Feria de San Isidro
Ganado: seis toros de El Torero, bien presentado, con cuajo y, casi todos, con serias defensas, que ofrecieron un juego desigual dentro de una raza muy medida y con un áspero comportamiento en varas y en la muleta, sin entrega y a la defensiva, a excepción del lote de Roca Rey, los únicos, aun justos de fuerzas, que tuvieron nobleza, profundidad y duración en las embestidas.
Diego Urdiales: pinchazo y estocada delantera (silencio tras aviso); estocada contraria delantera (silencio).
Roca Rey: estocada (leves palmas tras petición de oreja); estocada desprendida (oreja tras aviso).
Rafa Serna: estocada trasera (silencio); estocada desprendida (oreja). Serna confirmó en Madrid con el toro ‘Bizantino’, nº 48, negro bragado, de 535 kilos.
Cuadrillas: entre las cuadrillas, Viruta saludó tras banderillear al tercero y El Víctor y Fernando del Toro destacaron en la brega del cuarto y del sexto, respectivamente.
En la enfermería fue atendido Rafa Serna de «puntazo leve en el arco cigomático derecho».
Las Ventas: decimo octavo festejo de abono de la Feria de San Isidro, con cartel de ‘no hay billetes’ en las taquillas (22.964 espectadores), en tarde de calor agosteño.
La decimoctava corrida de la feria de San Isidro se cerró con la concesión de dos orejas de los últimos toros de la tarde, una para el peruano Roca Rey, que se la cortó a un dulce ejemplar con el que sólo se acopló a última hora, y otra para el confirmante Rafa Serna, que se la jugó con el violento y áspero sexto del serio encierro de El Torero.
Tuvo auténtico mérito lo del diestro sevillano, que volvió a Madrid para confirmar su alternativa después de ocho temporadas de haberla tomado en Sevilla y de haber sufrido como novillero, también en esta plaza, una gravísima cornada que le seccionó la safena y la femoral. Y, sin apenas torear en los últimos años, compensó su falta de rodaje con una entrega total y por encima de las pocas opciones que le ofreció su lote.
El diestro Andrés Roca da un pase a su primer astado durante el festejo de la Feria de San Isidro. / EFE / Juanjo Martín
Esas ganas de triunfo, más algún detalle de buen gusto, ya se le vieron a Serna con el toro de la ceremonia, que, aunque con cierta nobleza, se movió descoordinado desde su salida al ruedo, sin que pudiera llegar a equilibrarlo.
No dejó luego de intervenir en todos los turnos de quites y aún se fue a chiqueros para recibir a portagayola al sexto, en la que se antojaba casi como la última oportunidad de su carrera. Decidido, pues, a no desaprovecharla, aguantó la incierta salida del toraco y aún se quedó con él para seguir toreándole a la verónica hasta los mismos medios, en un pasaje emocionante que despertó también al tendido.
El problema es que esas repetidas arrancadas del de El Torero fueron solo un espejismo, pues no regaló ni una entera con la muleta, sino todo lo contrario: manso, áspero y violento, soltó constantes tornillazos y se frenó cuando se le exigía mayor entrega.
Nada de eso arredró, en cambio, a Rafa Serna, que se asentó en la arena, aguantó todas las amenazas y se empeñó en hacerle pasar en un trasteo de series cortas en el que su valor y su determinación acabaron por imponerse y por poner de acuerdo a toda la plaza para pedirle esa oreja de justicia.
La que Roca Rey cortó al toro anterior, en cambio, tuvo un peso muy distinto, pues la obtuvo del toro de más nobleza, calidad y profundidad de la corrida, y que, por tanto, ofrecía claramente, a una primera figura como él, un triunfo mayor que el peruano no alcanzó en una faena excesivamente larga y en la que solo de mitad para adelante encontró el necesario acople.

El diestro Rafa Serna da un pase a su segundo astado. / EFE / Juanjo Martín
Si no lo encontró antes fue porque nunca logró llevar pulseadas tan buenas arrancadas, sino que las desplazó sin matices, con toques muy fuertes de la tela y buscando unas cercanías nada convenientes a las necesidades técnicas de ese buen ejemplar de la divisa gaditana.
Aun exigiéndole mucho, fue cuando Roca se decidió a apostar de verdad y a tirar de las arrancadas, cuando el toro mostró su auténtico fondo de clase, en especial por el pitón izquierdo, por donde el torero de Lima se limitó a recetarle apenas dos circulares invertidos, más efectistas que sinceros.

Diego Urdiales da un pase a su primer oponente en el festejo de Las Ventas. / EFE / Juanjo Martín
Salvó así Roca Rey, in extremis, una feria que se le iba de vacío, después de que tampoco se le apreciara el suficiente criterio y el necesario pulso para aquilatar la justas pero suficientes fuerzas de su noble primero, que redondeó el único lote con opciones de la corrida,.
Pero, salvo los pases cambiados de rodillas con que le abrió faena y la buena estocada con que lo tumbó, Roca apenas le sacó partido. De ahí ese extraño resultado en la estadística de «leves palmas tras petición de oreja», señal de la escasa huella que dejó en el público de aluvión.
A Diego Urdiales le correspondieron los dos toros no solo más deslucidos por su falta de raza sino también los más molestos, pues si su primero se defendió gazapeando y sin celo, el cuarto se venía a los cites con aparente bravura para después frenarse o echar la cara arriba en sus desabrido comportamiento.
El veterano torero de La Rioja decidió perder poco tiempo con uno y le buscó constantemente las vueltas al otro, dándole sitio y ventajas para, al menos, manejar una inercia que tampoco llegó a desarrollar en cuanto tenía que repetirla, sin que tampoco su esfuerzo llegara nunca a ser tenido en cuenta.