La esperanza para tratar adicciones al alcoholismo en la histórica comunidad terapéutica de Cáritas Diocesana de Canarias en el Valle de Agaete (Gran Canaria), que cerró sus puertas en diciembre, ya va tomando una nueva forma en un nuevo edificio ubicado en Las Palmas de Gran Canaria como centro de día. Yolanda Rodríguez, trabajadora social y responsable del proyecto Esperanza de la institución religiosa, explica que aún van «despacito», gestionando las numerosas solicitudes de personas que quieren recibir el tratamiento para rehabilitarse y adaptándose al nuevo espacio. En principio, cuentan con un grupo de nueve, aunque podrán ser ampliables.
«Fue un tránsito entre el dolor y la ilusión«, explica Rodríguez, quien estuvo al frente de Casa Esperanza durante sus últimos años. «Fue un proceso costoso porque significaba terminar una forma de funcionar y una etapa que fue muy importante. Estamos muy orgullosas de ese tiempo, de lo que se vivió, de lo aprendido, de las experiencias de las personas que pudimos ayudar», agrega. Pero afronta el nuevo periodo como «una oportunidad» para explorar «otras opciones y posibilidades» con las que acompañar en el proceso de rehabilitación.
La diferencia fundamental es que el proyecto Esperanza de Cáritas ya no cuenta con una atención residencial, es decir, las personas no podrán pasar su proceso en régimen interno. Ahora, en el inmueble habilitado en el barrio capitalino de Lomo Blanco, donde además deben compartir el espacio con las personas atendidas en el proyecto Alojamientos Alternativos para personas sin hogar, será «casi como un horario laboral», indica Rodríguez. El proceso para acceder comienza en la sede de la institución religiosa en el barrio de Escaleritas, punto central del proyecto Esperanza con su atención ambulatoria.
El diagnóstico
«Es donde se hace el diagnóstico, la desintoxicación, la parte motivacional o el acompañamiento psicológico. Esa es la base del proyecto. Y si es necesario un tratamiento más intensivo, se recurre al centro de día, que está pensado para que estén muchas horas aquí, desde por la mañana hasta pasada la hora del almuerzo», abunda Rodríguez. En este sentido, reconoce que el riesgo de recaída puede ser mayor al no contar con un servicio residencial, «pero en realidad todas las personas que empiezan aquí, por eso estamos siendo tan selectivos, tienen un compromiso de dejar de consumir o de tener comportamientos adictivos«, agrega.
La idea es la misma: «La adicción es algo crónico, es una enfermedad que no se cura y hay que aprender a vivir con ella sin el riesgo de recaer», detalla Rodríguez. Y esta se detecta, especialmente, tratando de responder a la motivación que lleva al alcohol. Rodríguez cita un caso de una persona que solo tomaba una cerveza al día, pero lo sentía como una necesidad ligada a un estado de ánimo, o de otra persona de más de 60 años con una vida estructura que consumía tan solo una vez cada seis meses, pero lo hacía de forma compulsiva y se destrozaba.
«Es el motivo por el que tú bebes, porque te quieres desahogar, porque necesitas salir de la sensación que tienes o porque realmente hay una ansiedad, algo que te está preocupando y necesitas desconectar. Ahí ya hay un problema de abuso mínimo. Y cuando se convierte en una costumbre es una adicción«, señala Rodríguez.
El tratamiento
Para ello, el tratamiento que ofrece Cáritas combina la terapia cognitivo-conductual para entender cómo funcionan los hábitos, el pensamiento y las emociones, con actividad física y métodos creativos a través del arte, la música o el baile. «Que la persona tenga su propia estructura de vida, que va descubriendo a través de la vivencia y no tanto desde la palabra«, especifica Rodríguez.
También se idean toda clase de actividades lúdicas, desde biodanza a montar a caballo, senderismo, teatro a crear pequeñas obras de arte con plastilina. Y se trabaja, especialmente, la gestión del tiempo libre, «que es el peor enemigo», apunta Rodríguez. «Tienen que atar muy bien las actividades: que van a hacer, con quiénes o cuánto dinero se van a gastar. Intentamos acompañarles en llevar un estilo de vida más o menos estructurado que les pueda ayudar a fortalecer la abstinencia y a tener la mente centrada para que puedan tomar buenas decisiones«, resume.
«Estamos dando nuestros primeros pasos y la experiencia que traemos detrás nos ayuda un montón, también tenemos mucho que aprender, pero este proyecto lo pensamos mucho más abierto y personalizado», agrega Rodríguez. Además, considera que un centro de día puede suponer una ventaja para determinados usuarios que no quieran vivir con el estigma o necesiten las tardes para otros asuntos. Aunque también se dispondrá de unas cuatro camas para aquellas personas que lo puedan necesitar. «Realmente aquí lo grave es dejar sin una comunidad terapéutica a personas que puedan necesitarla», lamenta Rodríguez.
La Casa Esperanza
A Gloria Santana le dieron el alta de la comunidad terapéutica Casa Esperanza el 28 de agosto de 2024, unos 21 días antes de los cinco meses estipulados de rehabilitación por el equipo de Cáritas. «Se lo dije a mi psicóloga, que estaba muy enfadada porque esos 21 días eran muy importantes para mí», recuerda Santana. Se aceleró su proceso ante el inminente cierre del inmueble, pero este no se llevó a cabo sin que los últimos usuarios ingresados acabaran su proceso terapéutico.
Santana defina su estancia de cinco meses en la Casa Esperanza como un aprendizaje profundo. «Necesitaba un cambio radical y alejarme de todo», dice. Marcada por una profunda depresión, el peso de múltiples responsabilidades terminaron por desbordarla. «Todo el mundo me reclamaba tenía muchos frentes abiertos». Y recurrió al alcohol como refugio «para callar todo eso, porque ya no podía más».
Al principio, el consumo silenciaba su mente y la adormecía, le proporcionaba una falsa tranquilidad. Pero ese alivio se transformó en una cárcel cuando perdió el control y tuve efectos negativos en su vida diaria. Fue entonces cuando decidió buscar ayuda. A través de un colectivo llegó a Cáritas y poco después, hizo una enorme maleta para ingresar en la Casa Esperanza.
La salida
«Entré eufórica y con miedo, que disimulaba con alegría«, rememora, «iba a convivir durante cinco meses. Dios, ¿quién aguanta cinco meses?». Reconoce que fue un proceso difícil y doloroso. «Es una guerra, es una guerra propia y una guerra con lo que he estado acostumbrada durante tiempo y me hacía mal». Pero detalla que día a día fue entendiendo lo que realmente necesitaba: priorizarse, centrarse en ella misma y marcar límites.
«Aprendí a valorar todas las actitudes que tenía, en lo que valía, en lo que era buena, en lo que era mala. Me acuerdo mucho de una frase que me dijo Yolanda: hay gente que va a salir aprendida y hay gente que no. Tú eres la que tienes que elegir”, explica.
Aunque el cierre del recurso fue un golpe duro, Santana reflexiona que «aquello era un lugar, pero el lugar lo formamos nosotros, los profesionales y los compañeros«. Además, continúa con su proceso en la sede de Cáritas de Escaleritas, con terapia, acompañamientos y actividades grupales, y sabe que siempre seguirá en él. «Ahora que ha pasado un tiempo, ya estoy viendo la realidad y cómo afecta. Pero tengo herramientas. Incluso algunas las hago sin pensarlas. El poner límites, el cambiar un poco el chip de la forma de pensar, el saber dónde están los problemas, el autoconocerte, el saber que la vida no cambia, pero cambias tú», detalla.
Hoy, desde las instalaciones de Cáritas en Lomo Blanco, Santana cuenta con herramientas para afrontar otras adversidades y aspira a «estar tranquila». Se plantea incluso ser voluntaria para ayudar a otras personas con adicciones. «A mí me encanta llevarle alegría a la gente». En este sentido, reivindica la importancia de tener el coraje suficiente como para reconocer que el problema existe y pedir ayuda. «Si puedo, voy a ayudar todo lo posible, pero dentro de mis posibilidades», concluye, buscando la complicidad de Yolanda y riéndose.
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