Donald Trump y Javier Milei forjaron gran parte de su popularidad delante de las cámaras. El primero lo hizo a través de The Apprentice (El aprendiz), un programa de telerrealidad en el que el actual presidente de Estados Unidos —entonces presentado como “el mayor promotor inmobiliario de Nueva York”— decidía qué participante debía abandonar el concurso en cada episodio. El segundo, un economista conocido por sus intervenciones encendidas y su estilo bravucón, se hizo habitual en los platós de televisión antes de convertirse en presidente de Argentina.
Por eso, no sorprende que, ya instalados en sus respectivos Gobiernos, conviertan sus apariciones públicas en auténticos shows. Lo que sí resulta, cuando menos llamativo, es que ambos hayan optado por arremeter contra los medios de comunicación que les catapultaron en gran medida hasta las más altas esferas del poder.
Este viernes, la organización Reporteros sin Fronteras (RSF) ha publicado la Clasificación Mundial de la Libertad de prensa, un índice anual sobre la calidad democrática en 180 países en el que este 2025 alerta sobre un “retroceso alarmante” en gran parte de las regiones del mundo por un factor decisivo, aunque a menudo subestimado, que debilita profundamente a los medios de comunicación: su situación económica.
La libertad de prensa en el mundo 2025
Es precisamente este instrumento —la presión económica— el que tanto Milei como Trump han empleado para debilitar a los medios nacionales, pero también a los internacionales. Así, no sorprende que Estados Unidos haya caído dos puestos en el ranking de libertad de prensa, ubicándose en el lugar 57, mientras que Argentina haya descendido 21 posiciones respecto al año anterior colocándose en el puesto 87.
Los líderes de la motosierra
Las embestidas del mandatario argentino, que se define como anarcocapitalista, contra la prensa han ido escalando durante los 15 meses que lleva en la Casa Rosada. Esto no solo se ha manifestado en sus gestos —como el hecho de no haber ofrecido ni una sola rueda de prensa, o de haber concedido entrevistas únicamente a periodistas hombres de medios afines a su Gobierno, mientras veta y denigra a numerosos profesionales—, sino también en sus decisiones políticas.
De hecho, una de sus primeras medidas para reducir el gasto público –arrancar su famosa «motosierra»– fue suprimir la publicidad institucional en los medios de comunicación. Eliminó, bajo gritos de «¡Viva la libertad, carajo!», lo que se conoce como «pauta oficial». Es decir, los fondos públicos destinados a difundir las gestiones del Gobierno nacional a través de los medios.
En la misma línea, Donald Trump, quien apenas lleva 100 días de su segundo mandato, ha emprendido una cruzada contra la prensa, a la que en varias ocasiones ha calificado como «enemiga del pueblo». Sus críticas se han centrado especialmente en aquellos medios que considera que no comparten su visión. Pero no sólo.
Sin ir más lejos, en marzo, el presidente estadounidense firmó una orden ejecutiva que, en teoría, buscaba «recuperar la libertad de expresión», y que recortaba la financiación de la Agencia de Estados Unidos para los Medios Globales (USAGM, por sus siglas en inglés), una agencia independiente del gobierno encargada de supervisar la transmisión de noticias en casi 50 idiomas, alcanzando a unos 361 millones de personas cada semana.
La decisión implicó el desmantelamiento de Voice of America (VOA), una cadena que, durante más de 80 años, ha ofrecido cobertura informativa a países de todo el mundo, muchos de ellos bajo regímenes autoritarios como los de China, Corea del Norte, Rusia y Cuba. Asimismo, conllevó la suspensión de otras emisoras, como Radio Free Europe, que se dirige al Centro y Este de Europa; Radio Free Asia o Martí Noticias. La Casa Blanca justificó la medida en un comunicado, afirmando que «de esta forma se garantizará que los contribuyentes ya no sean responsables de la propaganda radical».
Aunque la medida está actualmente suspendida por los tribunales, su implementación amenaza con poner en peligro el empleo de más de 3.500 periodistas y ha privado a más de 427 millones de personas del acceso a los medios de comunicación. Además, la congelación de los fondos de cooperación que maneja la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), ha sumido a cientos de medios en una inestabilidad económica crítica, obligando a algunos de ellos a cerrar, especialmente en Ucrania (puesto 62), según recoge el informe de RSF.
«El caos diario del ciclo de noticias políticas en EEUU puede dificultar la percepción del cambio sísmico en curso. Pero al observar el panorama general, el patrón de ataques a la libertad de prensa es innegable», señalaba Clayton Weimers, director ejecutivo de RSF Norteamérica.
En paralelo, Trump también ha reconfigurado la estructura de la sala de prensa de la Casa Blanca: ha vetado a algunos de los «medios tradicionales» en los que dice no confiar y ha abierto las puertas a «periodistas independientes, podcasters, influencers y creadores de contenido». Incluso ha impuesto un veto temporal a la agencia de noticias Associated Press (AP) tras una discusión sobre el intento de Trump de rebautizar el Golfo de México como el Golfo de América.