Nota número uno: alguien caminaba por la orilla del Sena, en París, un día tonto de los años setenta, cuando se cruzó con Samuel Beckett, que avanzaba a su estilo ensimismado, un poco desposeído de sí mismo. El espontáneo le echó valor al toro y le preguntó al autor: “Disculpe, ¿es usted Samuel Beckett?”. Y el hombre contestó: “A veces”.
*
Nota número dos:
“¿Que cómo me enamoré?
-No podrán con nosotros, le dije.
Y seguí mi paseo solitario”.
Esto es un epigrama de Javier Egea.
*
Pienso en estos flecos literarios que me gustan tanto y que me resultan tan reveladores porque Frank Cuesta, por lo visto, también anda medio disociado, con la pata del carácter quebrá. No tiene cáncer, no es veterinario, no es herpetólogo y su santuario es una granja de animales comprados que se le mueren cada dos por tres: un dulce. La vida siempre es más miserable de lo que aparenta. Y nosotros también.
Frank Cuesta en ‘El Hormiguero’.
La gente lista es la que consigue que los demás crean que han leído más de lo que han leído y han follado más de lo que han follado.
A la gente torpe le pasa al contrario. Te hacen creer que son prácticamente analfabetos y vírgenes, aunque sus marcas sean algo más altas que el cero.
Todo es proyección. Todo va de esto. De las sensaciones que dejamos en el otro.
La realidad, lo que de verdad sucedió, es casi siempre inchequeable.
Frank Cuesta es un tipo listo, un loco listo, en fin, un narrador improbable y pizpireto que ha ensanchado los límites de su propia biografía porque su vida no le bastaba. Discutió duro con los hechos y creyó ganar.
El impostor se hizo famoso hace quince años. Es decir, le ha dado tiempo a estudiar esas carreras que dijo estudiar, pero, ante todo, le ha dado pereza. Centró sus esfuerzos en tejer la mejor crónica de sí mismo. Mentir es un trabajo extenuante y requiere formación cocinada en la infancia.
Esto que tampoco se nos olvide.
Es muy lúcido, Frank, y tiene el talento del retrato, porque se dibujó a la vez como un héroe (el pibe que se codea con ranas venenosas calzando unas Crocs comidas de mierda) y una víctima (el hombre enfermo que pierde pelo y acusa ojeras en la camilla de un hospital, que vete tú a saber de dónde la sacó, un pájaro atrapado fuera de su jaula, que era la naturaleza).
Frank Cuesta vio que era mediocre según los parámetros oficiales, según el camino recto, y decidió reivindicarse como alguien extraordinario en cuanto a construcción teatral.
Desde hace semanas estoy siendo victima de una extorsion. Filtrando fotos privadas, audios, whatsapps e informacion dentro de mi ordenador por mas de una decada. Filtrando tambien informacion de mi familia y cercanos. La manipulacion, amenazas y sadismo es inaguantable. Aqui el… pic.twitter.com/lcVXubcxWV
— Frank Cuesta (@Frank_Cuesta) May 14, 2025
Él se llamará heterodoxo y hecho a sí mismo. Es compadre de Ayuso y tiene un amigo que le chantajea con la verdad y un día llora y babea en un vídeo y al otro te recita un texto como un robot y al rato te dice que todo era mentira y que estaba siendo acosado y emplea de nuevo su célebre tono violento de corte fascista, quiero decir, apasionado.
Es múltiple, Frank Cuesta, es whitmaniano, contiene multitudes. Fabrica heterónimos, como Pessoa, para vivir a través de ellos sin que dejen de tener su impronta, su firmilla. Wild Frank. Se lo puso también en inglés, para mentir en grande: él tiene esa visión internacional. Hay que ser ambicioso incluso en la infamia. Si te pones, te pones.
Lo que más gracia me hace (la gracia es algo hermano del escozor) es esa gorra para atrás que lo explica todo, que lo adelanta todo, que hace spoiler de sí mismo. Tuvimos que haberlo entendido todo cuando vimos esa gorra. Un híbrido entre TJ Detweiler (la gorra aquí es el liderazgo desenfadado), Ash Ketchum (cuando el chiquillo giraba la gorra hacia atrás es que empezaba la movida, sacaba al personaje a pasear, venían problemas y él se iba a enfrentar a ellos) y el señor Burns (se ponía el gorro para hacerse el joven, el molón).
O sea. La gorrilla es una pretensión de juventud, de rebeldía y de relajación. Dices “soy un antisistema”, pero andas comido por la estética, como Wild Frank, porque mientras vistes la gorra hacia atrás, te acabas tapando el sol con la mano, y… ¿sabes lo que pareces cuando haces eso?
En definitiva: lo que eres.
Frank Cuesta, con gorra o sin ella, pero sobre todo con ella, es un eterno adolescente, esto es, alguien que “adolece” de personalidad. Tuvo que trampear una para existir. Para ser visto.
Como decían los Venga Monjas: “Hay un loco en internet”.
Se me ocurre que esta impostura es una cosa muy masculina, de Errejón a Frank Cuesta, de Jean-Claude Romand al Pequeño Nicolás. Eso de saltar a la comba con los límites entre la persona y el personaje. Ninguna mujer tiene esta pasmosa seguridad macha para montarse tales peliculones de agente doble.
No quiero decir con esto que seamos unas monjitas. Quiero decir que mentimos menos y mejor, a la vista está, porque no nos pillan. Es testosterónica la crisis de la mediana edad que asola a estos muchachos, es testosterónica esa bestia ciega de la competición que llevan dentro y que les obliga a actuar para engrandecerse.
¿A quién intentan convencer? ¿De qué?
Se negaron a ser lo que todos irreparablemente somos al final del día: nadie.