Piden paz en Gaza mientras Hamás sigue armado

Desde el inicio de la guerra en Gaza, comentaristas internacionales (y algunos israelíes) han criticado la falta de un plan de Israel para el «día después». Recientemente, Yaakov Katz, exeditor de The Jerusalem Post, se sumó a las voces que instan a los responsables políticos a presentar una visión detallada para la Gaza de posguerra.

Su preocupación es comprensible, pero su timing es erróneo.

Un plan serio para el «día después» debe esperar hasta que la guerra esté más cerca de una conclusión que permita una imagen más clara de los hechos sobre el terreno. Hay una razón por la que el esfuerzo de reconstrucción de posguerra más exitoso del mundo —el Plan Marshall— no se lanzó inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Se implementó en 1948, tres años completos después de que terminó la guerra, y solo después de que un plan alternativo prematuro fuera abandonado.

Ese alternativo, el Plan Morgenthau, propuesto no al inicio de la guerra, sino solo a finales de 1944, buscaba desmantelar la industria alemana y transformar Alemania en una sociedad pastoral, lo que habría causado hambruna y numerosas muertes. Estaba impulsado por el trauma y la retribución más que por un enfoque estratégico. Afortunadamente, se descartó en favor de una visión más racional y orientada al futuro una vez que las condiciones fueron comprendidas.

El Programa de Recuperación Europea, o Plan Marshall, nombrado en honor al secretario de Estado de EE. UU. George Marshall priorizó la recuperación económica, la estabilización política y la transformación ideológica. No se trataba solo de reconstrucción física, sino de reformular el pensamiento. Durante tres años, el ejército de EE. UU. ocupó Alemania y sentó las bases para la reeducación democrática y la desnazificación.

Esta distinción histórica es instructiva. Muchas voces que ahora piden un plan de reconstrucción para Gaza están pasando por alto la condición esencial: un resultado militar decisivo. La infraestructura de Hamás puede estar debilitada, pero su control ideológico sigue intacto. Los gazatíes aún están atrapados entre narrativas enfrentadas. Ninguna iniciativa diplomática puede alterar esa realidad.

Solo la victoria puede hacerlo.

Apresurarse a delinear una gobernanza post-Hamás mientras la guerra continúa no solo es prematuro, sino contraproducente. Fomenta la presión para comprometerse con planes antes de que los hechos estén claros, identificar socios antes de que surjan y diseñar sistemas que luego podrían resultar inviables. La reconstrucción requiere más que recursos; necesita legitimidad y seguridad.

Los eventos en la región están cambiando rápidamente. Hezbolá ha sido degradado y las defensas aéreas de Irán comprometidas. Pocos anticiparon el creciente sentimiento anti-Hamás en la «calle gazatí», o que el 49 % de los gazatíes solicitaría asistencia israelí para emigrar. Con las negociaciones nucleares con Irán tambaleándose y ningún estado árabe ofreciéndose aún para gestionar Gaza, el panorama geopolítico sigue siendo fluido.

Primero debe definirse y lograrse la victoria. Tradicionalmente, estos criterios marcan el fin de una guerra:

  • Derrota militar decisiva: Hamás debe quedar incapacitado para combatir. La movilización actual de las FDI sugiere que la fase final de la guerra podría estar acercándose.
  • Control territorial estratégico: Establecer zonas de amortiguamiento a lo largo de la frontera de Israel y corredores internos que dividan Gaza están consolidando el control.
  • Estrangulamiento económico del enemigo: Israel ha tomado medidas para evitar que Hamás se apodere y se beneficie de la ayuda humanitaria. Un Irán debilitado reducirá el apoyo vital.
  • Destrucción de la infraestructura política: Una encuesta de enero de 2025 del Instituto Palestino para el Progreso Social y Económico encontró que solo el 5,3 % de los gazatíes votaría ahora por Hamás.
  • Aprovechamiento diplomático desde una posición de fuerza, que conduzca a una rendición de facto o de jure.

Nada de esto implica que Israel deba permanecer inactivo mientras espera que se cumplan estas condiciones. La coordinación estratégica y discreta debería comenzar ahora. Israel puede colaborar entre bastidores con EE. UU., la UE y estados árabes moderados, como los Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Jordania y posiblemente Arabia Saudita, para explorar marcos futuros de estabilización. Pero esos esfuerzos deben seguir siendo preparatorios, no prescriptivos.

El desafío más profundo no radica en la política, sino en la educación. La fuerza de Hamás está arraigada en la ideología. Durante décadas, los niños gazatíes han sido criados con incitaciones al odio: en las aulas, en la televisión, en las mezquitas. Reemplazar a Hamás sin desmantelar ese aparato ideológico simplemente invitará a su regreso.

El Plan Marshall tuvo éxito en parte porque abordó este problema de frente. Las estructuras de propaganda de la era nazi fueron reutilizadas para difundir valores prodemocráticos. Los libros de texto fueron reescritos, los maestros fueron capacitados nuevamente y los estudiantes fueron introducidos a nuevos ideales cívicos. Fue un trabajo lento y complicado, pero transformador.

Los escépticos podrían argumentar que Alemania y Gaza son incomparables. Sin embargo, los datos históricos sugieren paralelismos. En las elecciones de 1933, tras la llegada de Hitler al poder, los nazis recibieron el 43,9 % de los votos. Al final de la guerra, ese apoyo se había desplomado. En las elecciones de Gaza de 2006, Hamás obtuvo el 44,5 %. Hoy, recibirían solo el 5 %. Una derrota aplastante puede desencadenar un realineamiento cultural.

Israel debe pensar ahora en términos de generaciones. Una Gaza funcional y pacífica no surgirá semanas después del fin de la guerra. Tomará años. Lo más importante ahora no es apresurarse a publicar un plan, sino crear las condiciones bajo las cuales pueda arraigar y prosperar.

El «día después» debe esperar al día adecuado: el día de la derrota inequívoca de Hamás.

Ganemos la guerra primero. Luego, con el polvo asentado y una visión más clara de los hechos actuales sobre el terreno, podremos envisionar una paz duradera construida sobre esa realidad.

El Dr. Robert Schwartz, psicólogo y exprofesor asistente en la Escuela de Medicina de la Universidad de Pittsburgh, ha publicado investigaciones sobre psicología positiva y comentarios en The Jerusalem PostArutz ShevaThe Christian Science MonitorThe American Spectator y otros.

Robert Schwartz, Ph.D.

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