la cocina a fuego lento de Jean-Pierre Ostende

Me he entretenido un montón leyendo un pequeño libro de un francés inclasificable, Jean-Pierre Ostende, que habla del sabor y del saber. Del conocimiento y del gusto por la comida. Muy ajustado a lo que es la realidad, ya que el cerebro crea nuestras sensaciones de olfato y gusto. Es un error común pensar que los alimentos incluyen específicamente los sabores, contienen moléculas de sabor pero esos sabores en realidad responden a la creación de los cerebros. De no ser así los seres humanos no reaccionaríamos de forma tan distinta respecto a una comida. La literatura sobre cocina y alimentos está casi siempre mal planteada en sentido estricto cuando para simplificar la comprensión de las cosas decimos o escribimos, por ejemplo, que una manzana tiene buen sabor. A diferencia de otras experiencias sensoriales –ver, oír o tocar– los receptores responsables de la creación de olores y sabores del cerebro no reaccionan a formas específicas, como los objetos y pinturas que estimulan nuestro sistema visual o las ondas de sonido actúan sobre nuestro oídos. El proceso de percepción es multisensorial e interactivo. La pregunta que podríamos hacernos es cómo se las arregla el cerebro para inventar el sabor o el olor de un vino, de un queso o de un perfume. Cuál es método que sigue para convertir las combinaciones de sustancias químicas en percepciones sensoriales agudas. Partiendo de las propiedades gustativas, dulce, salado, ácido, amargo y umami se encuentra la respuesta. Las moléculas que el cerebro percibe como amargas se unen a los receptores amargos de la lengua, las saladas a los propios de la sal y así sucesivamente, de manera que las llaves van encajando una a una en las distintas cerraduras. Cocinar exige, inevitablemente, manipular cuenta Ostende en «Breve tratado cocinado a fuego lento» (Periférica, 2025); la intriga aporta sabor y el gusto entraña saber. No es casualidad que el verbo latino sapere signifique tener sabor o tener gusto. En un sentido figurado, como bien explica Ostende, conlleva del mismo modo tener inteligencia o juicio, apreciar, conocer y comprender. De él se derivan sapor, el sabor característico de algo, y sapiens, que es inteligente y sabio, a la vez. De modo que sabor y saber tienen un mismo origen. «No hay conocimiento sin gusto ni pérdida de conocimiento sin pérdida de gusto». La ignorancia es impermeable al gusto, diríamos entonces.

Fuente