Estados Unidos se ha caído del pedestal. La agencia de calificación de deuda Moody’s es la tercera de las tres grandes que ha retirado el rating de triple A (AAA) a la deuda de EEUU, expulsándola del club de la matrícula de honor en solvencia del que aún son miembros Australia, Alemania, Canadá, Dinamarca, Suecia, Suiza, Singapur, Noruega, Países Bajos y Luxemburgo. Standard & Poor’s ya le retiró la triple A en 2011. Fitch hizo lo propio en 2023. Por primera vez en la historia, las tres grandes agencias de rating han rebajado la calificación de EEUU por debajo de su máxima calificación.
«El Tío Sam ya no es AAA», decía esta semana en su comentario la firma de inversión eToro. La decisión de Moody’s puede ser un golpe simbólico al prestigio financiero del país —pues era la última agencia que la mantenía—, pero, tal como subraya la aseguradora AXA, «pone de relieve el enorme desafío fiscal al que se enfrenta el país» por la bola de nieve de su endeudamiento.
La duda, ahora, es si los llamados ‘vigilantes de los bonos’ estarán dispuestos a entrar a saco en los mercados financieros para imponer su propia disciplina mediante la venta masiva de deuda estadounidense. Hay quien, como Pedro del Pozo, director de inversiones financieras de Mutualidad, advierte de que «lo que se empieza a cuestionar es algo mucho más profundo: el llamado excepcionalismo estadounidense«.
El aldabonazo anunciado por Moody’s el pasado 16 de mayo, aunque esperado por muchos, refleja la creciente desconfianza de los inversores en una economía altamente endeudada y abocada a estarlo aún más si el presidente Donald Trump logra sacar adelante su ‘Una gran hermosa ley’ -‘One Big Beautiful Bill’, que es como se llama oficialmente-, de rebajas fiscales.
De momento el proyecto de ley ha salido adelante este jueves en el Congreso por un solo voto y ya va camino el Senado. La ‘Una gran hermosa ley’ prorroga las rebajas fiscales que el propio Trump introdujo en 2017 -con la ley de reducción de impuestos y empleo (TCJA por su sigla en inglés)-, añade otras nuevas (como la exención de propinas y horas extras) e incorpora algunos recortes de gastos (como los del seguro médico ‘Medicaid’).
La situación fiscal de EEUU se ha deteriorado en los últimos años, desde la promulgación de la ley fiscal de 2017 y la posterior factura del covid, pasando de 14 a 30 billones de dólares en 2025.
Los actuales datos de la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO por su sigla en inglés) anticipan que la deuda aumentará en 22 billones de dólares durante los próximos 10 años, y la relación deuda/PIB alcanzará el 156% en 2055 (frente al 100% de 2025). Según los cálculos más recientes de la oficina presupuestaria, con la ‘Una gran hermosa ley’ el déficit fiscal aumentará en casi 2,4 billones durante la próxima década.
Un análisis publicado esta semana por la Oficina del Presupuesto del Congreso (CBO) muestra que si la prórroga de ley de reducción de impuestos y empleo (TCJA) sale adelante, la deuda pública alcanzará el 214% del PIB en 2054. Esto es 47 puntos porcentuales más que en el escenario en el que esta disposición expira a final de año, según lo previsto, y muy por encima del nivel de 2024 del 98%, según destaca la ‘Peterson Foundation’. «Hacer permanentes esas disposiciones llevaría a casi duplicar el déficit anual en relación con el PIB, del 6,3% este año al 12,3% en 2054», concluye la fundación Peterson.
«Si bien reconocemos las importantes fortalezas económicas y financieras de Estados Unidos, creemos que estas ya no contrarrestan totalmente el deterioro de los indicadores fiscales«, dijo Moody’s para justificar la rebaja de la calificación de la solvencia de la deuda de EEUU el pasado 16 de mayo.
La rebaja de la calificación por Moody’s no solo es consecuencia del elevado endeudamiento; también, como una pescadilla que se muerde la cola, puede devenir en causa de un deterioro fiscal mayor: la decisión de la agencia puede contribuir a elevar el tipo de interés de los bonos americanos, agravando la espiral de déficit y deuda de los Estados Unidos.
De momento, durante la primera semana después del anuncio de Moody’s, los mercados ya han reaccionado penalizando los bonos estadounidenses con una subida de los tipos de interés. Aunque el castigo no ha sido severo, sí ha sido suficiente para devolver el bono a 10 años a un tipo de interés por encima del 4,5% (el listón que provocó la turbulencia del 9 de abril, que acabó obligando a Trump a paralizar durante 90 días sus ‘aranceles recíprocos’). El bono a 30 años está superando estos días el 5% por primera vez desde noviembre de 2023. No son niveles récord de tipos de interés. La cuestión es que ahora se aplican sobre un volumen de deuda mucho más elevado.
Fotografía de archivo en donde se ve el logotipo de la calificadora estadounidense Moody’s / EFE/Juan Ignacio Roncoroni
«La rebaja en la calificación ha tenido un impacto directo en el mercado de renta fija porque los inversores exigen mayores rendimientos para compensar el aumento del riesgo percibido, lo que ha provocado una caída en los precios de los bonos existentes. Este fenómeno se ha traducido en un aumento de la prima de riesgo de EEUU frente a Alemania y el resto del mundo», advierte Juan José del Valle, analista en Activotrade SV.
En principio, tal como afirmaba la firma de inversión Robeco al principio de esta semana «no se espera que la rebaja de la calificación de los bonos del Tesoro de EEUU realizada por Moody’s provoque turbulencias en el mercado». Y aunque «la rebaja de la calificación puede contribuir a la tendencia de ‘vender América’«, Robeco no cree que ello vaya a ser «el catalizador que la acelere».
La rebaja de la calificación crediticia de EEUU «abre una serie de interrogantes que van mucho más allá de la volatilidad a corto plazo», analiza Pedro del Pozo, director de inversiones financieras de Mutualidad. «Lo que se empieza a cuestionar es algo mucho más profundo: el llamado excepcionalismo estadounidense«, añade.
El «excepcionalismo» al que alude Del Pozo tiene que ver con la consideración de «activo refugio» de la que siempre ha gozado tanto el bono estadounidense, como su moneda, el dólar. Siempre que la coyuntura presentaba su peor cara, el dinero acababa huyendo al refugio seguro de los bonos o del dólar. Sin embargo, este principio parece haber entrado en crisis. Se comprobó con total claridad a principios de abril, cuando Trump anunció sus ‘aranceles recíprocos’ contra el resto del mundo. La incertidumbre provocó, no un flujo de dinero hacia el tradicional refugio de los bonos del Tesoro de EEUU, sino una fuga desde estos hacia mercados considerados más fiables, como Alemania. La consiguiente subida de los tipos de interés del bono estadounidense alarmó a la Casa Blanca y Trump se vio forzado por los mercados a aplazar en 90 días la entrada en vigor de sus «aranceles recíprocos».
En medio de esta tregua arancelaria, lo que se ha puesto en el foco es el difícil encaje de las rebajas de impuestos anunciadas por Trump dentro del mar de deuda que amasa EEUU. «La rebaja de la calificación de la deuda de EEUU por Moody’s no es una sentencia, pero sí una advertencia sobre los límites de la sostenibilidad fiscal», afirma Pedro del Pozo.
«Los movimientos del Tesoro en abril demostraron que ese periodo de excepcionalismo estadounidense empieza a perder fuerza», comparte Matthew Amis, director de inversiones en Aberdeen.
Mientras crecen las dudas sobre la sostenibilidad de la deuda de EEUU, y ante la posibilidad de que las decisiones de Trump no hagan sino aumentar el endeudamiento, los llamados ‘vigilantes de los bonos’ (‘bond vigilantes’) se preparan por si son ellos quienes han de acabar imponiendo la disciplina de mercado sobre las políticas públicas. Ya lo hicieron en abril pasado, cuando, mediante la venta masiva de bonos y la consiguiente subida de tipos de interés, obligaron a Trump a suspender sus «aranceles recíprocos». También lo hicieron cuando forzaron la dimisión de la entonces primera ministra del Reino Unido, Liz Truss, por entender que su plan de recorte de impuestos iba contra la sostenibilidad de las finanzas públicas. Tiempo atrás hicieron lo propio en la crisis de deuda del euro, aplicando la misma ‘medicina’ sobre la deuda de Grecia, Irlanda, Portugal o España, antes de tener que ser rescatados por la Unión Europea.

Dos operadores financieros en la sede de la bolsa de Wall Street, en Nueva York. / EFE / Justin Lane
La expresión ‘vigilantes de los bonos’ fue acuñada por el economista Edward Yardeni en la decada de 1980 para describir la forma en que los inversores en el mercado de bonos ejercen presión sobre los gobiernos. «Si las autoridades fiscales y monetarias no regulan la economía, los inversores en bonos lo harán», escribió.
No constituyen una organización formal, sino un conjunto de inversores (grandes fondos de inversión, bancos, aseguradores, inversores institucionales, etcétera) que participan activamente en la compra y venta de bonos soberanos. Si deciden dejar de comprar determinados bonos u optan por una venta masiva de ellos provocan una caída de sus precios y la consiguiente subida de los tipos de interés (los Estados deben pagar más para colocar sus títulos), aumentado el costo de endeudamiento para los gobiernos. Actúan así para proteger el valor de sus inversiones pero, de paso, imponen la disciplina del mercado en las políticas públicas.
De momento, los ‘vigilantes de los bonos’ no han entrado a saco para frenar una posible deriva de mayor endeudamiento por las rebajas fiscales de Trump. Pero el propio Ed Yardeni lanzó una advertencia en su comentario diario del 19 de mayo: «Dos escenarios a tener en cuenta: los precios de los bonos podrían desplomarse si los vigilantes de los bonos se preocupan por la rebaja de la calificación de la deuda soberana de Estados Unidos y/o la posibilidad de que el proyecto de ley de recortes de impuestos de Trump empeore el presupuesto federal».
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