Ruido de sables y chorros de veneno en el Vaticano. La guerra por la sucesión papal está llegando a su punto álgido. El choque entre los sectores más tradicionalistas y conservadores, decididos a evitar la elección de «otro Francisco», y el ala de la jerarquía partidaria del continuismo, es cada vez más público y cruento.
Fiel reflejo de ello ha sido, en las últimas horas, la decisión de Matteo Bruni, el portavoz vaticano, de desmentir la información falsa de que el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del difunto Francisco y uno de los máximos representantes del «partido curial», había sufrido esta semana un malestar (un supuesto episodio de alta presión), que incluso habría requerido la intervención de médicos. «Eso no ha pasado», ha dicho, categóricamente, Bruni.
El portavoz ha rechazado así informaciones difundidas el jueves por medios conservadores estadounidenses e italianos, a las que había otorgado credibilidad incluso la periodista Diane Montagna, directora ejecutiva de The College of Cardinal Reports. Eso es, un medio también considerado cercano a ambientes conservadores, que en las últimas semanas ha ganado cierta visibilidad por sus listas de cardenales papables. Todo ello, después de que la noticia fuera difundida en primer lugar por una web ultratradicionalista de EEUU, CatholicVote.
«Según múltiples fuentes, ayer por la tarde se activó una alerta en el Vaticano relacionada con la salud del exsecretario de Estado del Vaticano, el cardenal Pietro Parolin, considerado uno de los principales candidatos al papado», había llegado a escribir Montagna. «Al parecer, el cardenal, de 70 años, sufrió una enfermedad repentina debido a una subida de presión arterial y fue atendido por un equipo médico durante una hora», añadió.
El filipino Tagle
Un clima muy hostil que se suma a los ataques a otra figura considerada también afín al difunto pontífice argentino y del ala reformista: el cardenal filipino Luis Antonio Tagle. Contra él, durante toda la semana, se ha evocado su mala gestión de Cáritas Internacional, de la que fue presidente de 2015 a 2022, año en que la institución fue intervenida por el propio Francisco tras una serie de escándalos financieros y presuntos abusos sexuales. “Cónclave, la hora de los venenos”, ha concluido el diario La Repubblica.
La situación evoca luchas no precisamente nuevas para la milenaria institución. Ya en la Edad Media, los chismes, las cartas anónimas y todo tipo de acusaciones sobre presuntas inmoralidades de los candidatos se difundían para desacreditar a unos y a otros. En el cónclave de 1378, un año después del regreso del papado al Vaticano tras su traslado a Aviñón, la presión de la multitud romana por la elección de un pontífice italiano desembocó en amenazas violentas y, según algunas crónicas, en un auténtico linchamiento psicológico de los cardenales franceses. El resultado fue un papa elegido en medio del caos, Urbano VI, seguido de un cisma que desgarró a la Iglesia durante casi cuarenta años.
Luchas añejas
Durante el Renacimiento, las campañas de difamación se volvieron más sofisticadas. Emisarios de familias aristocráticas, embajadores e incluso cardenales difundían rumores sobre supuestos favores, amantes secretos o simpatías heréticas. Las informaciones falsas, a menudo transmitidas por «preocupados católicos devotos», tenían como objetivo destruir la imagen pública de los favoritos al trono papal.
En época más reciente, el episodio más célebre de interferencia fue el cónclave de 1903. El emperador de Austria, Francisco José, envió un mensaje secreto a los cardenales para ejercer el llamado jus exclusivae, un derecho no escrito por el cual algunas monarquías católicas (Austria, Francia, España) podían vetar a un candidato considerado indeseable. La víctima fue el cardenal Mariano Rampolla del Tindaro, secretario de Estado de León XIII, cercano a Francia y hostil a los Habsburgo. Finalmente, después de que el cardenal Jan Puzyna, arzobispo de Cracovia, anunciara el veto en nombre del emperador, el cónclave se dividió. Así, Rampolla recibió varios votos, pero fue elegido Giuseppe Sarto, quien se convirtió en Pío X.
Otro fue el caso del cónclave de 1939 que elegiría a Eugenio Pacelli (Pío XII), cuando la prensa extranjera se convirtió en un campo de batalla propagandístico. Algunos periódicos afines al nazismo difundieron el rumor de que Pacelli era «demasiado cercano a los ingleses» o incluso un «masón encubierto», mientras que sectores antifascistas lo acusaban de haber mantenido una actitud demasiado conciliadora con Benito Mussolini y con la Alemania de Hitler, debido al Concordato de 1933 firmado cuando era nuncio en Berlín. Finalmente, Pacelli fue elegido en la tercera votación, pero el eco de las insinuaciones contra él continuó en la posguerra.