El 24 de enero de 2022 un restaurante ubicado en el lugar de Placeres, en Marín, sirvió una cena para la tripulación del Villa de Pitanxo. El barco iba a salir al día siguiente a una nueva campaña de pesca en el caladero de NAFO con la idea de retornar con las bodegas llenas en algo más de cuatro semanas. La tasa de incidencia del coronavirus (COVID-19) era altísima todavía en Galicia, de 3.643,71 por 100.000 habitantes, por eso en muchas pesqueras —como las de Malvinas— se mantenían activos protocolos estrictos para evitar contagios: los marineros dormían en hoteles, confinados desde días antes de embarcar. Esta precaución no se adoptó con el arrastrero de Pesquerías Nores: en aquel bar, El Rincón de Zoila, estuvieron los subalternos de Juan Enrique Padín, patrón del Pitanxo, pero también otros grupos y clientes. Unas 36 horas después, ya con la embarcación en Vigo, el marinero Siaka Thior dio positivo. Fue desembarcado y reemplazado tras haber compartido, sin posibilidad de distancias de seguridad, espacios con los demás compañeros. El buque no guardó cuarentena, como desveló FARO. A las 18:55 horas (17:55 UTC) del 26 de enero dejó atrás la costa en dirección al caladero, a un ritmo constante de 9,7 nudos de velocidad.
El brote de COVID a bordo y su impacto
La enfermedad se propagó sin control, hasta el punto de convertirse en pandemia misma dentro del barco. Uno de los enfermos era el más joven de la dotación, Raúl González Santiago (segundo oficial). «Se reventaba a toser», han explicado a este periódico sus familiares. Tenía asma. Dormía con el observador, Francisco Manuel Navarro Rodríguez, en la enfermería, porque no había camarote para ellos. La Comisión de Investigación de Accidentes e Incidentes Marítimos (Ciaim), en su informe sobre el siniestro, —sujeto a alegaciones de las partes durante un mes—, pone ahora cifras a este escenario. «Podría esperarse que hasta 18 o 19 tripulantes estuvieran contagiados», con el consiguiente efecto sobre las posibilidades de supervivencia en el naufragio. Lo dicen textualmente los técnicos. «Parece posible que el COVID-19 hubiera mermado la capacidad de los tripulantes de ejecutar correctamente los procedimientos de abandono o de alcanzar las balsas salvavidas».
No hubo aislamiento: todos los marineros estaban trabajando desde el primer día en que empezó a faenar
La estimación de contagios y las condiciones extremas
Teniendo en cuenta que 12 cadáveres no han sido recuperados, ¿cómo ha llegado la Ciaim a esta estimación? Probabilidad matemática. «Tras el accidente —continúa el documento—, las autopsias de los nueve fallecidos cuyos cuerpos fueron recuperados revelaron que siete estaban contagiados. Extrapolando estos resultados al total de 24 tripulantes» se obtienen esos hasta 19 enfermos de COVID. Una de las víctimas, William Arévalo Pérez, que sí pudo ser enterrado en su Perú natal, embarcó en el pesquero de Nores tras haber dado positivo semanas atrás, lo que le impidió salir a faenar en el palangrero gallego Siempre Juan Luis. Fue el último en morir, poco antes de la llegada del pesquero Playa Menduiña Dos al lugar del hundimiento. Solo llevaba ropa de aguas; el mar estaba a 2 grados centígrados, con olas de hasta 10 metros, con una sensación térmica de -17º.
El informe técnico y las fallas en la seguridad
El informe de los técnicos va más allá, respecto a los tripulantes que acabaron muriendo por shock térmico o hipotermia en las balsas. «Dada la cantidad y variedad de afecciones fisiológicas y cognitivas que pudieron haber sufrido varios tripulantes, parece posible que el COVID-19 que padecían los tripulantes fallecidos en las balsas salvavidas hubiera mermado su condición física hasta el punto de reducir sus posibilidades de supervivencia». Ahora bien, la Ciaim expone, en última instancia, que «no ha obtenido suficiente información» sobre el estado en el que estaban realmente los contagiados.
Los dos primeros positivos quedaron apartados en un pañol con cartones durante la travesía a Terranova
FARO ya desveló que, de inicio, Juan Padín aisló a los dos primeros contagiados en un pañol de cubierta, con el suelo cubierto de cartones. Y fue durante la travesía al caladero. Las labores de pesca empezaron el día 2, como se puede comprobar con los datos de posicionamiento satelital AIS, y para entonces todos estaban trabajando, juntos, y compartiendo espacios como el comedor. No fue hasta el día 5 que el capitán llamó a Centro Radio Médico, en Madrid, para comunicar «varios» positivos. No consta que este departamento, dependiente del Ministerio de Seguridad Social, hiciera consultas individuales a cada uno de los contagiados, como determinaba el protocolo de actuación. Desde esta oficina eludieron aportar información a este periódico aludiendo a la confidencialidad.
La dotación mínima de seguridad incumplida
Hay un hecho adicional que también señala el informe técnico de la Ciaim y es el relativo a la dotación mínima de seguridad. Cuando se construye un pesquero, como fija la normativa, el capitán marítimo ha de determinar cuál es el número de tripulantes que tienen que estar a bordo, como mínimo, para que el buque pueda navegar sin incurrir en riesgos. Para el caso del Villa de Pitanxo, y por una orden de marzo de 2003 (año de su construcción), la dotación de seguridad era de 9 personas, cada una con sus tareas asignadas. «Pese a que el número de enfermos fue aumentando durante la marea, no consta que el capitán o el armador considerasen navegar al puerto de San Juan de Terranova en previsión de que el número de tripulantes contagiados hiciera inviable el manejo seguro del buque», abunda la Ciaim. Teniendo en cuenta que, como mucho, eran cinco los tripulantes sin COVID, el pesquero no «contaba con una tripulación de seguridad operativa en el momento del accidente».
Juan Padín está imputado, al igual que la armadora y entre otros delitos, por 21 homicidios por imprudencia grave.
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