En el corazón del Índico, donde los arrecifes de coral de Kenia y Tanzania albergan una de las biodiversidades marinas más ricas del planeta, un fenómeno silencioso amenaza el equilibrio ecológico y humano. La sobrepesca está vaciando las redes de los pescadores artesanales.
Un estudio publicado en ‘Sustainability’ y desarrollado durante casi tres décadas demuestra que la desaparición de especies vulnerables, como pargos, peces unicornio y salmonetes, no solo reduce las capturas, sino que socava la resiliencia de todo el ecosistema marino.
El trabajo revela una cruda realidad: gestionar solo especies ‘resistentes’, como se hace habitualmente en la actualidad, es insuficiente para sostener las pesquerías tropicales. La clave del estudio radica en una comparación sin precedentes.
Las capturas actuales desembarcadas por los pescadores locales son solo una ínfima parte del pescado que históricamente se había capturado
Por un lado, siete áreas marinas protegidas, la más antigua establecida en 1976, donde la biomasa de peces se recuperó hasta alcanzar 150 toneladas por kilómetro cuadrado. Por otro, ocho zonas de pesca activa donde, pese a los esfuerzos locales, las capturas anuales apenas rondan las 1,48 toneladas por kilómetro cuadrado.
«Un hallazgo clave de nuestro estudio es que las capturas actuales desembarcadas por los pescadores locales carecen de una porción significativa del pescado que históricamente se había capturado», destaca Austin Humphries, uno de los autores del estudio.
Entre los hallazgos más alarmantes está la drástica reducción de especies sociales y gregarias. Los pargos (Lutjanus fulviflamma), peces unicornio (Naso annulatus), salmonetes (Parupeneus heptacanthus) y peces soldado (Myripristis spp.), que antes formaban cardúmenes en aguas someras, hoy representan menos del 10% de las capturas.
Grupo de pargos. / Diego Delso / delso photo
«Muchas de las especies vulnerables perdidas por la pesca eran peces sociales que vivían en bancos y que a menudo tienen una alta mortalidad natural y contribuyen significativamente al rendimiento total, mientras que las especies resilientes eran solitarias«, señala Jesse Kosgei, coautor del estudio.
‘Ingenieros del ecosistema’
Durante décadas, gestores pesqueros promovieron una estrategia aparentemente lógica: concentrarse en especies de crecimiento rápido y alta tolerancia a la presión pesquera, como los peces loro (Scarus ghobban) o los peces conejo (Siganus sutor).
Sin embargo, el estudio demuestra que este modo de actuar tiene pies de barro. Aunque estas especies representan hasta el 60% de las capturas actuales, su productividad individual no compensa la pérdida de las desaparecidas.
Los autores calculan que casi el 50% del potencial pesquero «se esfuma cuando se pierden especies clave». El motivo es ecológico: los cardúmenes de peces vulnerables actuaban como ‘ingenieros del ecosistema’, de un modo parecido al de las bacterias y los hongos en suelo firme, reciclando nutrientes y manteniendo saludables los corales. Su ausencia reduce la productividad general del arrecife, afectando incluso a las especies resilientes.

Pescadores artesanales en Kenia. / Pixabay
El estudio también expone limitaciones críticas en los métodos tradicionales de evaluación. Las mediciones basadas en tallas de peces, usadas globalmente para estimar sostenibilidad, resultan insuficientes en este contexto. De 17 especies analizadas, 12 mostraron ratios de reproducción por debajo del 25%, umbral que indica sobreexplotación.
El problema es que muchas especies ya ni siquiera aparecen en las capturas, lo que hace imposible evaluarlas, exponen los investigadores.
Este ‘sesgo de invisibilidad’ tiene consecuencias prácticas. En Vanga (Kenia), donde se usan predominantemente redes de enmalle, el 40% de las especies registradas en los años 90 han dejado de capturarse.
Los pescadores ahora recorren distancias mayores para obtener menos peces pequeños, muchos de los cuales ni siquiera alcanzan la madurez.
Redes, trampas y arpones
El trabajo incluye reveladores análisis según el tipo de arte pesquero:
–Redes de enmalle: capturan peces un 35% más pequeños que los registrados en reservas, con un rendimiento promedio de 1,2 kilogramos por pescador/día.
–Trampas modificadas: en áreas como Mkwiro, donde se implementaron escapes de 2 centímetros, los ejemplares son un 22% más grandes y los ingresos diarios aumentan un 18%.
–Arpones: aunque selectivos, su uso intensivo en Zanzíbar ha reducido poblaciones de peces loro en un 70% desde 2010.
Estas diferencias explican por qué zonas cercanas a reservas estrictas, como el parque nacional marino de Kisite-Mpunguti, en Kenia, mantienen rendimientos un 40% superiores al promedio. La proximidad a áreas protegidas permite que los peces se reproduzcan y luego ‘desborden’ hacia zonas de pesca, aclaran los investigadores.
El estudio propone un cambio de paradigma: en lugar de gestionar pesquerías especie por especie, algo inviable en ecosistemas con más de 400 especies, se deben proteger comunidades completas. Entre las medidas concretas destacan:
–Reducir redes de enmalle: responsables del 68% de las capturas de juveniles en Kenia.
–Establecer corredores biológicos: conectando reservas marinas para facilitar el flujo de peces.
–Incentivar artes selectivos: como trampas con escapes, que aumentan tamaños de captura sin reducir ingresos.

Ejemplar de pez unicornio. / Mk2010
Las implicaciones trascienden la ecología: cada especie perdida es un nutriente que falta en la dieta costera. Los peces vulnerables, ricos en ácidos grasos omega-3 y hierro, son particularmente cruciales para mujeres embarazadas y niños.
Casos como el de la Reserva de Chumbe (Tanzania), donde la biomasa se triplicó en 15 años, muestran que la recuperación es posible. Sin embargo, el éxito requiere colaboración entre científicos, pescadores y gobiernos. «Proteger la diversidad no es un lujo ecológico, sino la única forma de asegurar que el mar siga alimentando a las generaciones futuras», concluyen los autores