La costumbre de que los papas cambien el nombre tras asumir este cargo se remonta al siglo VI. El primero fue Juan II, cuyo nombre de nacimiento era Mercurio. Como ese nombre no se consideraba apropiado para liderar la Iglesia, optó por denominarse Juan. El estadounidense Francis Prevost se ha inclinado por el de León, un nombre que hacía ya más de 120 años que no se utilizaba en el Vaticano. Y no es casualidad que haya optado por León, un nombre relacionado con la labor social de la Iglesia católica y con su papel ecuménico, es decir con la voluntad de tender puentes hacia otras religiones y confesiones.
El último que había elegido el nombre de León fue el italiano Gioacchino Vincenzo Pecci, el que fue 256º pontífice. León XIII dirigió la Iglesia entre 1878 y 1903, es decir durante 25 años, y fue, justamente, un Papa que reforzó los lazos con la comunidad estadounidense, fomentando la expansión del catolicismo en Estados Unidos. Fue también un papa preocupado por dar a la Iglesia un protagonismo a escala mundial, con acercamientos a la Iglesia anglicana y a los ortodoxos griegos, lo que inició la política ecuménica que luego también siguieron los papas del siglo XX. Su otro punto fuerte, y en eso también coincide con Prevost, fue el impulso de la acción misionera.
Imagen del papa León XIII, pontífice entre los años 1878 y 1903. / Archivo
Destacó, especialmente en los primeros años de pontificado, por su preocupación por promover los estudios teológicos, como el instituto para el estudio de la Filosofía y la Teología y diversos centros de estudio de las Escrituras, también porque abrió los archivos del Vaticano, tanto a los estudiosos católicos como a los no católicos. Aunque se declaró radicalmente contrario al socialismo y poco partidario de los movimientos de izquierdas del momento que le tocó vivir, León XIII sí fue conocido por su apoyo a las iniciativas en favor de las clases más desfavorecidas, con la encíclica ‘Rerum Novarum’, (‘De las cosas nuevas’), que está considerada como la primera encíclica social de la Iglesia católica y un documento fundamental en la Doctrina Social de la Iglesia, ya que reconoce «la fuerza de los nuevos problemas, que hay que afrontar y resolver».
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