Ignacio Alonso L. Iñarra es químico profesional de la energía
Una tarde de hace ya más de 30 años recibí una llamada del redactor jefe de un conocido periódico de Córdoba.
–Buenas tardes Ignacio, mañana en portada vamos a sacar una noticia que nos acaba de llegar, al parecer se han localizado en el río Bembezar varios bidones de residuos radiactivos y se han visto algunos peces de tamaño y aspecto deforme…
De aquella, yo era director del Almacenamiento de Residuos Radiactivos localizado en Hornachuelos, a orillas del Bembezar, y responsable de una actividad industrial sobre la que se escribía a diario.
–Pero todavía estamos así, no creo lo que me dices, no me creo que tú te lo creas.
–Ya Ignacio pero, o me das una noticia para sustituir esta primicia, o lo publico mañana, no me queda otra.
Eran tiempos oscuros en los que la información sobre ciertos temas vendía por sí misma, donde la desinformación mantenía a la gente más interesada en lo imaginario que en la certeza.
El miedo a la oscuridad, sensación a la que la gran mayoría de las personas estamos predispuestas desde la infancia, se trata de una asociación primitiva, heredada, no cognitiva. Lo cognitivo es el cúmulo de información que asimilamos gracias a un proceso de aprendizaje, lo que nos enseñan o experimentamos.
La generalizada sensación de rechazo a «lo nuclear» es como el miedo a la oscuridad, motivado en buena parte por la insuficiente información que la población ha recibido sobre el tema y a la contrainformación que, sin embargo, ha recibido en abundancia. Prueba de ello es la batería de noticias que los medios de comunicación, a día de hoy, están publicando sobre la doble peligrosidad de lo nuclear y sus residuos.
Lo curioso es que unos están utilizando lo renovable para enterrar socialmente a lo nuclear y otros, defendiendo lo nuclear para desprestigiar a lo renovable, una locura que pretende implantar el bipartidismo energético aprovechando el apagón. Algo querrán …
Durante la etapa de construcción y primeros años de funcionamiento de las centrales nucleares en España, la información sobre su bonanza resultaba exagerada, pero era efectiva y se asumía como un adelanto más de la tecnología, que generaba calidad y potencia a un servicio imprescindible.
La empresas eléctricas producían todo tipo de folletos, programas, maquetas interactivas, se prestaba atención a los escolares y grupos sociales, a los que se proporcionaba información de forma directa, además de recibirla a través de periódicos y revistas.
La cosa empezó a cambiar cuando se produjeron los accidentes de Three Mile Island (USA) y especialmente el de Chernobil (Ucrania). La desproporción de los efectos de los accidentes nucleares respecto a otros convencionales, y el ocultismo de las primeras noticias sobre los mismos, sumieron a la energía nuclear en la oscuridad y la desconfianza, como era lógico esperar. Pasado el tiempo y tras la profusión de imágenes que en prensa, televisión y cine se han generado, unas reales y otras exageradas, la sociedad ha asimilado una imagen y una predisposición al miedo.
Las eléctricas, dueñas de las centrales, inmersas en la lucha de su continuidad a cambio de potentes actualizaciones en la seguridad y el incremento del precio de tratamiento de los residuos, dejaron de comunicarse con la sociedad, perdiendo la oportunidad de seguir transmitiendo un mensaje que informase de lo «positivo» de la industria.
Los residuos radiactivos y su tratamiento fueron el siguiente caballo de batalla, desde la época de la Junta de Energía Nuclear, que gestionaba los residuos con total ocultismo, hasta la incertidumbre que han generado los diferentes gobiernos respecto a qué hacer con los de alta actividad –combustible gastado–, la sociedad puede percibir que no existe solución.
Así como los residuos de baja y media actividad se almacenan con rigor y seguridad desde los años ochenta, en uno de los almacenamientos de residuos más seguros del mundo, en El Cabril (Córdoba), los vaivenes del Proyecto ATC –Almacenamiento Temporal de Combustible–, que se desechó por motivos políticos hace unos años (Villar de Cañas, Cuenca) no dan solución a lo que hoy es la gran lacra de las centrales, qué hacer con sus residuos de producción y desmantelamiento. Una oscuridad más, que genera un miedo que nadie combate con la necesaria información a la sociedad.
Lo nuclear está pasando de ser cognitivo a ser heredado gracias a que, el mensaje social solamente transmite una herencia negativa de miedo a su oscuridad. A los franceses no les pasa eso y tienen decenas de centrales nucleares y miles de toneladas de residuos radiactivos. Por algo será… n
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