El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados. / EP
Hubo un tiempo en este país, y me consta que en muchos otros, en que no se podía llamar a las casas a partir de, digamos, las 21 o las 22 horas. Era una absoluta falta de respeto que quebrantaba la tranquilidad de los hogares. Si el teléfono sonaba a partir de esa hora, en cualquier domicilio de España significaba que se había muerto un pariente o que había un intento de golpe de Estado. La noche en que murió Franco, y adviertan la trascendencia del hecho, nadie se puso a llamar a nadie a las 5.25 de la madrugada. La mayoría esperó a hacerlo a primera hora de la mañana, cuando con una voz entre compungida y atiplada (que todo se le pegaba al círculo íntimo del dictador) lo anunció Arias Navarro y en las casas de España hubo vía libre para levantar el auricular, comentar la noticia con los más allegados y quedar, esto fue así, para acudir a ver el cadáver del pequeñajo a la Plaza de Oriente.
Hasta la irrupción de los móviles, el sonido de llamada de un teléfono analógico en una casa representaba un acontecimiento ilusionante o inquietante. Nunca sabías. La chica o el chico que habías conocido ese fin de semana y a quien habías dado tu número; la llegada de un nuevo miembro a la familia o la muerte de un tío a quien habías visto tres veces; confirmar la hora de una comida familiar un domingo o de la cena de Nochebuena y justificar la ausencia repentina y a última hora de uno de los dos eventos; felicitar cumpleaños y santos; anunciar la visita a la casa de tus tíos o de un amigo esa misma tarde. El teléfono fijo era un invento tan útil y respetable que se le aplicaba un uso útil y respetable.
Todo cambió con los móviles y los sms. Si eran móviles es que iba contigo allá donde te movieras, luego, podías jugártela sin temor a ser reprendido con llamadas absolutamente banales a partir de las nueve de la noche. Quedaba incluso rebajada la posibilidad de que hubiera fallecido un pariente. Conforme la telefonía fija languidecía en el salón comedor, el celular comenzaba a ser una amenaza para nuestra intimidad, recibida entre la algarabía del nuevo invento por cuanto tenía de alimento para la vanidad. Debías de ser alguien importante si alguien te llamaba al móvil a mediados de la década de 1990. La irrupción de WhatsApp y las generaciones que hoy no sabrían cómo llamar a través de un teléfono fijo (un auricular, un marcador de disco, un timbre, un micrófono, un auricular, un interruptor y una toma de pared, cada cosa en dos aparatos unidos por un cable) han acabado por tergiversar el uso para el que lo patentó Graham Bell en 1876.
A Pedro Sánchez le han cogido con unos wasaps bastante tontos sin apariencia delictiva, aunque esto es lo de menos. No tardará un juez en abrir diligencias por lo que sea. Pájara, torpe, maltratador, cuñadismo. Calificativos que el presidente del Gobierno dedica a miembros de su gabinete en conversaciones de WhatsApp con José Luis Ábalos. Poco ha dicho para lo que habríamos hecho cualquiera. Hace 40 años eso no le habría pasado. En ausencia de WhatsAppE, el CESID (hoy CNI) se habría puesto directamente a grabar las conversaciones («Aquí el problema es el ‘one'», cazaron a Txiki Benegas, entonces secretario de Organización del PSOE, mientras hablaba sobre Felipe González con otro interlocutor). La cuestión es que para tratarse de conversaciones por WhatsApp, bastante recatado me parece Pedro Sánchez. Más de uno nos hemos dejado la dignidad en una conversación de WhatsApp. La mía, sin ir más lejos, debe de andar abandonada en más de un teléfono.
Ni pájara ni torpe. La mayoría vamos a la yugular directamente. No hay quien resista, transcrita negro sobre blanco, una conversación nuestra en esa red de comunicación. Y no hace falta siquiera una conversación, a veces basta con solo un mensaje. En WhatsApp, como en las cartas de antaño, el sentido del mensaje no lo marca el emisor, lo interpreta la persona que lo recibe, el tono que cada uno le dé en su cabeza, como cuando se lee una novela y se pone voz a situaciones y personajes que ha escrito otro. Lo que para el emisor es una broma para el receptor puede ser un drama. Para evitar eso se crearon los emojis. El mensaje de WhatsApp echa abajo la puerta de la intimidad de cada uno y lo hace también más allá de las diez y las once de la noche. Lo hace de una patada, además, a base de memes enviados a deshora, emojis, stickers, enlaces de YouTube, asesinatos subidos a Twitter, intentos de estafa y otras mierdas.
El mayor error de Pedro Sánchez ha sido dejar por escrito lo que piensa de sus compañeros y compañeras de gobierno de forma innecesaria y en un lenguaje viejuno. Pájara, dice. Para llamar ‘pájaro’ a alguien no merece la pena ni desbloquear el teléfono. Para decir eso, en otro tiempo Pedro Sánchez no habría levantado ni el auricular. Y mucho menos después de las diez de la noche.