El 20 de junio de 1975, justo antes de inaugurarse la temporada veraniega de playas, se estrenaba en Estados Unidos el segundo largometraje de Steven Spielberg, ‘Tiburón’, un filme que debía tener un presupuesto relativamente bajo y acabó costando el equivalente a 6.200.000 euros. Para entender mejor lo que se cocía en términos económicos en el Nuevo Hollywood, aquí van algunos datos: ‘El padrino parte II’ la había superado un año antes con un presupuesto de 11 millones y medio; en ‘El coloso en llamas’, cénit del cine de catástrofes, se habían invertido, también en 1974, 12 millones y medio –incluyendo los sueldazos de Steve McQueen y Paul Newman–, y la inminente ‘La guerra de las galaxias’, dirigida por un buen amigo de Spielberg, George Lucas, costaría en 1977 casi 10 millones.
Pero en Hollywood, y en el cine general, importa menos lo que se gasta que lo que se gana. ‘El coloso en llamas’ recaudó 103 millones de euros; la segunda entrega de la saga de los Corleone, ‘solo’ 43 millones, y ‘Tiburón’ ha dado unos beneficios en todo el mundo de casi 425 millones. Es evidente que en inversión y ganancia, la película de Spielberg, en la que pocos veían un posible ‘blockbuster’ de verano, se consolidó como un gran éxito: en el primer fin de semana de estreno en Estados Unidos y Canadá ya había ganado 55.000 euros más de lo que había costado. Solo la superaría la primera entrega galáctica del avispado Lucas, con una recaudación global de más de 689 millones.
Spielberg venía de dirigir una simpática ‘road movie’ de pareja en fuga, ‘Loca evasión’ (1974), protagonizada por una futura estrella, Goldie Hawn. Poco más, aunque uno de sus filmes para la televisión, ‘El diablo sobre ruedas’ (1971), había pasado por las salas de cine convirtiéndose en cinta de culto. Esa fue una de las virtudes del nuevo ecosistema hollywoodiense, permitir que directores sin mucho bagaje, y menos en el cine de gran aparato, como Spielberg, Lucas y Coppola –o el William Friedkin de ‘El exorcista’–, se pusieran al frente de películas de gran presupuesto y factura técnica compleja.
Un efecto demoledor
‘Tiburón’ se estrenó en España en el festival de San Sebastián, en septiembre de 1975, cuando el verano declinaba. Su efecto sería demoledor en todos los rincones del planeta. No solo tuvo varias secuelas –’Tiburón 2′ (1978); ‘El gran tiburón (Tiburón 3)’ (1983), en 3-D; ‘Tiburón, la venganza’ (1987)–, sino que inauguró oficialmente el cine de escualos asesinos que ha mezclado las producciones de serie A con las de serie B –y Z– hasta llegar a la delirante sub-franquicia de ‘Sharknado’ –con los tiburones transportados por el aire a causa de un huracán– y combinaciones varias de tiburones y otros animales, como en la abracadante ‘Skarktopus’ (2010), con una criatura mitad tiburón mitad pulpo. En las dos últimas décadas la moda ha revivido con títulos de terror angustiante como ‘Mar abierto’ (2004), ‘El arrecife’ (2010) e ‘Infierno azul’ (2018), generalmente con gente abandonada en medio de aguas infestadas de tiburones.
La película de Spielberg puso de macabra moda algo que no era exactamente real: los tiburones convertidos en amenaza mortal para los humanos. Los planos subjetivos desde el punto de vista de los escualos ascendiendo hacia la superficie en pos de bañistas confiados creó un género, y una psicosis colectiva. Bañarse en el mar y no pensar en ‘Tiburón’ fue durante años tarea imposible.
Un joven Steven Spielberg, en la boca del tiburón mecánico de la película. / AP
Antes del filme de Spielberg se habían rodado muy pocas películas a partir de este presupuesto temático. De hecho, para los oceanógrafos y científicos, el escualo nunca había representado una amenaza real. Se podía convivir con ellos si no se les molestaba. Spielberg, y el autor de la novela en la que se basa la película, Peter Benchley, acreditado como coguionista, invirtieron ese credo. En la película, con todo, se incluye una secuencia en la que el rudo cazador de tiburones (Robert Shaw) relata a sus dos compañeros de dantesca aventura, el ‘sheriff’ Roy Scheider y el oceanógrafo Richard Dreyfuss, su experiencia en el ‘USS Indianapolis’, el crucero pesado estadounidense que transportó a la isla de Tinián el material fisionable de la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima y Nagasaki. El 30 de julio de 1945, cuatro días después de depositar su carga nuclear en la isla, el buque fue torpeado por un submarino japonés. Los casi 1.200 hombres que cayeron al mar estuvieron cinco días flotando en el agua. Solo se salvaron 316. El resto fue devorado por los tiburones.
Un moderno Ahab
De ahí el odio que el personaje de Shaw, una réplica moderna del capitán Ahab de ‘Moby Dick’, siente por los escualos de todo tipo, odio que rentabiliza económicamente: consigue que el alcalde le pague una importante suma de dinero para matar al tiburón blanco, ya que su presencia en las playas de Amity Island y sus progresivos ataques están dando al traste con la temporada turística. El alcalde mantiene la decisión de tener abiertas las playas pese a lo que le cuentan. Dinero ‘versus’ vidas humanas, otro de los temas que trata la película.

Peter Benchley, en el Acuario de Londres, en julio del 2000 / AP
La secuencia de apertura creó escuela. Ni aletas ni nada de nada. Solo la cámara que sube hasta la superficie al ritmo del ‘ostinato’ submarino compuesto por John Williams. La novela de Benchley era muchísimo más descarnada y ‘gore’ que la adaptación al cine. Salvo el plano en el que vemos en la profundidad del mar una pierna humana cercenada y la escena en la que el escualo clava sus dientes en la barriga del cazador, todo es más sugerido que mostrado en la película, una de las razones de su éxito. También es verdad que Spielberg y su equipo no estaban satisfechos del todo con el tiburón mecánico utilizado en el rodaje. Visto medio siglo después, sigue dando el pego.
‘El ascenso del Leviatán’
El libro de Benchley, publicado en 1974, se titula igual que la película, ‘Jaws’ (‘Fauces’ o ‘Mandíbulas’). Convertido en superventas, animó a Benchley a participar en guion y a escribir otras novelas de ambiente marino o submarino como ‘Abismo’ y ‘La isla’, llevadas también al cine. Reeditada ahora por Planeta como ‘Tiburón’, aprovechando el 50 aniversario del filme, cuenta con interesantes contenidos adicionales extraídos del archivo del autor, como el listado a mano de los numerosos títulos que barajó para el libro (‘Tiburón blanco’, ‘Oscuridad blanca’, ‘Aguas oscuras’, ‘La bestia de Shimmo’, ‘Acecho’, ‘El ascenso del Leviatán’, ‘Réquiem blanco’) y una carta que escribió a uno de los productores del filme, David Brown, comentándole errores del guion.
En esta misiva, fechada el 15 de abril de 1974, el novelista considera que Hooper, el personaje de Dreyfuss, es un capullo pedante, insufrible e ignorante que dice cosas abiertamente falsas sobre los tiburones. Sigue un listado de 13 correcciones, muchas de ellas no aceptadas por Spielberg y los productores. De hecho, Benchley termina la carta diciéndole a Brown que «es posible que decidas convertir esta carta en un avión de papel y lanzarla desde lo alto de la torre». Pese a las desavenencias, la novela sigue siendo un éxito y la película lo ha sido aún más.