Indómito, incorregible, pero sobre todo salvaje, el Barcelona arrastró al Real Madrid a su trituradora emocional en un clásico de leyenda. Un manicomio en el que no quedó claro quién podría liberarse de sus miedos para asaltar la grandeza. Salió libre de la camisa de fuerza, y quizá también campeón, el equipo de Flick, aunque tuviera antes que ver cómo Szczesny, ya en el tiempo añadido, le arrebataba a Mbappé su cuarto gol y el árbitro anulaba por mano un gol a Fermín con el que todo acababa.
El equipo de Flick venció por cuarta vez esta temporada al de Ancelotti, a quien ya le arrebató la Supercopa de Arabia y la Copa, y se puso a tiro la Liga, con siete puntos de ventaja para los azulgrana con nueve por jugarse. Una distancia mucho más anímica que numérica. El Barça se ve abriendo una era, el Madrid, cerrándola.
El equipo de Ancelotti, como tantos otros esta temporada, creyó que amaneciendo con dos goles de su jugador franquicia, un Kylian Mbappé que corría hacia la gesta con cara de no entender nada, tendría suficiente con protegerse y esperar. Sin reparar en que el Barça de Flick navega mejor hacia arriba y en río de sangre, como el diabólico Kurtz del Corazón de las Tinieblas de Conrad. El Madrid, que construyó su leyenda a partir de levantamientos a menudo inexplicables, se vio perdido antes del descanso. Y con la ceja de Carlo Ancelotti petrificada, signo de frustración ante los cuatro goles que marcaron los azulgrana en 25 minutos de éxtasis que quedan por siempre marcados en la historia de este deporte.
No se había dejado llevar Flick por las corrientes de opinión ni por la gestión de egos del camerino, sino por las mismas sensaciones y urgencias que le llevaron a alinear a Eric García y, sobre todo, a Gerard Martín en la eliminación continental en San Siro. Una caída con la que el bendito entorno volvió al argumentario victimista y nocivo que en su día supo negar Cruyff. Calcó Flick el once de Milán, demostrando que lo ocurrido entonces no iba a cambiar su plan vital.
El guion de Ancelotti en su último clásico tuvo más que ver con la supervivencia que con la convicción. El cúmulo de ausencias en defensa, más grave aún por culpa de una planificación en la que sólo hubo espacio para la purpurina de Mbappé, llevó a una línea defensiva confeccionada a partir de retales que el Barça desnudó cuantas veces hizo falta. Porque Lucas, a quien no se le quiere renovar, volvió a hundirse en la orilla derecha ante el éxtasis de Raphinha; porque Fran García, sospechoso hasta para su entrenador, poco pudo hacer cuando Lamine Yamal sacó el lienzo para dibujar roscas; y porque, Tchouaméni obligado otra vez a reclicarse como central junto a Asencio, volvió a preguntarse para qué demonios pagaron cerca de 100 millones de euros por él para ser algún día quien gobernara el centro del campo. Al joven turco Arda Güler, cuya titularidad sirvió para sentenciar a Rodrygo, apenas hubo noticias. Aunque tampoco de Vinicius, bien defendido, sí, por Eric García, y que le cargó el muerto con su actitud a Mbappé, la estrella del proyecto.
Puestos a entender el funcionamiento del Barça de Flick, que siempre necesita una chispa para activarse, Montjuïc no tembló con los dos primeros goles de Mbappé. En el 0-1, Cubarsí rechazó mal cuando el francés avanzaba en fuera de juego y Szczesny se lo llevó por delante. No se corrigió el polaco con el penalti. Mientras que en el 0-2, el VAR no reclamó la atención del árbitro Hernández Hernández ante una posible falta de Valverde a Lamine que precedió el contragolpe.
El Madrid rechazó su ventaja, mostró el miedo y se encerró en su campo, como si reclamara la tormenta. Eric cabeceó en el 1-2 tras prolongar Ferran Torres. Lamine dibujó el empate con el gesto más burocrático posible. Qué menos. Realiza obras de arte con los pies. Valverde y Mbappé se enredaron ante Pedri en el 3-2 materializado ante Raphinha, justo antes de que el brasileño engullera a Lucas en un 4-2 que, estando el Barça de por medio, no podía ser definitivo.
Cubarsí cayó y tuvo que entrar Christensen. El Madrid entendió que con Modric en vez de Ceballos podría ganar en cordura en el centro del campo. Y el Barça, tan contradictorio, incapaz de dar nada por hecho, se vio de repente penando un error de Iñigo para que Mbappé tomara su ‘hat trick’ e hiciera pensar que lo visto en San Siro podía reproducirse en Montjuïc. Flick se desesperó al ver cómo el árbitro negaba una clara mano de Tchouaméni ante un tiro de Ferran. Aún más cuando abortó la celebración de un momento que no fue, el gol de Fermín.
El Real Madrid se sabía luchando contra un imposible. El Barça, contra una era, contra un tiempo que se ha resistido a entenderlo, pero que ahora es suyo.