Un teatro de culto

Imagen de «Todos los ángeles alzaron el vuelo», de La Zaranda. / INFORMACIÓN

«Todos los ángeles alzaron el vuelo»

***½

De Eusebio Calonge 

Casi 50 años lleva la compañía haciendo de las suyas. «Un teatro inestable de ninguna parte», donde alberga La Zaranda, que suele visitarnos frecuentemente. En esta ocasión con Todos los ángeles alzaron el vuelo. Hablan las voces silenciadas de un sórdido mundo, que es una representación, un «cuento lleno de ruido y furia», según Shakespeare, provisto de una amarga poética que fusiona la realidad con la ficción del escenario. Como si no hubiese comediantes, los personajes viven sus sombrías existencias. ¿Soñamos o nos sueñan? Dos prostitutas, el chulo, uno que acaba de salir de la cárcel y un idiota. Estos seres marginales, arquetipos sociales, quieren salvarse. Pero el destino impone su ley al quinteto de perdedores. «Flores de basurero que crecen en la noche», a juicio de Eusebio Calonge, autor habitual de la mítica compañía que nació en Jerez de la Frontera. Al trío compuesto por Francisco Sánchez, Gaspar Campuzano y Enrique Bustos le acompañan ahora Ingrid Magrinyá, quien da también algunos pasos de danza, y la alicantina Natalia Martínez. Cumplen con la verdad emocional y la potente labor requerida por el texto y la dirección de Paco de la Zaranda, el primero de los actores indicados y responsable del espacio escénico. Este teatro sucio entra en la ruta del esperpento y adquiere la belleza artística y el aliento vital de una desolación con sus cóncavas imágenes. Lo invisible se convierte en visible. El sentido crítico y la pícara comicidad intensifican los rasgos más absurdos de la estilización grotesca. Y el lenguaje desgarrado ubica en una desesperanza de la que puede surgir alguna esperanza quizá. El diseño de luces de Peggy Bruzual pone el foco de atención en las figuras plásticas de un montaje que atrapa al público. Entra al Teatre Arniches de Alicante y ve unos trastos y a los cinco. A menudo dirigen su vista a los espectadores. No es teatro complaciente y no saludan al concluir porque los personajes no lo hacen nunca y se perdería el hechizo.

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