De vez en cuando, Joan Laporta encuentra una coletilla que hace fortuna. Lleva un tiempo en que tanto él como quienes le rodean emplean un grito de guerra: «Contra todo y contra todos». Así que, en la noche en la que el Barcelona conquistó la Liga tras su triunfo en Cornellà ante el Espanyol (0-2), el bramido no podía faltar. Entiende el presidente que nunca le había costado tanto alcanzar el éxito como en esta temporada en la que los embrollos económicos y la huida de directivos de cabecera habían puesto en entredicho un gobierno que, con los tres títulos españoles en el bolsillo, sale más reforzado que nunca. Porque esto, sí, es fútbol.
«No había visto en mis anteriores etapas como presidente semejantes intentos de desestabilización», decía anoche Laporta después de secarse un poco la ropa tras acudir al vestuario visitante del RCDE Stadium donde los futbolistas azulgrana celebraron de lo lindo la Liga. Hasta allí acudió el presidente mientras le empujaban hacia adentro Raphinha, cervez en mano, y Fermín, con el vicepresidente Rafa Yuste siendo el otro encorbatado que acudió al camerino de los jugadores.
Los futbolistas del Barça, a los que el técnico Hansi Flick ordenó que se largaran del césped ante la probabilidad de cualquier tumulto -por si acaso, los aspersores del estadio se encendieron para que el agua invitara a los azulgrana a irse rápido de allí-, se liberaron aún más en las catacumbas del campo. Lamine Yamal, a quien lanzaron varias botellas desde la grada después de su monumental golpeo del 0-1 y de quedarse con los brazos abiertos frente a los hinchas del Espanyol, había vuelto a traerse el ‘loro’. Así que puso la música para que el resto bailara, saltara y cantara. Flick, tan feliz como comedido, dejaba el protagonismo para sus jugadores. Y Pedri, uno de los jugadores más queridos de la plantilla, acabó manteado.
Pero la fiesta no se detuvo ahí. Después de llegar a la Ciutat Esportiva Joan Gamper, donde medio millar de aficionados esperaban para jalear a los campeones de Liga, Copa y Supercopa de España, los futbolistas se subieron a sus coches. Y Alejandro Balde, uno de los más activos, no tuvo reparos en salir por el capó y, con el torso desnudo, unirse al éxtasis colectivo.
Los miembros de la primera plantilla, bien aconsejados por los asesores clásicos, se repartían por locales de Barcelona. Dani Olmo, Eric García, Pedri e Iñigo Martínez, según explicaba Gerard Romero en Jijantes, acudieron antes hasta el Hospital de Barcelona para ver a su compañero Ferran Torres, operado el jueves de apendicitis. Marc Casadó se acercó hasta Canaletes entre las decenas de aficionados que aguantaban allí de madrugada.
Szczesny, portero del Barça, fumándose un puro tras ganar la Liga. / FCB
Aunque la vieja guardia, es decir, la directiva con miembros del cuerpo técnico, optaban por lo clásico, Luz de Gas. Joan Laporta fue recibido y despedido en la puerta como si fuera un mesías. Los directivos hicieron traer hasta allí los títulos de la Copa del Rey y la Supercopa de España, porque convenía hacerse cuantas fotos hicieran falta.
Aunque nada como el ‘community manager’ del Fútbol Club Barcelona, que, juguetón, no tuvo reparos en mostrar al portero Wojciech Szczesny fumándose un puro mirando a cámara. Un rato antes, en la jardín profanado por Lamine, había salvado el polaco dos goles frente al Espanyol. Sólo le faltó al guardameta replicar aquello que decía Sara Montiel cuando le afeaban que fumara esos habanos que Hemingway le enseñó a adorar: «¿Por qué no prohíben el humo de los tubos de escape?». Szczesny estaba en paz.