Tom Cruise ha llegado a la presentación de ‘Misión imposible: sentencia final’ en el Festival de Cannes en coche y, al salir de él, ha firmado docenas de autógrafos antes de posar para los fotógrafos durante su largo paseo por la alfombra roja. Es lo habitual en estos casos, pero lo cierto es que de él se esperaba que descendiera hasta la Croisette en paracaídas, o que pilotara un bólido a toda velocidad hasta estamparlo en la puerta del auditorio Louis Lumière. Después de todo, a medida que la saga ‘Misión imposible’ iba acumulando entregas al tiempo que él mismo iba acumulando primaveras en su biografía, el actor se ha ido mostrando cada vez más proclive a hacer exhibiciones públicas de acrobatismo demente -la que ofreció el año pasado en la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de París, por ejemplo- con el fin de recordar a la gente que es él mismo, y no un especialista, quien rueda las espectaculares coreografías de acción que vertebran estas películas.
Esas secuencias -persecuciones en helicóptero, peleas sobre los techos de trenes de alta velocidad, episodios de conducción increíblemente temeraria, caídas libres de diversos tipos, innumerables momentos durante los que el agente secreto Ethan Hunt corre y corre como una caballo desbocado- llevan tiempo convertidas en el principal argumento de venta de la saga al público; el ascenso de Cruise por la fachada del edificio Burj Khalifa en la cuarta entrega, ‘Protocolo Fantasma’ (2011), fue la primera de ellas en disfrutar de su propia campaña publicitaria, y la principal herramienta usada en su día para promocionar ‘Sentencia mortal – Parte 1’ (2023) fue el ‘making off’ de una escena en la que, en la piel de Hunt, el actor conduce una motocicleta por una montaña y luego se lanza al vacío hacia un desfiladero para acabar abriendo su paracaídas en plena caída.
Salvar el cine
Cuando se le pregunta por los esfuerzos físicos extremos a los que se somete para complacer al espectador, Cruise suele decir que proporcionarnos espectáculo es lo que vino a hacer a este mundo. Y es cierto que esas exhibiciones exageradas de atleticismo, aunque en buena medida diseñadas a modo de homenajes a la durabilidad y las cualidades extraordinarias del hombre que las ejecuta, sobre todo son la consecuencia de la tarea que Cruise lleva tiempo cargando sobre los hombros: salvar el cine.
Tanto en la película que hoy ha visto la luz en Cannes como en ‘Sentencia mortal’, el héroe debe recurrir a métodos considerados obsoletos para combatir los avances de una inteligencia artificial llamada La Entidad -un nombre que suena un poco más ridículo cada vez que es pronunciado- del mismo modo que, a bordo de ellas, Cruise echa mano de algo tan tangible como sus huesos, sus músculos, su motivación de hierro y su evidente insensatez para reivindicar la importancia de factor humano frente a la tecnología carente de textura, personalidad y alma o, más concretamente, la necesidad de salvaguardar el cine comercial de la tiranía de computadoras y algoritmos. Tal es su compromiso con ese tipo de espectáculos que, pese a haber sido nominado tres veces al Oscar a lo largo de su carrera, actualmente el actor solo se dedica a rodar ‘blockbusters’.
Una sociedad estable
A lo largo de los años, Cruise ha ido tomando más y más control sobre la saga. Si las cuatro primeras películas que la componen eran escaparates de las respectivas sensibilidades temáticas y visuales de cada uno de sus directores -Brian De Palma, John Woo, J.J. Abrams y Brad Bird-, a partir de la quinta el actor estableció sociedad creativa estable con Christopher McQuarrie, que como guionista y desde detrás de la cámara hace las cosas que Cruise quiere y como las quiere. En cualquier caso, en ambas etapas estas películas han combinado los mismos ingredientes: una serie de virguerías físicas, una historia a la vez muy simple y muy enrevesada en virtud de la que Hunt debe tratar de detener a un villano que posee algo que no debería -una lista, una arma biológica, unos códigos, unas relucientes bolas de plutonio o un ‘software’ letal con forma de llave- y tantas dosis de ridiculez que, a estas alturas, hasta los personajes se muestran conscientes de ellas. En cualquier caso, hablar de lo predecibles o lo absurdas que son las películas de ‘Misión Imposible’ es como hablar del valor nutricional de un Big Mac: si los consumidores se preocuparann por ese aspecto del producto, probablemente no lo habrían escogido.
Tom Cruise, junto a Greg Tarzan Davis, Angela Bassett, Pom Klementieff y Christopher McQuarrie / SAMEER AL-DOUMY / AFP
Desde hace tiempo se rumorea que ‘Sentencia final’ podría ser la última película protagonizada por Cruise de la saga, en buena medida porque el sentido común dicta que tiene que serlo. Al fin y al cabo, tiene 62 años, y lo que la medicina cosmética, el ejercicio, la buena alimentación y una genética privilegiada pueden lograr para detener el paso de tiempo es limitado; de hecho, actualmente el rostro del actor parece una de las máscaras faciales a las que Hunt suele recurrir para cumplir sus misiones. Y el día que Cruise deje de ser Hunt, deberá escoger entre volver a interpretar personajes normales -ya ni debe de acordarse de cómo se hace tal cosa- o tal vez retirarse, quizá a alguno de los ranchos de la Iglesia de la Cienciología.
Es probable que la saga siga adelante sin él, a menos que ‘Sentencia final’ sea un fracaso de taquilla, algo que en realidad no es descartable: hacerla costó más de 400 millones de dólares sin contar gastos de publicidad y, según la lógica de Hollywood, eso significa que debería recaudar unos 1.000 millones para ser rentable. Pero si hay más ‘Misión Imposible’ sin Cruise, quien lo sustituya no se jugará la vida sistemáticamente durante los rodajes como él lo ha hecho, y el estándar de calidad que la saga ha alcanzado no podrá mantenerse. Y no resulta creíble que Cruise esté dispuesto a dejar que eso ocurra.
Cannes saluda el apabullante talento de Mascha Schilinski
Pese a tratarse tan solo de la primera de las aspirantes a la Palma de Oro de este año en ver la luz, la segunda película de la alemana Mascha Schilinski ya es clara favorita a acabar ocupando una de las posiciones más elevadas del palmarés. Retrato del ciclo vital de una casa familiar a través de los ojos de cuatro generaciones de chicas que vivieron en ella, ‘Sound of falling’ describe un mundo en el que las mujeres de cada época deben enfrentarse a violaciones, muertes de seres queridos, esterilizaciones forzadas, incesto, prostitución y hasta esclavitud, aunque la mirada de Schilinski no esconde las alegrías que de vez en cuando experimentan. Entretanto, la película por momentos trae a la mente el trabajo de cineastas como Terrence Malick, Michael Haneke, Terence Davies, David Lynch y Janes Campion pero, en realidad, no se parece a ninguna otra. Estructurada en forma de ‘collage’, avanza vehiculada por una cámara que se mueve como un fantasma y va capturando sensaciones, imágenes, emociones y sonidos que poco a poco van formando un conjunto impresionista y lleno de sensualidad, y tan denso de detalles que un solo visionado no basta para asimilarlo en su totalidad.
También presentada hoy a concurso, ‘Two Prosecutors’ es la primera película del ucraniano Sergei Loznitsa que compite en el festival galo en casi una década. Ambientada en una ciudad soviética de provincias en 1937, en pleno apogeo de la purga orquestada por Josef Stalin para consolidar su control sobre el Partido Comunista, contempla a un fiscal joven e idealista que investiga los abusos sufridos en la cárcel por un preso, y que a causa de ello acaba enfrentándose a la despiadada maquinaria del estado. Desde el principio queda claro que el tipo va a acabar mal, en buena medida porque Loznitsa en ningún momento se molesta en ocultar la evidencia, pero eso no le impide insuflar a casi todas las escenas -básicamente, una sucesión de conversaciones- una asfixiante atmósfera de amenaza. El director ha afirmado que, en cierto modo, la película habla de Vladímir Putin y Donald Trump. “Uno de esos líderes representa a un país que se precipita de nuevo hacia el estalinismo, viola el derecho internacional y provoca guerras con sus vecinos; y el otro líder, representante del país que siempre se ha considerado fortaleza de la democracia, hace alarde de sus propios impulsos autoritarios y su temerario desprecio a Estado de derecho”.