Orfeón Universitario de València / Levante-EMV
En la actualidad, varios cientos de valencianos sienten el placer de cantar en una agrupación coral. Para muchos, el nombre de Jesús Ribera Faig, no les dirá nada y, por tanto, desconocen la positiva herencia que gozamos de este químico, que estudió música en Barcelona y que llegó a Valencia siendo muy joven y, al poco, se pagaba los estudios universitarios trabajando como fámulo-músico en el Colegio San Juan de Ribera de Burjassot. El próximo día 13 de mayo, cumplirá cien años.
Cantar en un coro es experimentar sensaciones que no resultan fáciles de explicar, porque, siendo uno más, cada componente es capaz de percibir impresiones que muy difícilmente ocurren en los otros ámbitos de su vida, al sentirse competente para configurar significantes musicales de un nivel que, por sí mismo, nunca hubiera imaginado y que, como un ser aislado, jamás le serían alcanzables. Así, con disciplina, pero con una experiencia limitada, se convierte en intérprete-protagonista de una música inefable escrita por los grandes autores de la historia: aunque nos parezca asombroso, para el cantor, la sensación emocional al abordar el Ave verum corpus de Mozart, es la misma, tanto si la vive desde un sencillo conjunto parroquial, como si forma parte de un gran coro acompañado por una orquesta importante. Además, en ambos casos, al cantar arropado, la experimenta con una densidad distinta a la del auditorio que escucha.
Jesús Ribera creó el Orfeón Universitario de Valencia en 1947, conformando una agrupación mixta que, con los años, se fue consolidando. Inicialmente, dentro del ámbito académico, consiguiendo el primer premio del concurso nacional de coros universitarios celebrado en Barcelona en 1955, galardón que repitió en la totalidad de las ediciones (cuatro), en las que se celebró el certamen.
En aquella Valencia, aún precaria, musicalmente limitada (la Orquesta Municipal, era reciente, creada en 1943), en la que no existía un horizonte imaginable como el actual, la música vocal también se desarrollaba a través de la Coral Polifónica Valentina, creada unos años antes, en 1942, por Agustín Alamán Rodrigo (1912-1994). Alamán –con un temperamento apasionado e impetuoso- la dirigió hasta 1964 y le proporcionó brillantez. Entre sus distintos logros, figuraron, interpretar con la Orquesta -por primera vez en la ciudad-, la Novena Sinfonía de Beethoven el 24 de julio de 1946, dirigidos por Juan Lamote de Grignón, y estrenar en España la Segunda Sinfonía de Mahler «Resurrección», el 21 de febrero de 1951, bajo la dirección de Heinz Unger. Una programación valiente, porque en aquel país atrasado, Mahler era un completo desconocido. Tras de él, Francisco Llácer Pla dirigió la Coral hasta 1971.
La gran eclosión del Orfeón Universitario en el panorama musical valenciano, tuvo lugar el 21 de febrero de 1960, cuando se produjo el estreno en España de Carmina Burana de Carl Orff (1937). Nadie conocía en Valencia la obra de Orff (1895-1982), aquel prodigioso compositor alemán, que había creado un tríptico, complementando la parte inicial, con Catulli Carmina (1943) y el Trionfo di Afrodite (1953). Aquella memorable versión -interpretada junto a la Orquesta Municipal-, tuvo lugar en el Teatro Principal, con la intervención de Emilia Muñoz, Santiago Sansaloni y Manuel de Zayas, como solistas, bajo la dirección de Luis Ximenez Caballero. El éxito fue, sencillamente, impresionante, hasta el punto, de que el mundo musical quedó favorablemente conmovido y tanto el coro como su director, lo sintieron como un punto de partida.
Sin duda alguna, la elección de la obra de Orff por Jesús Ribera, era también la toma de conciencia de sus enormes posibilidades, que fueron refrendadas a través de un ímprobo trabajo y de numerosos éxitos a partir de aquel momento. Como director, Ribera ejercía como un músico meticuloso, conocedor de la técnica vocal, siempre correcto y respetuoso, con una educación exquisita y un leve sentido del humor. Poseía la claridad necesaria para ceder la dirección si se trataba de una interpretación conjunta, sinfónico-coral, y la humildad indispensable para elegir y preparar esas obras concienzudamente, aun a sabiendas de que no las iba a dirigir. Transformar a un conjunto amateur en uno de los mejores del país, fue una ardua pero satisfactoria labor, cuyos reconocimientos fueron reafirmados en muy poco tiempo: el Orfeón Universitario agotaba las localidades del Principal, se convertía en un elemento imprescindible en el panorama musical valenciano, y estrenaba por primera vez en España, difíciles y destacadas obras, conjuntamente con la Orquesta: Alexander Nevsky de Prokofiev en abril de 1962, dirigidos por Gerardo Pérez Busquier; La Infancia de Cristo de Hector Berlioz , bajo la batuta de José María Franco Gil (1964); el Baduvary Te Deum, en 1968, de Zoltan Kodaly, dirigidos por Pedro Pirfano o el estreno absoluto de la Missa de Lledó de Matilde Salvador (1968); entretanto, era especialmente invitado en espacios muy importantes: el Auditorio del Misterio de Información y Turismo (La Infancia de Cristo), dirigidos por Enrique García Asencio, 1964; en el Philarmonic Hall del Licoln Center de Nueva York (1965), con un gran reconocimiento en el I Festival Internacional de Coros Universitarios y en La Semana de Música Religiosa de Cuenca: Magnificat de J.S. Bach, el estreno absoluto del Salmo De Profundis de Oscar Esplá, con la Orquesta Filarmónica de Madrid, bajo la dirección de Odón Alonso (1966). Además, con los años, el coro había creado un especial espíritu propio: la conciencia de una familiaridad positiva que le ayudaba a explicarse y a entenderse a sí mismo.
Antes de que en 1971 Jesús Ribera dejara la dirección, había obtenido premios internacionales en los concursos de Llangollen (País de Gales) y Knoke (Bégica) y Billingham (Inglaterra). El espíritu se hallaba consolidado, y sus importantes logros siguieron con un gran director: Eduardo Cifre Gallego, que los prolongó durante un extenso periodo: 1972-1997.
A diferencia de lo ocurrido en otros ámbitos, Jesús Ribera había circunscrito su actividad a la parcela estrictamente musical, siendo los propios estudiantes los que se ocupaban de la totalidad de la gestión del coro. Aprender a gestionar en una etapa precoz, configuraba experiencia y vocación, que se tradujo después en la dedicación a ello de numerosos de sus componentes: Inmaculada Tomás, que fue Directora del Instituto Valenciano de la Música y promotora del Coro de Valencia; Javier Casal, Director General de Promoción Cultural de Madrid y del Teatro de la Zarzuela; Pepe Lapiedra, Secretario General de la Sociedad Filarmónica; José Ramón Calpe, Presidente de la Federación de Coros de la CV. Pero también surgieron de aquel coro prestigiosas docentes e intérpretes: Ana Luisa Chova, catedrática del Conservatorio Superior, Enedina Lloris y Mari Ángeles Peters. Asimismo, componentes que fundaron y formaron parte de otras agrupaciones vocales: el Coro de Valencia, Lluis Vich Vocalis, Veus Grans entre otras.
Ribera extendió su labor más allá, en otros ámbitos: en 1963 creó los distintos grupos de Los Pequeños Cantores de Valencia y en 1971 el Orfeón Navarro Reverter de la Caja de Ahorros. Es fácil comprender que, sin su presencia y dedicación, la música coral no hubiese sido la misma en Valencia. La ciudad reconoció su trabajo, concediéndole su Medalla de Plata y dando su nombre a una de sus calles.
Personalmente, tuve la enorme satisfacción de pertenecer al coro durante todo mi periodo universitario: unos años, en los que aprendí a sentir, a amar y también a reflexionar acerca de cómo debía entender mi vocación profesional y el resto de mi vida: un beso, Jesús, no sé si tu salud te permitirá leer, pero alguien te recordará que, para la música y para muchos valencianos, fuiste y sigues siendo, un ser inolvidable.