China ha exigido hoy a Estados Unidos que detenga de inmediato su nuevo sistema de defensa de misiles porque, entre otras muchas razones, pone en peligro la estabilidad mundial. Eran previsibles las críticas chinas a la Cúpula Dorada desde que Donald Trump, presidente estadounidense, la anunciara ayer; pero no es habitual que sean tan prolijas. La portavoz del Ministerio de Exteriores, Mao Ning, abandonó por un día sus respuestas lacónicas.
La funcionaria negó el fin defensivo que le atribuye la Casa Blanca. “Busca abiertamente la expansión de capacidades de combate en el espacio exterior. Tiene implicaciones claramente ofensivas, viola el principio del uso pacífico del espacio que está recogido en los tratados y eleva los riesgos de la militarización del espacio con una carrera armamentística”, dijo Mao. Las consecuencias, añadió, son funestas: pondrá en peligro la estabilidad y el equilibrio estratégico global y reducirá la seguridad de todos.
También aludió Pekín a esa pulsión estadounidense de fortalecer su seguridad sin importarle las ajenas. Es una idea manida: ya se la afeó China con la expansión de la OTAN por Europa que, en su opinión, provocó la guerra de Ucrania, y en la generosa siembra de bases militares en su patio trasero, por ahora sin consecuencias bélicas. “Con su política de América primero busca de forma obsesiva su propia seguridad al coste de las de otros países. China está gravemente preocupada y pedimos con urgencia a Estados Unidos que abandone el desarrollo y despliegue de su sistema de defensa global de misiles e incremente la confianza mutua con otras potencias”, recomendó la portavoz ministerial.
China y Rusia ya habían alertado sobre los riesgos de desestabilización del proyecto dos semanas atrás. Fue durante la visita a Moscú de Xi Jinping, presidente chino, para atender los fastos del aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial. El comunicado presidencial conjunto animaba a Washington a superar su “mentalidad de Guerra Fría”. Es difícil rebatir ese aroma. La Cúpula Dorada persigue el anhelo de Ronald Reagan de cubrir el país con una coraza casi medio siglo después. La amenaza entonces era la Unión Soviética; ahora se apunta a Rusia, China, Corea del Norte, Irán… La nómina no habla muy bien de las virtudes diplomáticas estadounidenses para granjearse amigos.
El espíritu israelí
El proyecto comparte el espíritu del escudo israelí que neutralizó meses atrás los misiles y drones iraníes. Les separa tanto las dimensiones, con el estadounidense cubriendo un territorio 400 veces mayor, como sus objetivos, que atenderán también a los misiles intercontinentales e hipersónicos. Una red de satélites detectará en segundos los lanzamientos en cualquier rincón del mundo y ordenará su destrucción a las baterías espaciales o terrestres. No será barato ni fácil. Trump habla de 175.000 millones de dólares y quiere verlo acabado en su mandato. Cálculos más razonables hablan de medio billón de dólares y dos décadas.
Si el proyecto es concluido, y para ello tendrá que pasar por varias administraciones previsiblemente más sensatas, concederá una ventaja definitiva a Estados Unidos. Es comprensible la inquietud china cuando ha crecido la hostilidad en las dos últimas décadas y muchos analistas no ven más remedio estadounidense para evitar el ‘sorpasso’ que una guerra militar. La comercial y la tecnológica, por ahora, son sonados fracasos. Es seguro que China no seguirá su senda. En las escuelas de los cuadros del partido se incide machaconamente en las causas del desplome soviético para evitarlas. Y entre ellas está subrayada la de sumarse a la alocada carrera armamentística con Estados Unidos que extenuó sus recursos.