Un fémur para un buen caldo

Si no fuera porque habitamos tiempos de cierta opulencia, cabría pensar que el fémur que se precipitó al vacío desde un piso en la plaza de la catedral de Oviedo podría ser el sustento de un “sustanciero”, personaje que en la posguerra paseaba por las calles un hueso de jamón atado a un cordel y a cambio de unas perras lo alquilaba durante unos segundos, introduciéndolo en las ollas de los pobres para darle sabor al caldo. Así se alimentaba la gente que estaba en los huesos, que no tenía un ceneque que echarse a la boca.

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