Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana. Esta ha sido la frase con la que han empezado todas las películas y títulos del universo Star Wars desde hace casi cincuenta años. Una frase similar a la que daba inicio a muchos cuentos y que nos preparaba para transportarnos a un mundo y a un tiempo que nada tenían que ver con el nuestro. Desde la adquisición de la franquicia cinematográfica por parte de los estudios Disney, este lema ha perdido algo de su sentido original. Es la sensación que me ha dado después de ver dos de las últimas series de televisión ambientadas en ese universo cinematográfico y emitidas en la plataforma Disney Plus. Me refiero a «Skeleton Crew», de la que ya hablé hace unos pocos meses, y a «Andor», cuya segunda temporada ha terminado de emitirse esta semana en la plataforma. En estas dos series la galaxia ha dejado de ser un sitio muy lejano y en ella cada vez encontramos referentes a realidades y situaciones muy cercanas que vemos diariamente.
La escena de la cantina de Mos Eisley en la primera película de La Guerra de las Galaxias nos dejaba claro que estábamos en otro planeta. Esa banda de música tocando esa melodía que parecía un jazz extraterrestre ha quedado marcada en la memoria de muchos fans. Los conciertos en el Palacio de Jabba el Hutt nos daban una muestra de lo que era el rock made in Tatooine. Nos parecía raro pero aceptábamos que hubiera repúblicas con princesas. Aunque había cosas que sí entendíamos. Una rebelión que luchaba contra la dictadura del Imperio o bandas de gángsters que se aprovechaban de que el tiránico Estado no llegaba a todas partes en la inmensidad de la galaxia.
Desde la irrupción de Disney en el panorama galáctico, cada vez encontramos más referencias y guiños que parecen más propias de nuestro mundo que de una recóndita galaxia imaginaria. En Tripulación perdida ya vimos institutos que recuerdan a los de la película Los Goonies o a los de cualquier ciudad del estado de California durante los años ochenta. En Andor estas referencias al nuestro mundo se han ampliado y tenemos reporteros de televisión, cadenas que emiten telecomedias y bodas en las que se baila bacalao. Puede que se trate de decisiones creativas totalmente intencionadas, pero que a mí me sacan de la idea original que tuvo George Lucas cuando creo este universo cinematográfico en los años 70. Una de las gotas que está colmando el vaso es que en esta última temporada de Andor los miembros de la resistencia hablan francés, en lugar de alguna extraña lengua alienígena. Recuerdo haber oído que para el idioma de algunas critaturas se inspiraron en el quechua de tribus indígenas del Perú y para los ewoks, el kalmyk, un idioma tibetano. Lenguas poco comunes que tras oirlas en boca de los alienígenas nos hacen pensar que son de otro mundo. Así que me chirria un poco que para los guerrilleros de la resistencia de Ghorman hayan usado una lengua tan reconocible. Como si los espectadores fuéramos un poco cortos y no entendiéramos que se está comparando al Imperio con los oficiales del ejército nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque a Andor hay que reconocerle que supone un soplo de aire fresco para una franquicia de la que algunos de sus espectadores ya empiezan a desencantarse desde que pasó a nuevos propietarios. Cambiar a Flash Gordon como inspirador de sus aventuras a John le Carré no deja de tener su interés y hay que reconocer que están logrando empacar un producto muy sólido. La duda está en si lo conseguido con Andor es una excepción o va a ser la norma.
La ciencia ficción permitía a sus autores hablar de temas que serían totalmente tabú en el caso de que sus historias transcurrieran en nuestros días, en lugar de hacerlo en mundos lejanos. En las precuelas de Star Wars George Lucas nos hablaba de cómo el emperador Palpatine utilizaba la amenaza de un terrorismo que él mismo promovía como pretexto para adoptar medidas que reforzaran su poder absoluto. En la vida real, el estreno de estas películas coincidía con la invasión de Irak por parte de Estados Unidos. Intencionado o no, las analogías eran inevitables.
El estreno de los nuevos episodios de Andor han venido a coincidir con la llegada de un nuevo presidente a los Estados Unidos. No sé si se habrán inspirado los guionistas en la realidad actual, puesto que los argumentos se escribieron con antelación a las últimas elecciones presidenciales norteamericanas. Sin embargo, uno no puede evitar sentir un escalofrío cuando ve una historia ambientada en una sociedad que todavía piensa que todavía vive en un régimen democrático y se va dando cuenta de que en realidad está en una dictadura. En la cultura popular, la idea se hizo muy popular a partir de los años 70 con la llegada de Richard Nixon a la Casa Blanca y el estallido del Watergate. La propia Marvel creó una aventura del Capitán América, llamada la saga del Imperio Secreto, en la que se descubría que el líder en la sombra era el propio presidente de la nación. Los líderes políticos que han venido después han ayudado por desgracia a que la idea no quede desfasada. No hay que olvidar que Lucas creó la saga en aquella década.
Andor nos habla del inicio de la rebelión. Se trata de una de las series más realistas de la franquicia Star Wars y eso lo lleva hasta sus últimas consecuencias. Es la más violenta y la que más intrigas políticas tiene. No sería la más adecuada para vender muñequitos y figuritas como suele ser habitual en otros productos de la casa. Una especie de Homeland en el espacio.
A lo mejor los productores han querido jugar con ese lado un tanto más masoquista para los fans que consideran que las mejores películas de la saga son aquellas que acaban mal para sus protagonistas. Me estoy refiriendo a El imperio contraataca, en la que los malos ganan al conseguir congelar a Han Solo en un bloque de carbonita; y a La venganza de los Sith, en la que se culmina el viaje de Anakin Skywalker al lado oscuro de la fuerza. Ese final dramático de ambas películas se veía compensado por lo que ocurría en las películas posteriores. Por muy negro que pintara todo, no habían ganado los malos. El desenlace era un cliffhanger que te invitaba a ver el capítulo siguiente para ver cómo se resolvía la situación. Por desgracia, en Andor ya sabemos que esto no va a ser así. En Rogue One veíamos el triste final que tuvieron los espías rebeldes que robaron los planos de la Estrella de la Muerte. Sabemos que Luke Skywalker la destruirá con su X-Wing, pero eso no evita el trágico final de los espías rebeldes.
La serie de televisión nos cuenta la historia de Casian Andor, interpretado por Diego Luna, el líder de este grupo sacado de Doce del Patíbulo. El mayor spoiler de la serie viene para todos aquellos que hayan visto la película, porque ya saben que los personajes que no aparecían en ella no van a llegar al final de esta. Esta segunda temporada ha estado estructurada en arcos de tres episodios que se han emitido en bloque cada semana y que suponían una cuenta atrás para el momento de la destrucción de la poderosa arma de destrucción masiva con la que contaba el imperio para dominar a toda la galaxia. El final feliz es que sabemos que su sacrificio no va a ser en vano. No invita tanto al optimismo el hecho de que nuestro mundo se parezca cada vez más al de Andor. A lo mejor lo de las referencias culturales es lo de menos, y lo que me da miedo de Andor sea precisamente eso.