Como en el anuncio de una boda esperada, como en los «Amiga, no te lo he dicho: voy a ser madre«. Como en los cumpleaños del abuelo o en el primer beso adolescente. Pero multiplicado por 56.000. Decía el escritor Nick Hornby que «ninguno de los momentos que la gente suele describir como los mejores de sus vidas son en modo alguno análogos al éxtasis comunitario del fútbol». Y el Villamarín esta noche ha rozado el cielo durante 45 minutos.
Los primeros gritos de euforia no tardaron en llegar. Nueve minutos después del comienzo de la final, concretamente. El zurdazo cruzado de Abde tocó la red de una de las porterías del Tarczyński Arena. Gol. Y a 2.700 kilómetros de Breslavia cientos de béticos se abrazaban locos de alegría.
Cada falta no pitada era un enjambre de cigarras. Cada ocasión fallada, un lamento masivo. Tiro a la escuadra de Bartra, estirada de Jörgensen. El minuto de descuento de la primera parte –dominada de principio a fin por el Betis– parecía eterno. Uno a cero a favor de los verdiblancos. Tocaba aguantar.
Una segunda parte de decepción y llanto
La calor –en femenino, claro– apretaba en la avenida de la Palmera más allá incluso de las diez de la noche, ya en la segunda mitad. Y apretó más en el minuto 65, con el primer tanto del Chelsea, de Enzo Fernández. Pero no se arredró el templo heliopolitano: «Dale, Betis, Betis, alé», corearon de inmediato todos los aficionados.
Todavía quedaba, sin embargo, soportar otro golpe aún más fuerte. En el 70, gol de Jackson: 1-2 para los londinenses. Ahí ya el desánimo se propagó por el Benito Villamarín. Los nervios se apoderaban de los asientos, y hasta al gol sur, habitual garganta bética, le costaba tirar de los suyos.
Poco después, en el minuto 81, el tercero del equipo blue, Jadon Sancho. En fila y con la cabeza gacha empezaron a abandonar el estadio los primeros béticos. En el añadido, el cuarto. Los que aún mantenían la esperanza de levantar el trofeo de la Conference League, bajaron la cabeza en señal de decepción. Las lágrimas de rabia empezaron a aparecer.
Sentados en preferencia se lamentaban Dimas Martín y Pablo Parrilla, amigos unidos por la pasión verdiblanca. El candor de Javi Gómez y Clara García, dos jóvenes que estrenan noviazgo, se tornaba triste. «O vivíamos esto los dos juntos, o ninguno», decían al inicio del encuentro.
Poco antes de conocer la derrota final, Mariló Díez, acompañada de su marido e hijos, resumía bien el estoicismo de las 13 barras: «Es difícil ser del Betis, siempre nos han dado caña. Pero merece la pena por días como hoy«. «Y si perdemos, da igual: hemos estado al menos en las puertas del cielo».