La volatilidad política marca tendencia en la era del narcisismo; además de en la fragilidad de los líderes se apoya en la inapetencia caprichosa de los electores que confían menos en las democracias. En España, como es diferente, pasa lo contrario que en gran parte del resto del mundo; aquí los políticos tienen un escenario a su medida que la polarización alimentada por ellos mismos les permite aguantar, soportando carros y carretas gracias al sectarismo. Ya pueden sobrevenir el caos ferroviario y eléctrico, las conductas corruptas más bananeras, instalarse el nepotismo en las vidas de los dirigentes, perpetuarse la mentira y la incompetencia, pueden llover chuzos de punta, todos seguirán pegados al sillón hasta que la lógica de sacrificar unas piezas para salvar al resto acaba imponiéndose. Beatriz Corredor, responsable directa del apagón, es probablemente una de esas piezas. Pero hasta ese momento, la espera es larga: el tiempo que duran las investigaciones en los procesos judiciales abiertos es el que graciosamente se otorga el poder político para no depurar sus responsabilidades, que son además otras y empiezan por los ceses y las dimisiones.
El juez que investiga al exministro Ábalos, que fue mano derecha del presidente del Gobierno, citará por segunda vez a Miss Asturias, una de sus amigas, colocada en una filial de Renfe. Parece ser que ha habido problemas para localizarla en su domicilio. Toda esta maraña de esposas, hermanísimos, churris, primas, primos y demás familia, sigue siendo el material chusco que el país y su paisanaje han brindado históricamente a creadores del talento de Berlanga, pero sin gracia. Con poca, al menos, para producirse de manera tan insistente y siempre por los mismos aunque en ocasiones con distinto collar.
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