Isabel Allende es la autora latinoamericana más leída del mundo. Ha vendido 80 millones de libros que han sido traducidos a 42 idiomas. Así que es normal que para la presentación de su última novela, Mi nombre es Emilia del Valle, se le rindan honores de emperatriz de la literatura. Más de 165 medios se han acreditado este miércoles, personal o telemáticamente, a la rueda de prensa que ha organizado para ella su editorial española, Plaza y Janés, en la Casa de América de Madrid.
A sus 82 años, con una vitalidad y un aspecto envidiables, Allende ha respondido durante tres cuartos de hora a las preguntas con los ojos bien abiertos y sin bajar la guardia, atenta a una sirena que pasaba por la calle, al periodista que llevaba demasiado tiempo con el brazo levantado, sugiriendo que hubiera otro micrófono, que se lo acercaran más a la boca para formular las preguntas, moviendo juguetona las bailarinas de terciopelo que colgaban ligeramente del sillón. No viajaba a España desde antes de la pandemia, y si por ella fuera evitaría este tipo de viajes y acontecimientos, porque lo que más le gusta es estar en su casa en Oakland, metida en un cuarto escribiendo, cuidando de sus perros y de su marido. «Voy por el tercero y espero que me dure», ha bromeado. «Yo no tengo más vida, lo único que hago es escribir. Y eso me energiza, me da una tremenda fuerza. Vivo en el universo de la novela que voy escribiendo. Yo soy cada personaje, crezco con ellos, es algo muy orgánico y fascinante. Puedo ser un hombre, un villano… los villanos me encantan».
Una californiana en la saga Del Valle
A Allende la ha acompañado David Trías, director literario de Plaza y Janés y su editor desde hace 28 años, y ha confirmado lo evidente: «Estás en plena forma personal y literaria». Con esta nueva novela, Allende retoma la saga inspirada en la familia de su abuela materna que inició con su debut literario, La casa de los espíritus, y que continuó con Hija de la fortuna y Retrato en sepia. La nueva mujer de la familia Del Valle que protagoniza esta novela no es chilena sino norteamericana, de San Francisco, nacida de la relación de una monja irlandesa y un aristócrata chileno que se desentiende del asunto. Con los años, Emilia, convertida en periodista pionera, viajará al país de su padre para cubrir los acontecimientos de la Guerra Civil de 1891, que le sirve a Allende para establecer los paralelismos con el golpe de 1973 que acabó con la democracia e instauró una dictadura. «En ambas ocasiones, el presidente hizo frente a una oposición brutal y al levantamiento de las fuerzas armadas. Una acabó en guerra civil, la otra en dictadura. En ambas, el presidente prefirió el suicidio al exilio», ha explicado la escritora.
Es sabido que cada 8 de enero Isabel Allende comienza un nuevo libro, y reconoce que muchas veces el día anterior no sabe qué libro será. ¿Ha sido sido el caso de Mi nombre es Emilia del Valle? No lo ha confirmado, pero lo cierto es que tenía el trabajo de documentación hecho. Esa organizada pulcritud de escritora profesional es lo que le permite escribir caprichosamente, sin demasiado guion. «Yo no planifico nada, ni siquiera la vida», asegura. Los personajes «aparecen de repente», y cuando lleva cincuenta páginas escribiendo de uno de ellos a lo mejor cae en la cuenta de que podría ser de una familia que le viene bien narrativamente y cambiarle el nombre. No hay una premeditación. Y así se explica también que el patriarca Severo del Valle que pierde una pierna en una novela la recupere en la siguiente. Lo pueden llamar realismo mágico, capricho u omnipotencia de la escritora afincada en California.
Allí está comprometida con lo que sucede a su alrededor a través de su fundación, que se ocupa de los derechos reproductivos de las mujeres y de los inmigrantes. Observa, obviamente, con preocupación lo que sucede en el país donde reside desde hace décadas. «Es en la diversidad donde se encuentra la fuerza de un país como Estados Unidos. Trump está deportando a gente con papeles, pero está invitando como refugiados a personas blancas de Sudáfrica. Hay una cosa del nacionalismo blanco cristiano que es muy peligrosa y además absurda». Alguien le pregunta si está dispuesta a irse de allí como abandonó Chile en los 70. «Mientras pueda voy a vivir en Estados Unidos porque allí está mi hijo, mi nuera, mi marido y mis perros, por ese orden. Pero si la cosa se pone color de hormiga tendré que irme. No quiero vivir en una dictadura. Por eso me fui de Chile. No querría hacerlo, pero no me siento tan vieja como para no empezar de nuevo», ya sea en España o en el sur de Chile.
Aunque ha escurrido el bulto cuando le han preguntado por Israel, ha hablado alto y claro cuando le han pedido un mensaje para las mujeres de hoy. «No sé dar consejos sino hablar de mi propia experiencia. Lo bueno que a mí me ha pasado ha sido porque me han ayudado otras mujeres. El primer ejemplo, Carmen Balcells. Nadie quería leer el manuscrito de La casa de los espíritus. Ella me dio la oportunidad de ser escritora. Una mujer sola es muy vulnerable, pero juntas somos invencibles», ha asegurado, antes de recomendar: «Tengan amigas, estén conectadas, informadas. Cuando las chicas jóvenes me dicen que no quieren ser feministas porque no es sexy, llámenlo como quieran. El objetivo final es reemplazar el patriarcado, y eso no se hace de un día para otro».