Feijóo y Mazón. / EP
Que levante la mano quien crea que la situación de Carlos Mazón en la presidencia de la Generalitat valenciana es sostenible. ¿Nadie? ¿Ni siquiera algún militante del PP? Lo imaginaba. La cuestión no es esa. La cuestión es cómo ejecutar el desahucio. A Feijóo le han entrado esta semana de nuevo las prisas por desalojarlo. Y ha apretado fuerte aventando a través de sus portavoces en Madrid que de este verano no pasa. No es nuevo: primero dijeron que no se comía el turrón y luego que no llegaría a Fallas. Y entre medias siempre hubo en Génova quien marcó en rojo en el calendario el verano: mejor hacer las cosas cuando la gente está en la playa que cuando está manifestándose.
Lo que ni Feijóo, ni su equipo gallego, ni los edecanes en Madrid o Bruselas, ni los mayorales en los ayuntamientos y las diputaciones, ni los comités directivos locales, provinciales, regionales o nacionales siguen sin ser capaces a día de hoy de aclarar es de qué manera van a hacerlo. Víctima de sus propias indecisiones y del amontonamiento de errores acumulados desde el 29-O, el general Feijóo y sus coroneles siguen en el laberinto, mientras crecen las grietas en el PP de la Comunitat Valenciana. Festín de tiburones, tituló en los años 90 una de sus novelas de género noir el periodista alicantino Mariano Sánchez Soler. Que ni al pelo.
Se ha convertido en un mantra la especie de que el problema reside en que Mazón se aferra al cargo. Cierto. Contra lo que la decencia política exigía, y el mínimo sentido común aconsejaba, Mazón ni dimitió después del desastre de la DANA ni hizo lo mínimo que muchos, el primero el que esto suscribe, le señalamos como mal menor: anunciar que no volvería a ser candidato, contribuyendo con ello a desinflamar una situación de por sí explosiva. Pero no es cierto que la resistencia de Mazón sea lo que tiene la solución bloqueada. Ningún dirigente político, ni siquiera Pedro Sánchez en su momento, con lo pinturero que parece, ha sido nunca capaz de aguantar la presión de un partido estructurado como son el PSOE y el PP, si éste quiere que renuncie. Lo que ocurre en este caso es que Feijóo filtra mucho, pero hace poco.
El problema es que para que un partido pueda promover la remoción de un presidente autonómico necesita, además de decisión y liderazgo en la cúpula, los votos y el recambio. ¿Tiene algo de eso el PP en estos momentos? ¿Sabe alguien por dónde va Feijóo los lunes y por dónde los martes? No. ¿Le Ha dicho alguna vez Feijóo a Mazón directamente tienes que irte? No. ¿Ha habido algún movimiento para sumar los escaños necesarios para proceder a una nueva investidura en las Corts, que sólo pueden salir de Vox? No. ¿Está claro, si esos votos pudieran conseguirse, quién sustituiría a Mazón? No. Pues ya me contarán.
En las primeras semanas tras la Gran Riada el PP podría haber enderezado el rumbo. Vox aún no estaba empoderado, los extremistas no sabían todavía si iban a pagar un coste por una desgracia de la que, en gran medida, ellos también fueron responsables. Pero Feijóo prefirió hacer de nuevo culpable de todos los males de la Humanidad a Sánchez antes que asumir su propia responsabilidad y poner orden en casa. Encima, cometieron el gravísimo error de especular con que la alcaldesa de València, María José Catalá, sería en todo caso el recambio. Más allá de la división interna que eso produce, era de ingenuos pensar que Vox iba a investir a quien consideran su principal enemigo. En vez de forzar la salida de Mazón pactando una transición, no se les ocurrió mejor cosa que amagar con un órdago. Qué grande es la M30 y que inútil resulta en cuanto sales de Madrid.
¿Cuál es el escenario en este punto y hora? Se lo resumo. Mazón tiene la suerte de que sólo hay una dirigente política que tenga menos agenda que él: la ministra secretaria general del PSPV, Diana Morant, cuyas apariciones empiezan a ser un acontecimiento sólo comparable a los que dicen que ocurren de siglo en siglo en Fátima o Lourdes. Pero, quitando eso, está finiquitado. Lo que le queda, si es inteligente, que lo es, es negociar los términos del armisticio, básicamente cómo seguir aforado, quién se hace cargo del coste de su defensa si la cosa se tuerce y qué cosas a medio plazo le puede ofrecer el partido para no acabar en casa mano sobre mano o, lo que es peor, en la Cámara de Comercio de Alicante con su “hermano” Carlos Baño de jefe.
En tanto todo eso no se acuerde, lo que está ocurriendo es que el PP se va rompiendo cada vez más. Creciendo el enfrentamiento entre Madrid y la Comunitat Valenciana y abriéndose también cada día más la brecha dentro de la propia comunidad. Madrid vuelve a especular con la posibilidad de nombrar una gestora para dirigir el partido, con el problema de que Mazón seguiría en el Palau hasta que hubiera unas nuevas elecciones, con el desgaste para la marca que eso supone. Desde València lo que se exige es que haya un congreso regional en 2026 y se proceda a un relevo ordenado, en el que el PPCV decida su destino (que en ningún caso va a pasar por Mazón), porque de no ser así se caerá el principal argumentario que se ha utilizado contra Morant: el de que es una marioneta de Madrid.
Y mientras, en el Palau van haciendo sus propias listas. Enemigos declarados: María José Catalá y Susana Camarero, en València; Luis Barcala, en Alicante; y por supuesto, Esteban González Pons, Cuca GamarraBorja Sémper y toda la cúpula del PP en Génova. Amigos, malgré lui: en la Comunitat, la alcaldesa de Castellón y la presidenta de la Diputación de esa provincia, y el conseller Rovira, al que no le queda otra; en Madrid, Macarena Montesinos, cuya relación con Feijóo es personal y antigua, y con el perro de presa del PP en el Congreso, Miguel Tellado, operativa y eficiente. Tibios, no alineados o lo que quiera llamarse: el presidente de la Diputación de València, Vicente Mompó, al que muchos le calientan la oreja para que dé el paso de pelear por la próxima candidatura a la Generalitat, aunque él no lo ve claro; el presidente de la Diputación de Alicante, Toni Pérez, en el que los egipcios se inspiraron hace siglos y por eso en todas sus pinturas los protagonistas están de perfil; o los alcaldes de Torrevieja y Orihuela e incluso Elche, que van a la suya. Y aún queda un cuarto grupo, el de los inclasificables, del que es líder clarísimo el secretario general y síndico en las Corts Juan Francisco Pérez Llorca, alcalde además de Finestrat. Pérez Llorca es el único que tiene interlocución franca con todos. Y es leal a Mazón, pero aún más lo es al PP.
Las encuestas que los populares manejan dicen que, si hubiera elecciones ahora, el PP podría perder el Gobierno de la Generalitat, porque la importante subida de Vox no compensaría los escaños que ellos bajan. Esos sondeos dicen también que los populares podrían dejar de ser el primer partido de la Comunitat Valenciana, en beneficio del PSPV-PSOE, al que como hemos dicho aquí muchas veces le tocaría la lotería sin comprar el décimo. Ante una crisis de esa dimensión, ante un relevo, el de Mazón, claro y necesario, pero complicado, ¿están hablando Feijóo o su gente de confianza con los presidentes provinciales del partido para encontrar un camino que no les condene por años al ostracismo? ¿Ha contactado Feijóo con Abascal, el único que manda en Vox, para explorar algún entendimiento? ¿No? Pues no sé si la salida de Mazón será en verano o en invierno. Lo que sé es que van a sudar sangre. Y no hay nada que excite más a los tiburones.