«La presbicia es como las canas, llega siempre». La sentencia, directa y sin rodeos, es del doctor Luis Fernández-Vega Cueto-Felgueroso, una reconocida autoridad en oftalmología que sabe muy bien de esa batalla universal que comienza con las letras borrosas. La vista cansada, ese peaje casi ineludible que empezamos a pagar alrededor de los 40 o 45 años, es la consecuencia natural del paso del tiempo por una de las piezas más sofisticadas de nuestra anatomía: el cristalino, un pequeño lente dentro del ojo, responsable del enfoque fino, que empieza a perder flexibilidad y se endurece. Así nuestra capacidad para ver de cerca se difumina, obligándonos a alejar el móvil, el libro o la carta del restaurante en un gesto que se vuelve, poco a poco, tan cotidiano como frustrante.
El cristalino envejece, las gafas llegan
El mecanismo es simple pero implacable. «Al perder flexibilidad, el cristalino ya no puede ajustar su forma eficazmente para enfocar objetos cercanos. Como resultado, la visión de cerca se vuelve borrosa o desenfocada», explica el oftalmólogo de la Unidad de Córnea y Cristalino del Instituto Oftalmológico Fernández-Vega. Es un proceso democrático, afecta a todos, aunque algunos, los miopes, puedan tener una tregua inicial. «Un miope la puede camuflar porque la miopía le ayuda a leer de cerca», aclara el doctor. Pero la presbicia, como las canas, sigue su curso inexorable bajo esa aparente normalidad. Tarde o temprano, aparece la necesidad de «ayuda» visual.
Tradicionalmente, la respuesta ha sido clara y visible: las gafas. Primero las de cerca, luego quizás las progresivas. Las lentes de contacto surgieron como una alternativa más discreta. La tecnología láser corneal intentó ofrecer una solución quirúrgica, pero el doctor Fernández-Vega se muestra escéptico: «Nosotros no utilizamos el láser en la córnea para la presbicia. Porque al final es pan para hoy y hambre para mañana». ¿La razón? El verdadero «culpable» del problema sigue ahí y envejeciendo. «Para ‘curar’ la presbicia, al final, vas a tener que actuar sobre el cristalino porque degenera siempre en cataratas. Si haces un tratamiento láser de presbicia en la córnea va a ser una solución momentánea, no definitiva». Incluso soluciones intermedias, como implantar una lente delante del cristalino en ciertos miopes, son parches temporales. La raíz del problema, el cristalino envejecido, sigue dictando su ley.
La revolución trifocal: adiós gafas, hola claridad
Entonces, ¿estamos condenados a depender de las gafas o las lentillas para siempre una vez que nos llega la presbicia? La respuesta, rotunda y esperanzadora, es no. La verdadera revolución, el tratamiento definitivo según el doctor Fernández-Vega, reside en sustituir al «culpable»: el cristalino. «Las lentes intraoculares trifocales sustituyen al cristalino natural cuando este envejece y pierde su capacidad de enfoque», afirma este oftalmólogo pionero en Europa en implantar este tipo de ‘lupas’. Estas maravillas de la microingeniería óptica no solo reemplazan la lente envejecida, sino que incorporan una tecnología avanzada. «Utilizan la difracción (división de la luz) para permitir el enfoque simultáneo a tres distancias: lejana, intermedia y cercana».
Es como darle al ojo superpoderes: la capacidad de ver nítido el horizonte, la pantalla del ordenador y la letra pequeña del móvil. ¿Magia? No, ciencia. «Posteriormente, es el cerebro el que aprende a seleccionar la imagen más nítida correspondiente a la distancia observada».
La promesa es potente: prescindir de gafas y lentillas en la inmensa mayoría de las situaciones cotidianas. ¿Se cumple? «Sí», confirma el doctor asturiano, aunque con un matiz realista: «En condiciones de poca luz a lo mejor se necesita una pequeña gafa de cerca para enhebrar una aguja o leer el prospecto de un fármaco». Un peaje mínimo para una libertad visual recuperada. Pero no todas las lentes son iguales ni todos los ojos candidatos idóneos. “No existe una lente universal para todos los pacientes, por ello es muy importante que cada proceso quirúrgico se adapte a las necesidades concretas de cada caso y que la selección de la lente se haga de forma personalizada”, insiste el doctor Fernández-Vega.
La edad ideal también varía: los miopes pueden esperar más (hasta los 60), mientras que los hipermétropes, especialmente los altos, pueden beneficiarse antes (entre 50-55 o incluso antes). Y existen contraindicaciones claras: «Cuando hay degeneración macular, patologías de córnea o glaucoma no es conveniente poner lentes trifocales». Para esos casos, o para defectos menores, existen otras opciones como las lentes de foco extendido, que ofrecen buena visión lejana e intermedia, pero aún requieren gafas para la lectura cercana.
La cirugía en sí misma, lejos de ser un trauma, es sorprendentemente rápida y segura. «Es una operación de entre 10 y 15 minutos y nada dolorosa», asegura Fernández-Vega. El proceso, similar al de la cirugía de cataratas (la intervención más realizada en el mundo junto a la cesárea), utiliza tecnología láser de femtosegundo y ultrasonidos para retirar el cristalino viejo y dejar espacio para la nueva lente. Se opera un ojo y, 48 horas después, el otro. La recuperación es rápida: «En 2 ó 3 días uno empieza ya a estar cómodo», aunque se recomienda una baja de una o dos semanas según la profesión. Los resultados son notables:
«El 96% de nuestros pacientes se quedan a 0 dioptrías después de la intervención», asegura en la sede del Instituto Oftalmológico Fernández-Vega de Oviedo. Y lo más importante: «Al quitar el cristalino, quitas al culpable de la presbicia». No, la presbicia no vuelve. El precio de esta liberación visual ronda los 7.100 euros para ambos ojos.
Mimar la mirada: la responsabilidad cotidiana
Aunque la tecnología ofrezca soluciones definitivas para la presbicia, cuidar la vista sigue siendo una tarea diaria, especialmente en un mundo dominado por las pantallas. El doctor Fernández-Vega insiste en la importancia del estilo de vida: «Todo influye, sobre todo, en la retina». Una dieta rica en Omega 3 y 7 puede ayudar a retrasar la degeneración macular, y proteger los ojos del sol con gafas adecuadas es fundamental. Pero el campo de batalla moderno para nuestros ojos es, sin duda, el entorno digital.
Aquí, las recomendaciones son claras y prácticas.
- Primero, la famosa Regla ‘20-20-20’: «Descansar la vista 20 segundos cada 20 minutos de actividad mirando a seis metros de distancia (20 pies)». Un hábito simple pero poderoso contra la fatiga visual.
- Segundo, la distancia adecuada: mantener las pantallas pequeñas (tablets, móviles) a unos 35-40 cm y las grandes (ordenadores) a un mínimo de 50-60 cm.
- Tercero, mantener los ojos hidratados: «Cuando trabajamos frente a una pantalla tendemos a parpadear menos», advierte el doctor. Esto causa sequedad, irritación y visión borrosa. La solución: parpadear conscientemente y, si es necesario, usar lágrimas artificiales.
- Cuarto, utilizar una luz adecuada: preferiblemente natural, pero si es artificial, asegurar un buen contraste con la pantalla, evitar reflejos, reducir el brillo del dispositivo (¡nunca al 100%!) y considerar filtros de luz azul.
- Quinto, y no menos importante, una buena postura: espalda y cuello rectos, pies en el suelo. Una correcta ergonomía no solo cuida la espalda, sino que también reduce la tensión ocular y previene el ojo seco.
En definitiva, la presbicia ya no es una condena a ver el mundo cercano a través de un cristal interpuesto. La tecnología ofrece una salida eficaz y definitiva para muchos. Pero la salud visual requiere un compromiso constante, una combinación de avances médicos y hábitos conscientes que nos permiten seguir disfrutando, con nitidez y comodidad, del espectáculo de la vida a todas las distancias.