¿Sabías que… durante siglos y siglos, en Santiago, como en tantas otras ciudades de nuestro país y del mundo, el fuego ocupó un lugar de primer orden no solo alimentando hogares y hornos o propiciando los habituales incendios favorecidos por disposiciones inmobiliarias hacinadas y construidas en materiales perecederos, sino ayudando funcionalmente en el tupido abrazo de la noche y de forma llamativa a través de la liturgia de la fiesta? Y en este caso no sólo bajo la modalidad de fuegos artificiales, que es quizá en lo primero que se piensa, sino como iluminación, hogueras y cabalgatas.
Desfile nocturno de jinetes / Cedida
En las noches de fiesta, de regocijo se decía entonces, el ayuntamiento mediante pregón ordenaba que todos los vecinos hicieran lumbreras en las puertas de sus casas y pusiesen velas en las ventanas. Y, por supuesto, hachas y velas se encargaban de animar palacios, edificios institucionales, con el ayuntamiento a la cabeza, y casas de cierta importancia, sin olvidarnos de las hogueras que ardían en puntos significativos de la población, como las plazas. Al mismo tiempo, una comisión municipal se encargaba de que se hiciesen “máscara y cabalgada” por la noche, siendo especialmente apreciados los desfiles nocturnos de jinetes en las que sus protagonistas portaban antorchas encendidas a lo largo de su recorrido por toda la ciudad, siendo, al final, premiados por el ayuntamiento con una cena junto a los participantes en los juegos de sortijas y cañas o en las corridas de toros, hechos estos inexcusables de la fiesta.

Cacharelas de San Xoan / Envato Elements
Hoy en nuestra ciudad, la liturgia del fuego ha quedado reducido a las cacharelas de San Juan, si bien en otras poblaciones y en otras latitudes la fiesta del fuego sigue manteniendo otras improntas, evocando de forma más explícita esa especial atracción inmemorial que el hombre ha sentido por el fuego desde que aprendió a dominarlo, convirtiéndolo en objeto de admiración y culto.