¡Cuántas veces habrán escuchado expresiones que incluyen la palabra ciencia!: «Esto no tiene ciencia», «No es ciencia nuclear», «Hacer algo con ciencia», «Tener la ciencia infusa», etc. La palabra ciencia proviene del latín scientia y significa conocimiento. En términos generales, la ciencia es el conjunto de conocimientos sistemáticos obtenidos mediante la observación, el estudio y el razonamiento, estructurados y verificados mediante el método científico. Es una disciplina que busca entender y explicar los fenómenos sin ningún tipo de a priori, ni adoctrinamiento. Se basa, por tanto, en hechos comprobables y aspira a formular leyes y teorías que permitan predecir el comportamiento de dichos fenómenos.
La relación entre ciencia, religión y política ha sido históricamente tensa, por no decir incompatible. La religión es cuestión de fe, y la fe no es una variable del método científico. Son de sobra conocidos los conflictos históricos entre ambas disciplinas: el heliocentrismo de Galileo Galilei, la teoría de la evolución de Lamarck y Darwin, la postura en contra de la medicina, de la biología, y de cualquier otro saber que contradiga la obra divina. Aunque hemos cambiado varias veces de Papa, sigue siendo el caso: ¿para qué modificar aquello que «funciona»? ¡Donde dije Digo, digo Diego, y se arrima el ascua a la sardina divina! ¡Amen! La iglesia de Groucho: si no le gustan mis valores, tengo otros.
Ocurrió con el Big Bang y el origen del universo: la fe divina siempre cubrirá el espacio nulo del saber científico. Esa es la visión, y esa es la misión: impedir que el avance del conocimiento impida el avance de la fe. Hasta que alguien sea capaz de crear vida in vitro. Así de gallos son algunos científicos. Les recomiendo el musical «The Book of Mormon», para entender hasta qué punto la fe puede llegar a ser absurda.
La relación con la política no es mejor. Las razones son variadas, como en botica. La ciencia busca verdad; la política, poder. La ciencia corrige errores; la política, los oculta por conveniencia. La ciencia puede incomodar intereses políticos o económicos. Solo hay que ver que, en regímenes autoritarios, la ciencia puede ser reprimida si contradice la narrativa oficial. En sistemas supuestamente democráticos, la cosa es más sutil: la política puede financiar la ciencia (la que interesa) e incluso guiar buenas políticas públicas (cuando conviene). Hay que entender también que los científicos distan mucho de ser hermanitas de la caridad, sino más bien todo lo contrario. La mezquindad es moneda común en este duro mundo de la ciencia. Siempre ha habido y habrá mediocres con cargo que se dedicarán a filtrar aquellas teorías que no entienden y a patrocinar las suyas que suelen adolecer de genialidad.
¿Y en una región como Asturias, qué pinta la nueva ley de la ciencia? Luces y sombras. Luces, porque reconoce su importancia a nivel social. Sombras, por la endogamia que gobierna una región tan pequeña, donde te encuentras a tus enemigos cuando sales a tomar un chocolate con churros, y los chiringuitos no son precisamente kioscos de playa. Particularmente, no creo en la ciencia de carácter regional, ni espero nada de esta ley, ni de ninguna otra promulgada por políticos con visiones de alcance microscópico. La verdadera ciencia, la disruptiva suele ser fruto de la serendipia y, sobre todo, de la libertad de espíritu. Planificar la ciencia es matarla. No financiarla y crear ciencia a la carta, es aún peor.
¿Se puede matar a un muerto? Sin embargo, nadie puede matar la curiosidad, que es la cualidad que nos hace humanos e inteligentes, no simples víctimas de red social, imitando a otros mon@s prominentes.
Give me a break! Good luck with that! Como diría Dr. G. House, Homer Simpson o Peter Griffin.
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