A menos que la creciente presión internacional logre esta vez resultados, la suerte de los más de dos millones de palestinos de Gaza está echada. La semana pasada el Ejército israelí dio por iniciada la operación Carros de Gedeón con la intención confesa de destruir las capacidades militares que le restan a Hamás y liberar al medio centenar de rehenes que siguen en la Franja. Son los mismos objetivos invocados en los 17 meses de devastación del enclave, tipificada como un «genocidio» por las principales organizaciones humanitarias, pero esta vez el planteamiento es diferente. Los soldados israelíes están en Gaza para quedarse y tomar el control de todo el territorio, concentrar a toda la población palestina en el sur y forzar su expulsión. «Estamos destruyendo más y más hogares. No tienen adonde regresar. El único desenlace lógico será el deseo de los gazatíes de migrar fuera de la Franja«, dijo esta semana Binyamín Netanyahu en una comisión del Parlamento israelí.
La nueva operación llega en medio de la hambruna impuesta sobre la población tras más de dos meses de bloqueo total de la ayuda humanitaria, ahora solo mínimamente aliviado. Una población exhausta, traumatizada y obligada a deambular por las ruinas de lo que fueron sus vidas ante las constantes órdenes de evacuación israelí. No solo se han recrudecido los bombardeos por tierra, mar y aire. O el asedio sobre los pocos hospitales que quedan operativos. Israel ha inundado Gaza de soldados. Ha desplegado siete divisiones y, aunque no ha desvelado el número total de efectivos por motivos de seguridad operativa, cada división acostumbra a tener entre 10.000 y 15.000 militares.
«Están hablando de lo que nos temíamos que sería la estrategia desde el principio: vaciar de civiles cada una de las zonas, tomar el control para quedarse en ellas y confinar a toda la población de Gaza en el sur«, afirma el exmilitar israelí Yehuda Shaul, codirector del centro de análisis Ofek y fundador de Breaking The Silence, una organización que recoge testimonios de los soldados que sirven en los territorios ocupados. «La limpieza étnica es parte del plan desde el principio, el requisito para poder anexionarse después el territorio», sostiene el investigador del Instituto Elcano, José Vericat, quien ha trabajado muchos años en la región. «Es evidente que quieren borrar del mapa cualquier rastro de civilización palestina para construir después bases militares, ciudades o asentamientos», añade. Entre tanto, el territorio se administraría mediante un régimen militar, según el diario ‘Haaretz’, después de que se haya descartado cualquier opción de autogobierno palestino.
El propio Netanyahu ha telegrafiado sus intenciones. «Hemos llamado a los reservistas para controlar el territorio: no vamos a entrar y salir», dijo a principios de mes. «Habrá un movimiento de población para protegerlos». Las órdenes de evacuación proliferan y no deja de reducirse el espacio para la población civil, forzada a trasladarse a «zonas humanitarias» que son también bombardeadas de forma regular. El 71% del territorio ha sido declarado zona militar restringida a los palestinos o está bajo órdenes de evacuación, según la Oficina de Coordinación Humanitaria de la ONU (OCHA). Ese territorio incluye la mitad de los pozos de agua de la Franja y muchos de los centros de salud que siguen operativos, según la misma fuente.
El factor Trump
Los expertos consultados coinciden en que tanto la llegada de Donald Trump al poder, como las reticencias internacionales a adoptar medidas coercitivas para obligar a Israel a detener la guerra, han sido decisivas para que el gabinete israelí aprobara por consenso estos planes tan extremos. Facilitados a su vez por la salida de algunos ministros, generales y jefes de la seguridad que promovían la moderación dentro del aparato de decisión israelí. «Entienden que tienen una oportunidad única para alterar de forma permanente la geografía y la demografía de Gaza. Y están tratando de aprovecharla», dice Shaul.
Si nadie les frena, la intención es concentrar a los más de dos millones de palestinos en una pequeña franja de terreno baldío en el sur del enclave, junto a la frontera egipcia. Una «zona estéril», como la ha llamado Netanyahu, situada entre lo que solía ser la ciudad de Rafah y el corredor de Morag. De la primera, el 90% de sus barrios han sido destruidos con dinamita, buldócers y bombas, según las autoridades de Gaza, gobernada por Hamás desde 2006. «En esa franja del sur están estableciendo campos de concentración, vallados, que supongo que se parecerán a las cárceles israelíes en el desierto del Neguev, con enormes tiendas de campaña», afirma Vericat. Ese mismo término –campos de concentración—lo han utilizado también periodistas israelíes como Meron Rapoport para referirse a los campos cercados donde se pretende confinar a toda la población.
Nuevo mecanismo para la ayuda humanitaria
Su desplazamiento forzoso irá acompañado de un nuevo mecanismo de distribución de la ayuda humanitaria, que según el Gobierno israelí debería empezar a funcionar antes de que acabe el mes. El mecanismo dejará la gestión en manos de los militares israelíes y compañías de mercenarios estadounidenses, que han empezado a llegar a Tel Aviv en los últimos días, después de que la ONU y las organizaciones humanitarias se negaran a cooperar con él. Sostienen que el mecanismo viola la ley internacional, promueve el desplazamiento forzoso de la población y convertirá la ayuda en un arma de coerción.
Inicialmente se establecerán cuatro puntos de distribución, cuya construcción está ya muy avanzada, según ha confirmado la BBC tras analizar imágenes por satélite. Todos ellos, situados en la misma zona donde se pretende encerrar a la población. La fundación registrada en Suiza que financiará la estratagema (Gaza Humanitarian Foundation) ha dicho que en un principio solo alimentará al 60% de los gazatíes, a un coste de 1.15 euros por palestino, lo que incluye también el coste de los mercenarios encargados de vigilar las instalaciones.
Sin hogares a los que regresar, reducidos a la más mísera indigencia y confinados como animales, Israel espera que los palestinos acaben «migrando voluntariamente» fuera de la Franja. «Nuestro principal problema es encontrar países receptores», reconoció esta semana Netanyahu. Imbuido de mesianismo, Bezalel Smotrich se ha mostrado más optimista. «La población llegará al sur de la Franja y desde allí, con la ayuda de Dios, se irán a terceros países cumpliendo el plan de Trump. Es un cambio en el curso de la historia. Nada menos», dijo recientemente el ministro de Finanzas.
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