El escritor judío y «maricón» que retrata la vida trans en México (y no se parece en nada a ‘Emilia Pérez’)

En la solapa de Esta cuerpa mía, el escritor Uri Bleier se describe como «chilango, judío y joto», de lo cual un español básico sólo entiende a la primera lo de enmedio. Chilango, nos explica en la sede madrileña de la editorial Alfaguara, es el habitante de Ciudad de México. Joto viene a ser como maricón, «pero peor», aclara. «Es una forma muy despectiva utilizada tradicionalmente para llamar a los gays». Una injuria que Bleier, como buena parte del colectivo, se ha apropiado y esgrime con orgullo para desactivarla.

En Esta cuerpa mía, su primera novela, Bleier narra la peripecia vital de Mónica, una trabajadora sexual que descubre su identidad en los márgenes, rodeada de otras mujeres trans que ejercen la prostitución en Ciudad de México y Tijuana. La novela está escrita en primera persona, y el monólogo de Mónica arrolla al lector con su riqueza léxica, la vitalidad torrencial de un español vernacular y fascinante que recuerda a maestros de la literatura iberoamericana como Manuel Puig o Ángel Vázquez, y que admira tratándose de un joven autor novel.

Antes de escribir, Blaier se dedicó a la creación plástica, y antes aún, en lo que parece otra vida, al management deportivo. «Estudié una maestría en negocios internacionales enfocados al fútbol y trabajé con representantes de jugadores muy importantes en México», explica. Con en tiempo encontró en la palabra su identidad y su medio de expresión. Buscó las herramientas necesarias en talleres literarios con escritores como María Fernanda Ampuero, Pablo Simonetti o la española Sabina Urraca.

El resultado de su tenaz trabajo de formación, de la búsqueda de su voz, es este primer libro exuberante, sin duda uno de los descubrimientos del año. «Creo que la literatura de hoy suele trabajar con un lenguaje mucho más parco, más contenido, más cercano a la academia, parece que el narrador casi siempre habla igual, y se deja de lado la oralidad, que es un espacio hermoso del que beber, en el que llenarse de la vitalidad que te da la calle. Pasar esto a la literatura es para mí uno de los trabajos más placenteros. Me parece fundamental que se empiece a ensanchar el lenguaje de lo que uno lee a través de voces que no están tradicionalmente en el canon», defiende Bleier.

Pregunta.- Entrar en ese registro oral, verboso, en primera persona, y mantenerlo durante 300 páginas parece milagroso, sobre todo tratándose de tu primer libro.

Respuesta.- La primera vez que hablé con mi editora, Mayra González Olvera, cuando me anunció que iba a contratar el libro, me dijo precisamente eso, que empezó a leerlo porque el narrador le atrapó, y que siguió leyendo solo para ver cuándo se caía, cuando el libro ya no se sostenía. «Y estamos aquí porque no se cayó», dijo.

P.- ¿Qué fue antes, el deseo de escribir desde esa oralidad o de contar la historia de las trabajadoras sexuales trans de México?

R.- El juego con el lenguaje para mí es muy importante y creo que hay algo interesante en ir a buscar referencias en las personas que están trabajando en la vida real con el lenguaje. Y las trabajadoras sexuales trans, al menos en México, tienen como centro de su existencia el lenguaje. Son personas que se construyeron sin una forma de nombrarse, con la sociedad empujándolas hacia los bordes y siempre utilizando palabras despectivas para decidir lo que ellas eran. Y entonces han tenido que trabajar con el lenguaje como una herramienta fundamental para existir, para habitar el mundo. Estos microsistemas que se generan en la vida real me parecen fundamentales y hermosos para acercarse a ellos. Yo sabía que quería construir un narrador muy cercano a la oralidad, que fuera como muy guapachoso, muy musical, que tuviera esa poesía que me parece que está en la calle pero que uno tiene que afinar el oído para lograr identificarla.

P.- Por eso cuando Mónica recibe una paliza tremenda ella dice que la voz se le sale, que la pierde, y comienza a expresarse de otra manera.

R.- El lenguaje nos permite salvarnos de situaciones muy tristes, de sufrimientos muy profundos, de violencias muy intensas, y muchas veces cuando lo perdemos también empezamos a caer en una especie de debacle. Creo que esto es lo que hacen muy bien las mujeres trans, sobre todo las que hacen trabajo sexual: utilizan el lenguaje y es desde ahí que se agarran para volver a renacer. Muchas veces dicen, y me parece hermoso, que su venganza es ser felices. Pero uno no solo es feliz con el cuerpo, muchas veces el cuerpo sigue al lenguaje, y esto es interesante. Está científicamente probado que si sonríes después de un rato vas a estar más contento.

P.- ¿Cómo te documentaste para escribir este libro?

R.- Han sido al menos dos años de trabajo de campo, tratando de llenarme de toda la información que podía, porque creo que es un tema que no se puede tratar simplemente con la imaginación o utilizando el imaginario colectivo para escribirlo. Hice una serie de entrevistas a Cassandra Huaso, que es una chava transbajadora sexual en México, y ella me permitió que su historia fuera como la columna vertebral del libro. A partir de ahí yo podía acuerpar la voz con esa historia y empezar a ficcionar trabajando con el lenguaje. Yo podía apoyarme en una historia que había pasado, no exactamente como se cuenta acá, pero trabajando con un magma real que me permitía la tranquilidad de que el lenguaje me fuera llevando sin cometer los errores que muchas veces creo que suceden cuando uno se acerca a estas historias, que es la instrumentalización de las vidas trans, la revictimización, la exotización de la pobreza y del trabajo sexual, que era lo que yo quería evitar. 

P.- Venimos de unos meses en los que el fenómeno Emilia Pérez, con todas sus connotaciones, nos ha pasado por encima, que se ha criticado en parte por esa exotización de México y de lo trans y que para algunos puede banalizar la temática como una mera moda.

R.- Yo creo que la literatura tiene la capacidad de abordar la complejidad de los temas que el cine o los productos audiovisuales también podrían pero no siempre lo intentan. El asunto no es ni siquiera lograrlo, sino intentarlo. Yo al menos he tenido la intención de abordarlo desde la complejidad. Entregar un producto a lo Hollywood, que me parece que es un poco el reproche que a veces se le hace a Emilia Pérez, es muy fácil. Esos personajes sin arco, sin profundidad, que cambian de malo malísimo a bueno buenísimo. Creo que en Esta cuerpa mía se aborda con complejidad un personaje que sí está instalado en un México lleno de violencia, con bastante narcomenudeo, con violaciones, pero desde otro lugar, que es desde el que nosotros como mexicanos muchas veces vivimos México. El artefacto película sí pudo gustar a la gente, pero hay algo adentro que termina molestando también a muchas personas. Claramente Jacques Audiard no intentó abordar el tema con ninguna complejidad. Sí el propio lenguaje del cine y de los musicales. Pero ya no estamos en una época en la que uno puede escribir así porque sí sobre todo estas historias de los márgenes. Lo que les importó fue el cine, y está bien, yo no estoy juzgándolo en ese sentido, pero ya no solo consumimos las historias de esta manera. Creo que como sociedad cada vez tenemos más ansias de entender qué es lo que pasa fuera de nuestros pequeños centros. Y creo que este es el signo de nuestro tiempo y me parece un signo bueno.

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