La voz del speaker Pau Ballester da la bienvenida al Ciutat de València a las aficiones rivales en los minutos previos a cada partido y miles de aficionados aplauden el gesto. Es el ritual de un estadio pacífico y, siempre, respetuoso con los rivales. La última polémica sobre el grito de algunos aficionados locales al Tenerife, como anteriormente ocurrió con el Zaragoza, me parece ficticia e injusta hacia el ambiente del Ciutat y su gente.
Por más que un tuit de un aficionado visitante tenga hoy en día la capacidad de crear un estado de opinión, a veces, este mensaje no ensambla con la realidad que han vivido quienes han asistido al partido, que, en el caso del domingo, vieron a un Tenerife que buscaba tanganas, iba a la caza salvaje de Carlos Álvarez y perdía tiempo en una representación teatral fuera de los límites razonables. Y, sí, algunos seguidores locales, decenas, quizá, cantaron «A Segunda B». Pero fueron muchos más los aficionados del Levante que habían dado la bienvenida a la afición del Tenerife con aplausos. Que conste en acta.
El fútbol no es baloncesto, ni sus gradas, la Scala de Milán. Al fútbol no se va con pañuelos de seda, se va con kleenex. Al fútbol se lleva el bocadillo envuelto en papel de plata. Allí solo lleva corbata el que es directivo porque, si no, nadie sabría que es importante. Al fútbol se va a chillar porque crees que nadie te oye. Al fútbol se va a pelear deportivamente y a ganar.
Gracias al apoyo de la afición granota se logró el empate ante el Tenerife. Ahora, hace falta que vuelva a fluir el fútbol, como ocurría hasta hace dos escasas semanas. Y la moneda al aire de Segunda dictaminará si el equipo asciende o no. Pero, pase lo que pase, nada cambiará la realidad que se vive, habitualmente, en un estadio educado, noble y pacífico como el Ciutat de València.
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