-A la hora de ser solidarios los músicos siempre están ahí.
-La solidaridad es consustancial con la profesión y la vocación de músico, y es lógico, porque la música bendice casi todo y da para mucho. Tenemos mucha demanda para este tipo de proyectos y, a veces, incluso los motivamos nosotros mismos. Un concierto tampoco le va a dar a las víctimas los miles de millones que se necesitan para recuperarse de la desgracia, pero es muy importante que la gente se sienta apoyada y que no muera el tema de las ayudas, que parece que muchas no llegan.
-¿Cómo ha vivido desde fuera lo que ha ocurrido en Valencia con la dana?
-Con admiración a la generosidad de los voluntarios, que es también el objetivo de este concierto, resaltar su trabajo. La dana se vio como un horror y ahora se ve que somos una sociedad muy sensible a la hora de reaccionar, pero luego la cuestión burocrática no funciona al mismo nivel que los sentimientos.
-¿Le recompensa la sociedad a los músicos ese carácter solidario?
-Sí y no. La gente sabe que cuando hubo la pandemia, los músicos salimos a los balcones, a las calles y en cierto modo, creo yo que lo reconocen. Ahora, ¿que haya un reconocimiento explícito? Pues no, somos un país que devoramos el éxito. Cuando se hace una cosa muy buena, inmediatamente le vemos el lado negativo.
Valencia VLC Entrevista al músico Luís Cobos en el Palau de la Música. / Daniel Tortajada
-A los ocho años entró en la Filarmónica Beethoven, a los 15 fundó la Escola Almia Loyola y con 19 era profesor de música. Pero sus primeros discos los grabó con Conexión, su grupo de pop soul. ¿Qué le atraía del pop que no encontraba en la música clásica?
-Yo soy caballo de buena boca. Me gustan muchas cosas diferentes. Con 16 o 17 descubrí que el soul, el rhythm and blues, con sus cantantes, coros, cuerdas, metales e instrumentos rítmicos, es una síntesis de la música orquestada. En los 70 estuve con el grupo Conexión y en los 80 estuve en la movida.Yo me había ganado cierta reputación y me llamaban para ser director musical o productor. Y eso me permitió trabajar con Mecano, con el primer disco de Sabina, con Plácido Domingo, con grandes cantantes y gente que empezaba.
-Siendo usted músico de conservatorio, ¿sentía que se estaba rebajando al trabajar para gente que no sabía leer una partitura?
-No, para nada. Para mí hay música buena y música mala. Muchísimas melodías que se resuelven con pocos instrumentos, pueden convertirse en oberturas, sinfonías y música grande. Hacer un pasodoble, una samba, un fado bien no es tan fácil, y si uno tiene la mente abierta enseguida se da cuenta de eso. Mecano, por ejemplo, tenía ideas fantásticas, pero no sabían cómo ordenarlas. Las ideas eran suyas y yo les ayudaba a ordenarlas, como hacía George Martin con los Beatles.
-¿Diferencia entre música culta e inculta?
-El término de música culta no lo reconozco. Hay música buena y música mala, música desarrollada, orquestal, sinfónica, de partitura, de talento, de inspiración e improvisación… A mí me gusta la música que transmite sensibilidad y emoción. La que no es emocional, la música fría, muy técnica, no me interesa.
No hay música culta e inculta. Hay música buena y música mala
-Tequila, la Orquesta Mondragón, Antonio Flores, Obus, Tino Casal, Mecano, Sabina, Isabel Pantoja… ¿Quién diría que es el más talentoso de los artistas con los que ha trabajado?
-Va por barrios. Sabina es un genio que le da la vuelta a los textos como no lo hace nadie. Saber sintetizar en 25 segundos y dos estrofas una historia, como hace él, es tremendo. La experiencia con Mecano fue muy buena porque eran unos chicos que iban al colegio, que venían al estudio en pantalones cortos y calcetines y con ellos me encontré ideas que me hicieron pensar mucho. Me gustó mucho trabajar con Tino Casal, que era un cantante con una extensión de voz como no he conocido otro. Antonio Flores quería que “No dudaría” fuera una canción heavy, hasta que le hice ver que si a esa canción, si le metíamos un piano y una cuerdas, sería un éxito fantástico. Él no quería, decía que los violines eran de música de ascensores, hasta que le puse “El verano” de Vivaldi y dijo ‘¡pero si esto es heavy!’… Por gente así para mí fue tan atractivo trabajar en el pop y el rock.
Yo lo que quería es que la música clásica se oyera en los coches y en las casas, que no solo fuera para una élite.
-¿Fue cuando se dio cuenta que a la música clásica y a la zarzuela se le podía dar esa patina de pop con la que vendió tantos millones de discos?
-Sí, me di cuenta de que si grababa un disco de música clásica sin meterle un componente moderno, lo iban a poner una vez al mes en Radio Nacional y ya está. Y yo lo que quería es que la música clásica se oyera en los coches y en las casas, que no solo fuera para una élite. Le puso el ritmo continuo aunque detrás había un trabajo muy grande. E hizo boom, vendió un millón en España y un millón fuera y a partir de ahí puse a hacer discos de mil y una formas. Aunque tuve ocho números unos, lo que más me alegra es haber conseguido que muchos de los músicos con los que toco me digan que se dedican a esta profesión porque su padre ponía mis discos en el coche.
-¿Le dolían las críticas que recibía de los más puristas?
-Lo que más me dolía es que no tuvieran la inteligencia suficiente para pensar que la persona que hacía esos discos tenía un propósito. Yo no era un ignorante, todo lo contrario. Lo que yo hice algo que no se había hecho y que tenía un sentido no elitista. Pero toda esa gente que me criticó ahora son compañeros míos y me llaman para que trabaje con ellos. Han descubierto que detrás de esos discos había un músico con una formación y que consiguió su propósito de hacer popular ese tipo de música.

Valencia VLC Entrevista al músico Luís Cobos en el Palau de la Música. / Daniel Tortajada
-Y después de no salir durante años de un estudio, ¿cómo llevó que todo el mundo lo reconociera por la calle con su bigote y su melena?
-Yo pasé del brillo a la sombra y de la sombra al brillo, porque con ocho años yo ya era solista en el coro de mi pueblo y las madres le decían a sus hijos: mira, tienes que ser como Luisito. Era como el Mick Jagger de mi pueblo. Luego llegué a Madrid, monté un grupo con el que grabamos buenos discos y actué mucho. Después ya me metí en el estudio para trabajar para los demás hasta que tuve la oportunidad de grabar el disco de zarzuela y vino la popularidad. Pero esa popularidad nunca la he ostentado como un logro personal. El éxito es una novia infiel y absorbente que te toma y te deja sin que tú puedas hacer nada. La suerte tiene mucho que ver en la vida de los artistas y de toda la gente.
A los músicos les digo que no hagan reguetón si no quieren, pero que estudien cómo Bad Bunny vende entradas para llenar diez estadios en la misma ciudad
-¿Considera entonces que ha tenido suerte?
-Sí. Y no poca, mucha. Estaba en el momento adecuado, en el sitio adecuado, y ocurrió lo que tenía que ocurrir. Muchísimas veces estás en el sitio adecuado, no ocurre, llueve, hay cualquier problema, tienes un proyecto y no se realiza. Sí, he tenido mucha suerte, pero también he trabajado mucho.
-Usted ha acercado la música clásica a la zarzuela, a la música mexicana, a la rusa, a la tropical… ¿Se atrevería de aquí a unos años a hacerlo con el reguetón?
-El fenómeno del reguetón ha tenido algo muy positivo y es que unos artistas latinos han podido saltarse la barrera insondable de las multinacionales y de la música sajona y convertirse en los más afamados y más escuchados del mundo. Han competido, han cambiado las tendencias, han hecho bum y se han impuesto a la música en inglés. A los músicos con los que hablo les digo que no hagan reguetón si no quieren, pero que estudien cómo Bad Bunny, que estaba hace cinco años en Nueva York con tres mil dólares en el banco, hoy vende entradas para llenar diez estadios en la misma ciudad.

Valencia VLC Entrevista al músico Luís Cobos en el Palau de la Música. / Daniel Tortajada
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