Cuando los gobernantes acceden al poder, presumen de que con ellos llegará la transparencia. De Trump a Sánchez, no hay político que no haya prometido que, cuando gobierne, se hará la luz. Se acabó el oscurantismo, proclaman. A partir de ahora, sabremos cuánto ganan los servidores públicos, cuáles son sus propiedades, en qué gastan sus presupuestos, qué estudios tienen y a qué dedican el tiempo libre. Se comprometen a que los procesos electorales serán cristalinos y a acabar con la corrupción, porque gobernarán a la vista de todos.
Parece que un tuerto hubiera mirado a España. Últimamente, no dejan de sucederse desdichas catastróficas y nadie se hace responsable. Así que sólo podemos atribuir las calamidades al destino que se ha cebado con nosotros, a la mala suerte endémica, a abstracciones como el cambio climático, una conjunción de imprevisibles fatalidades y, sobre todo, a la envenenada herencia de sus contrincantes políticos.
A día de hoy, más de seis meses después, no sabemos qué pasó en Valencia para que 235 personas perdieran la vida como consecuencia del desbordamiento de varios barrancos. Sí, la respuesta fácil es que fue culpa de la dana. Pero la dana no deja de ser una abstracción a la que culpar. La dana provocó fuertes lluvias, pero las consecuencias de esas lluvias ya no son responsabilidad del fenómenos climático. No sabemos exactamente la responsabilidad de la Generalitat, del Gobierno central, de la Confederación Hidrológica, de la AEMET o de todos ellos. Prefieren mantenernos en la presunta felicidad de la ignorancia.
A día de hoy, más de un mes después, no sabemos qué pasó en la mina de Cerredo. Lo único, que cinco mineros murieron como consecuencia de una explosión de grisú. Pero desconocemos por qué se produjo esa explosión, si se podía haber evitado, si la explotación era legal, si se despreciaron los avisos de su peligrosidad. Se nos ha informado de que ha habido una fuerte oposición a crear una comisión de investigación. ¿Por qué? ¿Algo que ocultar? Nadie, que yo sepa, ha asumido su responsabilidad: ni Barbón, ni sus consejeros, ni la empresa Blue Solving. Sí, es verdad que una consejera ha dimitido, pero no porque reconozca que ha hecho algo mal, sino «para no entorpecer la investigación». Seguimos en la presumible felicidad de la ignorancia.
A día de hoy, semana y media después, no sabemos por qué se produjo el mayor apagón de nuestra historia, que dejó sin electricidad y sin wifi a toda la Península Ibérica durante diez horas. Aquí se ha culpado a un exceso de energías renovables, a un fenómeno atmosférico, a una infrautilización de la energía nuclear, a «los operadores privados» y a un ciberataque. Todos ellos factores abstractos, como las recurrentes «causas ajenas a nuestra voluntad», que se esgrimían en tiempos inmemoriales. ¿Alguna responsabilidad del Gobierno?, ¿de las ministras de Energía, la actual y la predecesora?, ¿de la presidenta de Red Eléctrica? Quia, quita payá. Resultado, seguimos en la ignorancia, no vaya a ser que nos deprimamos sí sabemos la verdad.
Son sólo los tres ejemplos más llamativos del oscurantismo informativo que padecemos. Hay muchos más. Aún está muy reciente el sabotaje del AVE o el robo de cobre, por valor de mil euros, que provocó el caos en la vuelta del puente. Se achaca a la prensa que muchos ciudadanos huyan de la información, que prefieran vivir en la ignorancia. Alegan que sólo encuentran malas noticias, que no reciben más que información confusa e interesada, que no se ofrecen soluciones. El último informe Reuters alertaba del considerable aumento del porcentaje de quienes evitan el consumo de noticias, por considerarlas «deprimentes» y «abrumadoras».
Afirmaba el politólogo y ensayista Mark Lilla, en un artículo publicado en «The New York Times», que en la era de los demagogos triunfa la pasión por la ignorancia. Eso explicaría por qué tantos millones de personas se dejan engañar por los populistas, haciendo bueno el conocido verso del poeta inglés Thomas Gray (1716-1771): «La ignorancia es felicidad».
En realidad, son el oscurantismo y las informaciones confusas las que provocan la ignorancia, ¿No seríamos más felices sabiendo las causas de las desgracias?, ¿sabiendo qué se está trabajando para evitarlas?, ¿teniendo la seguridad de que no se van a volver a repetir? La ignorancia lo que hace es engañarnos a nosotros mismos. Solo la verdad, por dolorosa que sea, y el conocimiento pueden dar la felicidad.
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