El fantasma es el de un inicio empantanado. Los 133 cardenales que, a partir de este miércoles, entrarán en la Capilla Sixtina para elegir al nuevo sucesor de Pedro, es decir, al nuevo jefe de la Iglesia católica, creen, por su fe, que es el Espíritu Santo quien va a elegir, en el secreto de la elección, al nuevo Papa. Al mismo tiempo, los 133 tendrán en cuenta de que no podrán actuar prescindiendo de la política y del mundo. Y eso ocurrirá.
Hasta aquí las certezas absolutas. La razón es, como este diario ya adelantó a finales de abril, que no hay un candidato claro. Ni los progresistas ni los conservadores han logrado un consenso final sobre esto. Y se debe, sobre todo, a la diversidad territorial querida por el difunto papa Francisco: un cónclave con cardenales de más de 70 países (108 nombrados por él), y la gran mayoría ni se conocían antes de su muerte (solo una veintena participaron en anteriores cónclaves). Lo que, traducido, significa que el que inicia será uno de los cónclaves con más purpurados inexpertos, pero también el más multiétnico y variado de la historia.
Más allá de las conjeturas, en declaraciones —públicas, no en corrillo— a la prensa, los cardenales lo han repetido hasta el cansancio. «¿Ese cardenal conocía a 50? ¡Yo, qué va! Apenas me sabía los nombres de 30», explicaba el sueco Anders Arbolerius, al margen de una entrevista que le realizó este diario. «La duración del cónclave depende. Será breve si todos apoyamos a un candidato único; será largo si no es así», explicó con palabras fáciles de entender John Ribat, de Papúa Nueva Guinea, a la salida de una reunión precónclave.
Como en campaña electoral
Con esta desorientación como punto de partida, como en cualquier campaña electoral, los candidatos y los partidos (de dentro y de fuera de la Iglesia) que les apoyan han luchado entre sí, no siempre con armas lícitas. Se han reparado las biografías de todos los principales papables en búsqueda de sombras, enfermedad u otro desliz en el revuelto torrente de la información paralela a las reuniones precónclave.
La sacristía de la Capilla Sixtina, conocida también como Sala de las Lágrimas, donde el nuevo Papa se vestirá antes de saludar a los fieles. En un perchero hay disponibles tres casullas de diferentes tallas para que se ajusten al escogido. / VATICAN MEDIA / AP
Entre las víctimas de esta milenaria práctica —que alcanzó su máximo auge en el Renacimiento— se cuentan incluso figuras de menor visibilidad internacional, como Tarcisius Isao Kikuchi, el cardenal de Tokio, culpable de haberse tomado un selfie. Pero también pesos pesados, entre ellos Pietro Parolin, el cardenal secretario de Estado durante los años de Francisco, a quien intentaron adjudicarle un problema de salud que supuestamente le impediría ejercer funciones pontificias (desmentido luego por el Vaticano), y el filipino Luis Antonio Tangle, denostado por un vídeo en el que canta Image de John Lennon («Imagina que no hay cielo / (…) / Que ya no existen guerras / Tampoco religión», dice el himno pacifista del ex-Beatle) y por su mala gestión de Cáritas Internacional.
En este clima febril, las solemnes misas de los nueve días de luto de las Novendiales, que empezaron el día del funeral de Francisco y que en el minuto uno sirvieron para enviar mensajes al conjunto del cuerpo electoral, se volvieron espejo de la situación de desorientación. Al principio, de hecho, el marco general parecía, también para el siempre relevante partido de la Curia, el del continuismo. «No puede ser este el tiempo de volver atrás, o peor aún, a las represalias y a las alianzas de poder», llegó a decir el cardenal Baldassare Reina, el vicario de Roma. «Debemos acoger su herencia y hacerla vida», afirmó Parolin.
Ovejas versus cabras
Mauro Gambetti, arcipreste de la Basílica Papal de San Pedro en el Vaticano, usó una metáfora campestre. «Las ovejas, que no se rebelan, son fieles, dóciles, cuidan de los corderitos y de los más débiles del rebaño, entran en el reino preparado para ellas desde la creación del mundo», razonó. «Los machos cabríos […] saltan sobre las otras cabras en señal de dominio, ante el peligro piensan en sí mismos y no en el resto del rebaño», continuó, dejando clara su preferencia por las primeras.
Luego la tónica cambió. En entrevista con una pareja de periodistas internacionales —uno de ellos, cronista de America, la revista de los jesuitas, la orden religiosa del fallecido Francisco— un cardenal filtró que Beniamino Stella, supuesto estratega detrás de Parolin, habría criticado duramente al difunto Francisco por permitir que laicos y mujeres ganasen espacio y cargos de gobierno en la curia romana. La información, por supuesto, no fue ni confirmada ni desmentida por el Vaticano.

La chimenea sobre la Capilla Sixtina por la que saldrá la fumata que anunciará la elección del nuevo Pontífice. / ANGELO CARCONI / EFE
Pero Dominique Mamberti, protodiácono del colegio de cardenales, volvió a desordenar las cartas. El domingo, último día de las Novendiales, el cardenal francés lo dijo alto y claro. «Todos hemos admirado lo mucho que el papa Francisco fue fiel a su misión hasta el extremo de agotar todas sus fuerzas», afirmó. El difunto Papa «amonestó a los poderosos recordándoles que se debe obedecer a Dios antes que a los hombres, y proclamó a toda la humanidad la alegría del Evangelio, al Padre Misericordioso, a Cristo Salvador. Lo hizo en su Magisterio, en sus viajes, en sus gestos, en su estilo de vida«, agregó.
La confusión, por supuesto, tiene más contexto. Se basa en el supuesto (¿real? ¿inventado?) de que Parolin y Francisco presuntamente se distanciaron en la última etapa de su pontificado, y remite a que el italiano es, por un sínfin de razones, un candidato moderado fuerte, que podría ser aceptado (¿o incluso apoyado?) incluso por los conservadores. Pero, ¿lo aceptarán los progresistas?
Esta última y dramática incógnita es una de las que tendrán que despejar los cardenales en esta nueva cita con la historia, después de ingresar (lo han podido hacer este martes, 6 de mayo) en las residencias de Santa Marta y Santa Marta Vieja, que está al lado, reacondicionadas para el gran evento, que este miércoles arrancará con la misa «pro eligendo pontífice» que presidirá, a las 10 de la mañana, el cardenal decano, Giovanni Battista Re. Los libros de historia, y no solo los de religión, escribirán lo que salga de ahí.