En muchas ocasiones pareció que esta podía ser la temporada del naufragio definitivo de la junta presidencialista de Joan Laporta en el Fútbol Club Barcelona. Se le ha reclamado la dimisión; ha habido un conato, más humo que sustancia, de moción de censura; ejecutivos y directivos han cogido la puerta de salida en tropel como si el palco estuviera en llamas… Todo consecuencia de una abundancia de escándalos y maneras de hacer que habrían tumbado a cualquier presidente. Menos a Laporta, protegido por su carisma, su populismo y su capacidad de resistencia. Hoy, con la Liga en el bolsillo, prevalece el reconocimiento a su intuición deportiva. La vía alemana era la buena.
Laporta, como buen líder, concede el mérito de la elección de Hansi Flick a Deco, el director deportivo, que regresó de Londres fascinado de su entrevista de antes de verano con el técnico germano. Sin embargo, a nadie escapa que bajo el gobierno laportista el Barcelona ha escogido a entrenadores que han impulsado muy alto el orgullo futbolístico azulgrana. Frank Rijkaard y Pep Guardiola, como ahora Flick, confirieron al equipo azulgrana una identidad propia y ganadora que sedujo al aficionado barcelonista y cautivó al espectador internacional. Xavi fue una experiencia puente, de cavar cimientos, investido pese a lo que le decía el olfato.
Joan Laporta abraza a Hansi Flick en la inauguración fotográfica de la Fundació Barça en el Palau Robert de Barcelona. / AFP7 vía Europa Press
Laporta tiene tan buen ojo para el banquillo como capacidad para el estropicio en las oficinas. Pero ya se sabe que en el Barça se juzga a un presidente como si fuera un entrenador y si la pelota entra en la portería, y encima por la escuadra, ya se le pueden caer todos los papeles con sumas y restas que no cuadran, que alguien los recogerá. Laporta, además, grita «Barça», levanta el puño y hace ‘botifarras’ como nadie, con una forma de ir por la vida desacomplejada que invita a reírse y que refuerza con el buen pico de un picapleitos. Eso, qué duda cabe, resulta atractivo.
En el alambre
El título de Liga servirá al presidente, su corte y sus acólitos para reafirmar una gestión que ha caminado sobre un alambre desde su retorno al trono azulgrana. Este curso parecía que iba a precipitarse al vacío, pero Laporta, para desesperación de sus opositores, siempre cae de pie. «Luchamos contra todo y contra todos», dijo un día el mandatario en una arenga de aire victimista que ha hecho fortuna entre los suyos.

Hansi Flick y Joan Laporta tras firmar contrato con el Barça. / Foto: German Parga / FC Barcelona
La realidad es que Laporta ha sobrevivido a sus enredos sobre el retorno al Camp Nou, al mareo a los socios en Montjuïc, a sus malabares financieros, a los comisionistas sospechosos, a la fuga de directivos, a las duras divisiones en la junta, al choque con la ‘Grada d’animació’, a la oscura asociación con un ‘partner’ moldavo sin experiencia para los asientos VIP, al cambio constante de auditoras y, sobre todo, al ‘thriller’ del alistamiento de los fichajes de Dani Olmo y Pau Víctor. Las inscripciones, un mero trámite para cualquier club, un ascenso al Everest para el Barcelona, inmerso en una batalla interminable con su ‘fair play’ financiero.
Aparentemente a Laporta ni siquiera le penaliza el agrio enfrentamiento con mitos ‘top’ del club (Messi, Koeman y Xavi), ni la complicidad disimulada con Florentino Pérez, ni mucho menos que alguien sin cargo como Alejandro Echevarría, que tuvo que dimitir en su primer mandato por esconder su filiación a la Fundación Francisco Franco, tenga plenos poderes internos.
«El escudo no se mancha»
Laporta emite señales de sentirse fuerte y ha confrontado a sus críticos con furia. «Mucho deben trabajar los desestabilizadores de fuera y también los de dentro del barcelonismo para tumbarnos. Este ‘modus operandi’ ya lo conocemos. Nos han querido liquidar, pero no nos hemos rendido nunca. No se han salido con la suya porque el escudo no se toca. El escudo no se mancha», vociferó un día con evocación ‘maradoniana’ incluida.
Flick ha protegido con su fútbol revolucionario el escudo del club y la presidencia. Se diría que ha salvado e impulsado la legislatura de Laporta. El orden germano y el caos de la improvisión se han complementado. Ya nadie descarta un adelantamiento de las elecciones previstas para el 2026. El desencanto social con la mudanza a Montjuïc ha mutado en euforia colectiva. Y esta es una ola que puede resultar irresistible para un dirigente con buen olfato acreditado.
Suscríbete para seguir leyendo