Los augurios de los analistas y medios independientes rusos se hicieron finalmente realidad. Tras días de mantener deliberadamente el suspense sobre la composición de su delegación, al filo de la medianoche del miércoles, el presidente Vladímir Putin firmó el decreto donde se hallaban incluidos los nombres de los representantes rusos en las conversaciones con Ucrania en Turquía, entre los que destacaba el consejero presidencial y exministro de Cultura, Vladímir Medinski. «Esperemos que el presidente de EEUU vea esta burla por lo que es y extraiga las conclusiones adecuadas», ha reaccionado el ministro de Exteriores de Polonia, Radoslaw Sikorski, al poco de conocerse la noticia. Esto es «una farsa«, ha concluido el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski.
Pero, ¿quién es Vladímir Medinski para suscitar semejante consenso negativo en la UE y sus aliados? ¿Por qué una persona con un perfil eminentemente cultural ha acabado al frente de una negociación sobre política exterior?
Vladímir Rostislávovich Medinski nació en el oblast (región) de Cherkasy en 1970, en el centro de Ucrania, cuando esta república aun formaba parte de la Unión Soviética. Se licenció en Periodismo Internacional por la Universidad Estatal de Moscú de Relaciones Internacionales, y luego se graduó en la elitista Universidad Estatal de Moscú, también estudiando materias relacionadas con la política exterior. Su vida política siempre se ha desarrollado en puestos de embajadas y en cargos oficiales o semioficiales, y está estrechamente vinculado a Rusia Unida, el partido de Putin.
La animadversión de ucranianos, europeos y oposición rusa hacia su figura se debe sobre todo a su escasa relevancia y capacidad de adoptar decisiones en temas de política exterior. En declaraciones a la cadena rusa independiente TV Dozhd, el politólogo ruso Georgui Chizov especuló con la posibilidad de que Rusia buscará solo ganar tiempo y precisamente mencionó a Medinski por su nombre como ejemplo de ello, calificándole como «persona no seria» y hasta «un payaso«. Chizov sostiene que para Kiev, «acordar algo con él simplemente no es posible», habida cuenta, además, de que se trata de un dirigente que públicamente ha negado la existencia de Ucrania como entidad estatal separada de Rusia.
Al margen de su bajo perfil político, Medinski es un hombre que ha significado con asiduidad en las guerras culturales que han tenido lugar en Rusia en el último decenio, batiéndose en favor de los valores ultraconservadores que propugna el Kremlin. Cuando estuvo al frente del Ministerio de Cultura, se implicó con ahínco en la defensa de lo que denominó «valores tradicionales rusos», impulsando en 2017 la cancelación del ballet en el teatro Bolshói centrado en la figura de Rudolf Nureyev por contener escenas de carácter homosexual, o el enjuiciamiento en 2018 del director teatral Kirill Serébrennikov, acusado de malversación de fondos, aunque en el trasfondo de la causa muchos vieron un castigo político a un personaje incómodo que desafiaba el conservadurismo rampante en el mundo artístico de Moscú. Por contra, una sociedad histórica presidida por él ha impulsado la implantación de bustos del dictador Stalin en ciudades rusas, ejerciendo una suerte de revisionismo histórico sobre la figura del líder soviético, responsable de la muerte de millones de ciudadanos soviéticos en campañas de represión política o hambrunas provocadas deliberadamente.
Mensaje a Kiev y aliados
El nombramiento de Medinski al frente de la delegación lleva también implícito un mensaje del Kremlin hacia Ucrania y sus aliados: considera que el punto de partida de toda negociación debe radicar en las conversaciones que mantuvieron ambos bandos hace tres años, al inicio de la guerra, cuando las tropas rusas amenazaban con entrar en Kiev y la realidad sobre el terreno era muy diferente. En los borradores de aquellas conversaciones, existían provisiones que, hoy en día, tras más de un millar de días de guerra, son inasumibles para la parte ucraniana, en particular la inclusión de una modificación en la Carta Magna ucraniana que estipule su estatus de neutralidad, y la limitación del tamaño de las fuerzas armadas del país, lo que acentuaría su vulnerabilidad ante una nueva invasión rusa. El Instituto para el Estudio de la Guerra, el organismo de análisis bélico más seguido por los analistas y la prensa equipara dichos términos a una «capitulación».
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