Después de meses de intensas negociaciones, Estados Unidos y Ucrania han conseguido por fin firmar un acuerdo sobre la explotación de los minerales de las “tierras raras”. La oferta, que partió en su momento del propio Volodimir Zelenski, fue más o menos ignorada por Joe Biden, pero abrazada de inmediato por Donald Trump. Ante la inmensa dificultad de llegar a un acuerdo de paz y las continuas largas que le ha estado dando el Kremlin, el acuerdo le permite colocarse del lado de Kiev y a la vez poder sacar tajada económica de ello.
La explotación será compartida al cincuenta por ciento por ambos países, aunque hay un factor decisivo que lo ha cambiado todo respecto a la oferta inicial estadounidense: ni las empresas públicas ucranianas tendrán que privatizarse, ni el fondo tendrá mayoría norteamericana en su gestión, ni se utilizará para pagar las supuestas deudas atrasadas que la Administración Trump exageraba de forma desmedida.
De hecho, durante los primeros años, la integridad de los beneficios del fondo se utilizará para la reconstrucción de Ucrania y solo a partir de entonces se repartirá el dinero entre ambos países.
Del mismo modo, Ucrania podrá utilizar su parte para comprar armas a Estados Unidos. Aunque el acuerdo no especifica garantía militar alguna, como sí pretendía en un principio el Gobierno Zelenski, en la práctica abre esta puerta al envío de más misiles de defensa antiaérea Patriot, que tanto necesita Ucrania, y al acceso a la más alta tecnología estadounidense sin necesidad de partidas extraordinarias ni aprobación del Congreso. Ni siquiera habría que pasar, en principio, por la volubilidad del propio presidente Trump. Todo se convertiría, sin más, en un negocio.
Bessent manda un aviso a “los líderes rusos”
Ahora bien, a nadie se le escapa que esto es mucho más que un negocio. Estados Unidos pasa a tener intereses económicos no solo en el territorio ucraniano sino junto al Gobierno de Kiev. En otras palabras, si quiere sacar partido de esos beneficios, necesita que haya una Ucrania soberana y un gobierno que respete el acuerdo y no se pliegue a Moscú.
El golpe para Putin es tremebundo y hasta cierto punto inesperado. No hace tanto que Steve Witkoff se reunía con él rindiéndole toda clase de pleitesías. De hecho, este mismo miércoles, Trump insistía en que Rusia era mucho más grande y poderosa que Ucrania.
Una excavadora trabaja mientras los camiones mineros avanzan en la mina a cielo abierto Southern Iron Ore JV en Kryvyi Rih, Ucrania.
Reuters
Puede que lo crea y puede que lo diga para complacer a Putin. Una especie de “te la estoy jugando, pero quiero que veas que aun así te respeto y te admiro”. En cualquier caso, el mensaje grabado en vídeo por Scott Bessent, es de una dureza contra Moscú inaudita en estos cien días de gobierno. “El acuerdo de hoy señala claramente a los líderes rusos que la administración Trump está comprometida con un proceso de paz centrado en una Ucrania libre, soberana y próspera a largo plazo”, afirmó el Secretario del Tesoro.
Hay que recordar que esta misma semana desde el Kremlin se venía insistiendo en la necesidad de cumplir sus requisitos de “descalificación” y “desmilitarización” de Ucrania para poder firmar un alto el fuego. Las palabras de Bessent y la referencia en el texto a la imposibilidad de que “los países hostiles a Ucrania” se beneficien del fondo -no es probable que eso implique una reclamación de soberanía de las zonas ocupadas por Rusia- dejan poco margen a la interpretación y suponen un alivio enorme para las potencias europeas.
Tras el palo, ¿la zanahoria?
Y es que, aunque con Trump nunca se sabe y es de pensar que después del palo a Putin vendrá algún tipo de zanahoria, lo cierto es que esta decisión vincula directamente a Estados Unidos con el futuro de Ucrania y al hacerlo mantiene el nexo transatlántico tanto en lo militar como en lo económico. La Unión Europea y, en menor medida, Reino Unido, estaban viviendo con auténtico pánico esta situación de vulnerabilidad, temiendo incluso el fin de la OTAN como la habíamos entendido desde su fundación o un cambio de alianzas geopolíticas.
En ese sentido, la creación de este fondo es un respiro para las democracias occidentales europeas, pues da tiempo a cumplir con los compromisos de defensa y organización sin necesidad de acelerarlos precipitadamente. Otra cosa será que se pase de un extremo al contrario, es decir, que al ver que Estados Unidos vuelve a encargarse de todo, Europa dé un paso atrás en su compromiso de rearme. En ese caso, tarde o temprano, nos veríamos en la misma situación.
En cualquier caso, hay que recordar que este acuerdo no significa ni mucho menos el final de la guerra. Ni siquiera acerca dicho final. Rusia debe de estar muy enfadada ahora mismo con Trump y es posible que este sea el momento en el que la Administración estadounidense decida reconocer oficialmente a Crimea como territorio ruso e incluso contemple hacer lo propio con las partes de Zaporiyia, Jersón, Donetsk y Lugansk bajo control del ejército invasor. Eso podría apaciguar un poco los ánimos.
Lo que soluciona -o intenta solucionar- la creación de este fondo es el futuro de Ucrania y no tanto el presente. Las hostilidades seguirán un tiempo más, sin duda, pero, cuando acaben y se llegue al deseado alto el fuego, Ucrania tiene una cierta garantía gracias a esta sociedad de que Estados Unidos no permitirá que Rusia atente contra sus intereses comerciales, es decir, no permitirá que ocupe más terreno explotable por sus compañías. De ese modo, Europa no tendría que mandar tropas ni ahondar más en la tensión con el Kremlin. A cambio, eso sí, de nuevo, se queda al margen de un gran acuerdo económico y tecnológico, con las desventajas que eso puede acarrear en el medio y largo plazo.