David S., el hombre acusado de acabar con la vida de Triana A. en su bar del barrio de Arenales a finales del mes pasado, guarda silencio sobre qué ocurrió la noche del jueves, 24 de abril, y la mañana del viernes, 25, entre las cuatro paredes de su local. La cafetería Arenales, que regenta desde hace siete años en Las Palmas de Gran Canaria, es supuestamente el escenario del crimen de Triana, de origen colombiano y 42 años. Allí se la vio por última vez.
Y allí trabajan sin descanso los agentes de Criminalística de la Guardia Civil desde este martes, cuando detuvieron a David y registraron —por primera vez— su cafetería en busca de pruebas del asesinato. Restos de sangre, ADN, e incluso posibles utensilios empleados son el objetivo de los agentes. Pero también las imágenes de las cámaras de seguridad.
La Guardia Civil visiona y analiza horas de grabaciones de esas semanas; primero, para comprobar si el crimen está grabado; segundo, para esclarecer qué ocurrió las horas previas, cuál fue el desencadenante y cuál era el ambiente del local esa jornada y, tercero, para saber si Triana había acudido otra vez los días anteriores. Hay algunas cintas que David, presuntamente, borró, pero los expertos trabajan ya en tratar de recuperarlas.
Las cámaras del local no son las únicas que interesan a los investigadores. Durante la jornada del miércoles, buscaron por el barrio otros dispositivos que captasen la jornada fatídica. Saber cómo salió Triana —o la sacaron— del establecimiento es una de las incógnitas. Eso responderá a la pregunta de cómo el autor del crimen se deshizo del cadáver. El cuerpo de Triana fue localizado la madrugada del domingo, 27, flotando en la costa de San Andrés, en el municipio de Arucas. Tenía múltiples golpes en el cuerpo y una herida profunda en el cuello.
La principal hipótesis, tras los resultados de la autopsia, es que murió desangrada en la cafetería Arenales y que luego su cadáver fue arrojado por un risco de la costa norte de Gran Canaria. Tras deshacerse de ella, si la hipótesis se confirma, David tuvo que limpar a fondo el local para poder abrir los días posteriores sin levantar sospecha.
El crimen sigue rodeado de preguntas sin resolver. Lo que sí se sabe es que el bar es el último lugar en el que se la vio con vida. Allí estuvo durante la tarde-noche del jueves, día en el que en el establecimiento se celebró una fiesta de cumpleaños, algo habitual según los vecinos y comerciantes cercanos. Luego, presuntamente, se habría quedado a solas con David por causas que siguen sin aclararse.
Al día siguiente su madre recibió un mensaje desde el número de Triana en el que le decía que iba a salir de fiesta. Es la última comunicación.
La relación que unía al detenido y a la víctima sigue siendo un misterio, habida cuenta que ella acababa de regresar de Italia, país al que se mudó hace unos meses, y que solo pensaba quedarse en la Isla unos días para arreglar asuntos del pasado.
En Las Palmas de Gran Canaria, en el entorno de la calle Ángel Guimerá, vivió varios años, antes de su mudanza. Residió a menos de 300 metros de la cafetería de David. Eran casi vecinos durante las horas en las que él mantenía abierto su negocio. Lo que por ahora se descarta, informan desde Delegación del Gobierno, es que se trate de un crimen de violencia de género. Se prevé que él pase este jueves a disposición judicial.
Mientras se buscan respuestas, en el barrio crece la incredulidad. El acceso a la calle Castrillo siguió bloqueado y custodiado por los agentes durante toda la jornada del miércoles, bajo la mirada, conmocionada aún, de vecinos y curiosos. «Vivo en esta calle y siempre vi el bar tranquilo, para mí ha sido una sorpresa», dijo uno de los residentes. Los que transitaban de paso por la zona, bien desde la calle desde Tomás Morales o León y Castillo, preguntaban a los medios de comunicación a qué se debía tal despliegue. Las reacciones iban de la sorpresa al horror. «Cómo han podido hacerle algo así a una persona», añadían al enterarse.
La mayoría de comerciantes rehusaban hablar del crimen y del escenario y los que se atrevían apuntaban a que era un lugar donde, una vez cerrado, se hacían «fiestas». También explicaron que ya habían denunciado al propietario en varias ocasiones por los ruidos de madrugada. «Por la noche, con el silencio, se escuchaba muchas veces música. Y a las siete de la mañana veías salir gente de ahí», afirmaban, aunque la mayoría destacaba, eso sí —entre miles de rumores y versiones sobre lo ocurrido—, el buen trato de David con los clientes. Mientras las dudas se resuelven, el barrio trata de recuperar la normalidad en medio de calles acordonadas, agentes vestidos con EPI para no contaminar el escenario del crimen y una familia rota por el asesinato de Triana.
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