoles no se sienten amenazados por el sanchismo y prefieren la semana que viene pasar el domingo de vermuts en el bar más cercano a su domicilio, entonces es que la transformación de España desde democracia liberal a autocracia paternalista se habrá culminado con éxito.

Pero no por habilidad política de Sánchez, sino por incomparecencia de la Nación.

En algún momento hemos de ponerle los españoles punto y final a esa consolidada tradición que consiste en dejar que nuestros caciques se mueran en la cama.

O en dejar que se vayan cuando ellos quieren, con la calma, y no cuando nosotros lo decidimos.

A alguno habrá que finiquitar (políticamente) en las calles, digo yo, aunque sea como aviso a futuros aventureros de que los españoles siguen ahí, haciendo algo más que esperar a que el mendrugo les caiga en la boca de mano del político socialista de turno.  

Para la izquierda no existe un solo camino al poder, el de las elecciones. Existen múltiples caminos complementarios. Es hora de que la derecha lo aprenda también y empiece a darse cuenta de que la Nación sigue ahí, a la espera de un líder.

Si Feijóo se siente interpelado por esa llamada, lo será él.

Pero ha de aceptar el rol. Y hoy, al menos en apariencia, lo ha hecho.

11.400.000 españoles se manifestaron el 12 de marzo de 2004 tras los atentados de Atocha.

Por debajo de esa cifra astronómica y ojalá jamás repetible, las mayores manifestaciones de la historia de España han sido las convocadas para protestar por el asesinato de Miguel Ángel Blanco (1.500.000 personas en Madrid y 1.000.000 en Barcelona) y la del 27 de febrero de 1981 tras el golpe de Estado del 23-F (también 1.500.000 personas en Madrid y 1.000.000 en Barcelona).

La manifestación de la semana que viene debe, como mínimo, igualar esa cifra en Madrid. 

Cuando el diario El País publicó aquel famoso editorial en el que se calificaba a Pedro Sánchez de «insensato sin escrúpulos» y se le acusaba de actuar en función de sus intereses personales y no de los de todos los españoles, añadió también en él que «Sánchez no dudará en destruir el partido que con tanto desacierto ha dirigido antes que reconocer su enorme fracaso».

Aquel editorial acabó con el despido de los principales responsables de El País, incluido su director Antonio Caño, pero fue sin duda alguna el más profético de cuantos se han escrito a lo largo de la última década.

Sólo que lo que corre hoy peligro de destrucción tras el enorme fracaso de su líder no es el PSOE (aunque también), sino la propia democracia española.

Quizá la manifestación del 8 de junio no acabe con la dimisión de Pedro Sánchez. Su indiferencia a cualquier arrebato de responsabilidad ha sido testada a lo largo de estos años con innegable éxito.

Pero al menos los españoles podremos evitar decirle a nuestros hijos, cuando nos pregunten qué hicimos en su momento para echar a Sánchez, «tocarme las narices, hijo, tocarme las narices».

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