La Palma de Oro a la Mejor Película que ‘Titane’ obtuvo en 2021 es, seguro, la que más ha dado de qué hablar entre las que el Festival de Cannes ha repartido en muchísimo tiempo, y no solo porque su directora, Julia Ducournau, fue la segunda mujer cineasta en ganar el premio en toda la historia del certamen -la primera, Jane Campion, lo había logrado 28 años antes gracias a ‘El piano’- sino también, sobre todo, gracias a la capacidad extraordinaria para escandalizar de una película que habla de una joven con una placa de titanio en la cabeza que se queda embarazada de un coche, y cuyo metraje incluye el tipo de momentos de terror corporal que le hacen a uno retorcerse en la butaca, provocados por úteros chapados de metal, pezones que manan aceite para motor y anatomías deformadas por los esteroides.
Es inevitable que el mundo cinéfilo se mantuviera extraordinariamente expectante cara a la siguiente película de la francesa, y resulta tentador echar la culpa a la presión que esa expectación pudo imponer en Ducournau por el rotundo fiasco que representa su primera película después de ‘Titane’, ‘Alpha’, que el certamen galo ha presentado hoy a competición.
Epidemia y drama familiar
La película está ambientada en un lugar y un tiempo indeterminados, marcados por la epidemia de una enfermedad que se transmite a través de la sangre y que tiene aterrorizada a la población y a la que en ningún momento se pone nombre en la película a pesar de que es un trasunto más que obvio del sida; en lugar de sucumbir al Sarcoma de Kaposi, eso sí, quienes la contraen sufren una fosilización progresiva de su cuerpo. A partir de ese enunciado, Ducournau orquesta un melodramón familiar de lo más aturullado protagonizado por una doctora abnegada, un drigadicto sin remedio y una niña de 13 años cuyo problema quizá sea la enfermedad o tal vez solo las hormonas.
Ducournau siempre ha contado historias de mujeres que están a merced de sus cuerpos. Su corto ‘Junior’ (2011) era la historia de una muchacha que muda de piel tras contraer un virus estomacal; en el telefilme ‘Mange’ (2012) habló de una exbulímica en busca de venganza; y antes de ‘Titane’ dirigió ‘Crudo’ (2016), largometraje sobre feminidad y canibalismo que es lo mejor de su filmografía hasta la fecha. Por eso, lo que sucede en ‘Alpha’ invita a ser entendido como una metáfora de los traumas derivados de la adolescencia aunque, a juzgar por lo que se ve en pantalla, podría perfectamente serlo también de los hábitos de vida de los bonobos o de los pasos a seguir para limpiar un calamar. Dicho de otro modo: es una película que da muestras de tratar deliberadamente de ofuscar al espectador con el fin de que no se note que detrás de su evidente voluntad de epatar no hay trasfondo, ni intención identificable.
La dictadura egipcia
Mucho menos decepcionante ha resultado ser la otra película aspirante a la Palma de Oro presentada hoy aunque, eso sí, sobre todo porque las expectativas puestas en ella eran significativamente menores. Su director, el sueco de origen egipcio Tarik Saleh, no ha puesto un pie en Egipto desde que se le expulsó de allí cuando se disponía a rodar allí el que acabó siendo su primer largometraje, ‘El Cairo confidencial’ (2017), que denunciaba la corrupción policial en el país. Posteriormente, Saleh dirigió ‘Conspiración en El Cairo’ (2022), que asimismo ofrecía un retrato nada amable de las autoridades egipcias, tanto de las clericales como de las seculares. Y ahora, con la tercera entrega de la trilogía, ‘Eagles of the Republic’, el director se atreve a meterse con Abdel Fattah el-Sisi, presidente de Egipto desde que lideró un golpe de Estado en 2013. Como sus dos predecesoras, ha sido rodada fuera del país africano, y más le vale a Saleh no hacer planes para volver a entrar en él en un futuro próximo.
‘Eagles of the Republic’ expone los dictatoriales métodos del líder egipcio a través de los ojos de George Fahmy (Fares Fares), una superestrella de la industria cinematográfica del país tan popular que se lo conoce como «el faraón de la pantalla». Al principio de su metraje, Fahmy se ve obligado a aceptar el papel protagonista en una película encargada por el Gobierno y destinada a glorificar el ascenso al poder de El-Sisi y, a partir de esa premisa, la película se convierte en algo parecido a un ‘thriller’ político que, eso sí, resulta mucho más interesante cuando se despreocupa por generar intriga y en cambio trata de cuestionar la posibilidad del arte bajo el control totalitario.
Matizada por una evidente nostalgia tanto por Egipto como por su tradición cinematográfica, la película se ve lastrada por la tosquedad como narrador evidenciada por Saleh, incapaz de dotar el relato de ritmo narrativo, de definir a buena parte de sus personajes con trazo firme y tener en cuenta las reglas más básicas de la lógica.