Que la memoria humana retiene en mayor proporción los acontecimientos particulares sobre los colectivos es algo que parece fuera de duda. Podemos recordar cómo se llamaba el caballito de cartón que nos regalaron para Reyes Magos hace unas cuantas décadas atrás, pero no los nombres de los dictadores que por entonces regían el mundo. Podemos recordar dónde nos sorprendió el golpe de Estado del 23-F, pero no el orden ni las sentencias de los juicios contra sus acusados. Podemos recordar nuestra primera cita de amor, pero no la primera cita de las urnas para ir a votar.
En ese orden de limitaciones, el político abyecto, como lo son Vladimir Putin, Nicolás Maduro, Bin Salman o Donald Trump, encuentran en el tiempo el mejor aliado.
No tanto en el tiempo, propiamente, como en su olvido, en ese defecto humano de relegar a una zona muerta las razones comunes que derivaron en episodios sociales cuya gravedad –incluso, cuyo sentido– principia a desvanecerse en el pasado.
Casi nadie, por ejemplo, parece recordar que hace poco más de una legislatura Trump alentó un ataque salvaje contra el Capitolio de su país, o que se vio envuelto en salvajes orgías de sexo con prostitutas que acabaron denunciándole, o en negocios asimismo cimarrones que le llevaron a las puertas de los Juzgados. Casi nadie recuerda ya el asesinato del periodista Khashoggi en dependencias oficiales del régimen de Arabia Saudí ni la tortura y muerte de Navalni en una prisión polar de los sátrapas del Kremlin. Comienza a olvidarse que hace unos pocos meses Maduro violó todas las normas democráticas trampeando las urnas para continuar en su dictadura bananera, mofándose de los venezolanos y de medio mundo. Y así podríamos seguir acumulando ejemplos cada vez más recientes, porque los remotos yacen en los silenciosos sepulcros de la desmemoria.
En España, el PP estaba casi logrando hacer olvidar que la corrupción arrasó primero el gobierno de Aznar y luego el de Rajoy cuando un espectro del pasado, el valenciano Camps, la ha devuelto al presente.
Por su parte, Pedro Sánchez cuenta los días para que los casos de corrupción que le rodean se vayan oxidando, perdiendo visibilidad.
Unos y otros confían en su gran aliado: el tiempo. Y en su mejor (para ellos) consecuencia: el olvido.