Alberto Núñez Feijóo ha vuelto a confundir deseo con realidad. Tanto ansía ser presidente que ha presentado el congreso del PP, previsto para julio, con un lema revelador: “Adiós a Sánchez”. Pero como en el cuento de Monterroso, cuando Feijóo despertó, el presidente socialista todavía estaba allí. Gobernando. Y no de cualquier manera, sino con una economía que crece por encima de la media europea, con el desempleo en mínimos históricos y con un Estado del Bienestar que, lejos de recortarse, se refuerza.
Mientras Pedro Sánchez consolida avances, Feijóo tropieza una y otra vez. No lidera, sobrevive. Se mueve por la escena política como Bruce Willis en “El sexto sentido”: políticamente muerto, pero sin saberlo. Su credibilidad está hecha trizas. Su liderazgo, si alguna vez lo tuvo, se ha vuelto puramente decorativo. Y su autoridad interna se desmorona al mismo ritmo que crece la influencia de Isabel Díaz Ayuso, que es quien manda de verdad en el PP. El congreso de julio, que debería consolidarlo, apunta más bien a ser preludio de su despedida.
Feijóo, el gallego que venía a salvar al PP, se ha convertido en su mayor problema. Su última decisión lo retrata: ha nombrado vocal de la comisión organizadora del congreso a Ana Millán, imputada por cuatro presuntos delitos de corrupción. Sí, cuatro. ¿Qué fue de aquel Feijóo que prometía ética y regeneración? ¿Cómo puede proclamar “adiós a la corrupción”, mientras coloca en puestos clave a personas investigadas por presuntas corruptelas?
La respuesta se llama Ayuso. Feijóo ha tenido que tragar, y lo ha hecho con una mansedumbre impropia de quien aspira a gobernar España. La elección de Millán, número dos de la presidenta madrileña, es una imposición. No es una cesión, es una humillación. Feijóo ha perdido el pulso, el respeto interno y, lo que es más grave, la coherencia.
Mientras el PP se descompone por dentro, Feijóo intenta vender humo hacia fuera. Promete “devolver a España al lugar que nunca debió abandonar”. ¿A qué lugar se refiere? ¿A cuando el Salario Mínimo era de 638 euros? ¿A las subidas del 0,25% en las pensiones mientras se rescataban bancos? ¿A los siete millones de personas sin cobertura por desempleo bajo el Gobierno de Rajoy? ¿O tal vez a cuando España lideraba la pobreza infantil junto a Rumanía? Si ese es el país que echa de menos, que tenga claro que la inmensa mayoría de españoles no quiere volver allí.
El congreso de julio, lejos de un ejercicio de reflexión, se perfila como un teatrillo de exclusión. Han dejado fuera a figuras relevantes del PP como Carlos Mazón, presidente de la Generalitat Valenciana. Si Feijóo no ha sido capaz de exigirle responsabilidades ni pedirle que dimita, ¿por qué lo aparta ahora? ¿Si hasta ahora lo aplaudía y vitoreaba por qué ahora no cuenta con él? La respuesta, por supuesto, no llegará desde el PP. Su congreso no será un debate, será un desfile. Lo llaman renovación, pero huele a purga.
Feijóo se ha atrincherado. Solo se rodea de los suyos. La supuesta discusión ideológica ha quedado en manos de su círculo más cercano. El debate interno brilla por su ausencia. No se fía absolutamente de nadie. El problema es que tampoco nadie se fía ya de él. Su propuesta política no emociona, no ilusiona, no convence. Es el líder de la indefinición: ni rompe con Vox ni con Ayuso. Le falta valentía para ello.
Y hablando de Vox, conviene recordar lo que Feijóo pretende ocultar: sin la ultraderecha, no gobierna. En Castilla y León, Comunidad Valenciana, Extremadura, Aragón o Baleares, donde suman, pactan. Donde gobiernan, legislan juntos. Y donde legislan, se recortan derechos. Se derogan leyes de memoria democrática, se ataca la educación inclusiva, se persigue a colectivos vulnerables, se reprime a la cultura. ¿Y Feijóo? Calla, consiente y firma. El problema no es solo que pacte con la ultraderecha. El problema es que su discurso ya es prácticamente el mismo que el de Vox.
Feijóo ha perdido el relato y la iniciativa. Acusa al presidente del Gobierno de ocultar la realidad. ¿A qué realidad se refiere? ¿Se refiere por ejemplo a que la Comisión Europea ha elevado al 2,6% la previsión de crecimiento de España para 2025? ¿Dónde está la debacle de la que habla el PP? ¿En qué mundo vive Feijóo?
A ello se suma un detalle, no menor. Feijóo no habla inglés. Debe ser también porque no quiere. Y eso, en un país que aspira a tener peso en la Unión Europea y en la escena internacional importa. Tampoco demuestra solvencia económica. En los debates económicos tropieza repetidamente y sus intervenciones en asuntos básicos provocan vergüenza ajena incluso entre los suyos. Gobernar Galicia con mayoría absoluta no es lo mismo que liderar un Estado complejo y diverso. Aquí no bastan discursos prefabricados o repetir eslóganes; aquí se exige liderazgo, capacidad de diálogo, visión de futuro y principios sólidos.
Y por si faltaba confirmación de su desconexión, su portavoz Miguel Tellado nos regaló: “España necesita otro arquitecto gallego”. ¿A quién se refiere? ¿A Manuel Fraga? ¿A Francisco Franco? La elección de referentes no es inocente. El Partido Popular sigue atrapado en un pasado que no representa a la España actual. Hoy este país es plural, abierto, europeo y progresista. Necesita políticas modernas, no nostalgias autoritarias.
La conclusión es clara: el tiempo de Feijóo ha pasado. Su liderazgo ha caducado. Su credibilidad está enterrada. Y lo más preocupante es que él no parece enterarse. Se aferra al cargo, maniobra para evitar debates, se rodea de fieles para tapar sus inseguridades, pero el PP se está deshaciendo a su alrededor.
Su congreso, lejos de servir como impulso, será irrelevante. Porque cuando el liderazgo se agota, ni los aplausos pactados ni los lemas grandilocuentes consiguen disimularlo. Feijóo ya no es futuro. Ni siquiera es presente. Solo es pasado. Y cuanto antes se cierre esa etapa, mejor. Para su partido… y para el país.
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