Cuenta el diplomático jubilado Inocencio Arias, escritor puntilloso y madridista acérrimo, que el presidente Bush soltaba en ocasiones verdades de perogrullo: “Hay que tener una política exterior orientada hacia el extranjero”. Lo cual resulta una obviedad, salvo para el Gobierno de España, que supedita la diplomacia a los intereses de andar por casa, que en al actual momento pasan por mantener en pie y a toda costa los palos del sombrajo.
Los asuntos exteriores se han convertido en una prolongación de los interiores, lo que consiste en dar palos de ciego de puertas a fuera en favor de la salvaguardia del palacio sin barrer del mandamás. Caigan en la cuenta que abrazamos fraternalmente a Zelenski mientras adquirimos el gas de Putin; proponemos, tras la amenaza de los aranceles de Trump, un acercamiento al mercado latinoamericano después de haber envenenado las relaciones con México y Argentina, mirando, eso sí, hacia otro lado cuando se trata de la dictadura de Maduro; criticamos el militarismo judío y la masacre en Gaza, pero le compramos armas a Israel; y no nos va mejor con el mundo árabe, si cabreamos con razón a Argelia por bajar la cabeza ante Marruecos y sus intenciones aviesas con el Sahara…
Mientras, la Asociación de Diplomáticos denuncia que los nombramientos de embajadores se llevan a cabo mediante decisiones arbitrarias y antojadizas en las que prima el amiguismo. La acción exterior se ha convertido en una nueva extensión del sanchismo, que no contento con colonizar las altas magistraturas del Estado pretende hacer lo mismo con las embajadas.
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