Concierto de Quevedo, Estadio Gran Canaria / José Carlos Guerra / LPR
La música, esa manifestación artística que trasciende generaciones, culturas y estados de ánimo, ha entrado en una fase de extravío, de desvarío. Uno de los ejemplos más flagrantes de esta deriva es el fenómeno Quevedo. Un joven que ha logrado llenar estadios, acumular reproducciones por millones y convertirse en referente de una juventud que, lamentablemente, parece haber perdido el oído, y el norte, en cuanto a lo que se refiere a calidad musical.
La primera vez que oí hablar de Quevedo fue a mis sobrinos Ale y Paula, quienes me preguntaron si me gustaba. Pensando que se trataba de un súbito interés literario, me lancé entusiasta con el clásico: «Érase un hombre a una nariz pegado, érase una nariz superlativa, sayón y escriba». Sus caras de desconcierto fueron demoledoras. No conocían esa letra del rapero. Aquella confusión generacional me dejó perplejo. Aquel día entendí que nos separaba más que una brecha de edad: nos separaba un abismo cultural.
El listado de letras de Quevedo, que rozan lo inadecuado, por su pobreza lírica, su tono vulgar o su agresividad sonora, es tan amplio como descorazonador. Sus pobres temas jamás podrán relegar a la poesía de Sabina, las letras de Pablo Milanés, de Silvio Rodríguez, la crudeza romántica de Cohen o el arte de Queen. Este imberbe es una oda al desapego emocional, vacío de talento musical y rico en autoindulgencia, que canta con un tono que recuerda más a un berrido gutural que a una voz entrenada. Quevedo jamás canta. Vocifera con un tono ronco, histriónico y poco trabajado, recuerda al mugido de un hipopótamo en celo más que a una interpretación musical.
El colmo del despropósito llegó en su último concierto en Gran Canaria, donde intentó, sin maldad, a buen seguro, mezclar su estilo con la música tradicional canaria de los Gofiones. Una mezcla indigesta en la que parte del público fue incapaz de seguir las letras de la agrupación folclórica.
¿Dónde quedó el placer de una tierna melodía? ¿Dónde están las guitarras y pianos, los arreglos, la armonía, la emoción contenida de una voz que sabe narrar sin gritar? Confío en la certeza de que en millones de hogares sigue viva la música de verdad. No es nostalgia, es calidad. Una calidad que no tiene ni tendrá el bueno de Quevedo. Este chico tiene todo el derecho a hacer lo que quiera. Que el público lo consuma es otra cosa. Pero que no nos lo vendan como arte de altura. Suerte al ex claretiano y, por favor, vete por la sombrita. Porque a la música, esa con mayúsculas, aún le queda mucha luz por delante y se impondrá a los Quevedos y a esa generación desafinada.