Con la letra L, la duodécima de nuestro abecedario, se escriben y comienzan muchas palabras. Una de ellas podría ser Leyenda, entre ese primer grupo y por ejemplo Lola, entre el segundo. Dos, en este caso, que se conjugan perfectamente en común para hablar de una deportista ejemplar; Lola Riera.
Hace pocas fechas, el Ayuntamiento de València, la recibía para galardonarla por su excelsa trayectoria. Allí, la alcaldesa de la ciudad, al diseccionar lo que ha sido hasta la fecha su carrera deportiva, dejaba clara y bien definida lo que es la brillante trayectoria de una de las competidoras más grandes que ha visto nacer la capital del Turia.
Y es que Lola es Leyenda. Leyenda de su deporte, el hockey hierba, pero también del deporte en términos generales, tanto a nivel local como nacional.
Con más de 200 entorchados con la elástica nacional y siendo la máxima goleadora en la historia de la propia selección española, tres participaciones en Juegos Olímpicos, entre otros muchos torneos internacionales de primer nivel, no hacen más que corroborar la perfecta definición que hace la palabra Leyenda sobre ella. Una de las figuras más destacadas de un equipo que vivía una de las épocas más brillantes con la primera medalla femenina en una Copa del Mundo, lograda en la edición celebrada en Londres 2018 o la del mismo metal obtenida en el Campeonato de Europa de 2019, siendo en Amberes la tercera y última conseguida hasta la fecha en esta competición.
Ahora, en el tramo final de su carrera, Lola encara sus próximos pasos en la medicina. Una vocación y un futuro profesional que definen a la perfección lo que son sus valores mostrados durante estos. El sacrificio, que la ha llevado a crecer constantemente y llegar a la élite mundial de un deporte cada vez más exigente. La humildad, que pese a las ofertas recibidas, la mantuvo en un club modesto como la Complutense, el equipo de su vida desde que abandonó su casa siendo una adolescente y al que hizo grande entre los transatlánticos que suelen mandar en el hockey doméstico. La superación, como cuando tomó la decisión de marcharse a los Países Bajos, donde medirse allí ante las mejores del mundo y seguir creciendo como jugadora. El esfuerzo, para ir mejorando su arrastre y convertirlo en demoledor para las defensas y porteras, haciéndolo dominante tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. La resiliencia, que la llevó a trasladarse a tierras holandesas, justo con su segunda liga bajo el brazo y demostrar que aún tenía hueco en una selección que le había cerrado las puertas, a la cual retornaría para poner su epílogo en la cita olímpica del pasado verano celebrada en París.
Pese a que Lola se convierta en la doctora Riera, a buen seguro seguirá siendo el stick la prolongación de su brazo el resto de su vida. Ese palo alargado que arrastraba a duras penas desde época imberbe, cuando acompañaba a Rodolfo, su padre, a esa fábrica de talento y sueños que es el Polideportivo Virgen del Carmen, conocido coloquialmente como Beteró.
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