Cártel en una vivienda particular del centro de Madrid contra la presencia de pisos turísticos. / D. P. P.
En Madrid, por ejemplo, hay quince mil pisos turísticos ilegales. No uno ni dos ni cuatro: quince mil. Hay quince mil ilegalidades palmarias, quince mil ilegalidades oficiales, digamos, conocidas por todos, pero contra las que no se actúa porque es el mercado, amigo. Esta frase de un convicto o de un exconvicto, pasará a la historia, ha pasado ya a la historia porque la historia es de los delincuentes. La historia la hacen sobre todo los delincuentes, a veces también los asesinos genocidas como Netanyahu y sus amigos. La historia es el cubo de la basura de la biología. La delincuencia ocupa ministerios y presidencias de gobierno y jefaturas de multinacionales. La delincuencia trae la democracia a veces (o eso se dice) y después se fuga a una dictadura árabe para disfrutar de los millones acumulados ilegalmente en Suiza.
Quince mil pisos turísticos ilegales, decíamos, solo en Madrid. Ni nos imaginamos los de la España entera del progreso. Significa que la realidad no la hace la Constitución, donde hay un artículo en el que se consagra el derecho de todos los españoles a disfrutar de una vivienda digna. Se trata de un artículo para adornar, y lo cierto es que adorna. Las constituciones encuadernadas en piel de cabritilla adornan. ¡Pobres cabritillas, obligadas a blanquear tanta mentira, tanta ignominia, tanta infamia, deshonor y descrédito!
En la Constitución no viene que las autoridades deban mirar hacia otro lado frente a los atropellos palmarios como el que venimos denunciando desde la primera línea. Eso no viene en la Constitución, eso viene en el Mercado, amigo, de ahí que no haya alcalde ni presidenta de la comunidad ni ministra de la vivienda ni policía judicial ni jueces del Tribunal Supremo ni obispo ni arzobispo que se atreva a llamar a uno de estos pisos, a uno solo, para poner en su sitio, de una multa mortal, al perpetrador o perpetradora del crimen. Son los fondos de inversión, amigo. Uno va por el centro de las grandes ciudades tropezando con personas que duermen en las aceras de las calles sin que el concejal o la concejala del distrito se abra las venas. Alguien debería abrírselas, siquiera metafóricamente en un pleno municipal, o en una sesión de control al Gobierno, en vez de discutir tanto sobre el sexo de los ángeles. Pero es que el fracaso de la política es el éxito del mercado, amigo, y el mercado está por encima de usted y de mí, está por encima de las leyes.