No se me ocurre nada. / ShutterStock
Había, cerca de mi casa, una ferretería a la que mi padre me enviaba con frecuencia para hacer recados. Un día que iba a por media docena de alcayatas, la encontré con la persiana echada. Descubrí un cartel que decía: “Cerrado por inventario”. Lógicamente, asocié el término inventario a la palabra invento e imaginé al ferretero y a sus empleados ideando nuevas herramientas o tornillos entre los túneles formados por las altas estanterías.
Cuando, ya de vuelta, mi padre me reclamó las alcayatas, le expliqué lo sucedido y permanecí a la espera de una explicación. Pero a él debió de parecerle normal que el establecimiento cerrara de vez en cuando para idear nuevos útiles, pues se limitó a pedirme el dinero del encargo. Ahí quedó la cosa. Días más tarde, al volver del colegio, pasé por delante de una mercería de la que éramos clientes y que también estaba cerrada por inventario, de donde deduje que se trataba de una práctica habitual en todos los negocios. De hecho, poco después de aquel cierre, empezaron a vender allí las primeras cremalleras, que fueron recibidas como tecnología punta. Tener un jersey de cremallera era a lo más a lo que se podía aspirar. Yo tardé mucho en estrenar uno, y no hacía otra cosa que cerrarlo y abrirlo: me parecía mágico el modo en el que los dientes se unían y se desunían con aquella precisión mecánica. Pensé entonces equivocadamente que la cremallera acabaría con los botones, pero han convivido en buena armonía.
En todo caso, y como a lo largo de aquellos meses, tropezara con más establecimientos cerrados por inventario, alcancé la conclusión de que todo era el resultado de un invento. Es decir, a alguien se le había ocurrido el mundo y, tras el empujón inicial, la gente seguía completándolo. Según aprendí enseguida, el mundo se le había ocurrido a Dios, que era un ser grande y misterioso que aleteaba aburrido en medio de las tinieblas hasta que, en un momento de inventario, se le ocurrió la luz del mismo modo que, mucho más tarde, a alguien se le había ocurrido la cremallera. Dios hizo la luz y luego vino todo lo demás. Me pregunté si yo, de mayor, sería capaz de inventar algo que contribuyera al progreso de la Creación. Pero aún no se me ha ocurrido nada.