«¿Está ocupado?»


El cuerpo se ha convertido en uno de los grandes campos de batalla. Como en una pesadilla simbólica, Donald Trump irrumpe en escena como quien empuja con soberbia la puerta de un baño público, con ese gesto entre la certeza y el recelo. La luz —dura, fría, impersonal— acentúa su rostro: una máscara envejecida de testosterona y arrogancia. «¿Está ocupado?» pregunta, no como quien duda, sino como quien exige. Pero dentro ya hay alguien, y esa presencia lo desconcierta. Es Vivian Jenna Wilson, la hija trans de Elon Musk, la que no pertenece a los círculos «correctos», la renegada. «Sí, está ocupado. Pero no por quien imaginas», responde, como si esa puerta que Trump intenta cruzar fuera la última frontera, la última línea de defensa de un orden en disputa.

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